Una nueva investigación de CICS-UDD realizada en 73 adultos que se recuperaban de COVID-19, demostró que aquellos que perdieron su sentido del olfato mostraron cambios conductuales, funcionales y estructurales en el cerebro. Los resultados se publicaron en la reconocida revista científica, Scientific Reports.
El estudio desarrollado por investigadores del Laboratorio de Neurociencia Social y Neuromodulación del Centro de Investigación en Complejidad Social (CICS) de la Facultad de Gobierno UDD, trabajó con una muestra de 73 pacientes que padecieron de manera leve a moderada, COVID-19, y 27 pacientes no expuestos a esta enfermedad. Tras una evaluación cognitiva, un examen de desempeño en una tarea de toma de decisiones, pruebas funcionales y resultados de imágenes por resonancia magnética, se pudieron observar diversos cambios en el cerebro.
El equipo utilizó la pérdida de olfato y la necesidad de hospitalización como indicadores de posibles marcadores de implicación neurológica y gravedad de la enfermedad, respectivamente. Se reclutaron pacientes de hospitales públicos y privados en Santiago, con un promedio de 9 meses después del diagnóstico, entre febrero de 2020 y mayo de 2023, con una edad promedio de 40.1 años.
«Dada la significativa incidencia global de COVID-19, identificar factores que puedan distinguir a las personas en riesgo de desarrollar alteraciones cerebrales es crucial para priorizar el seguimiento clínico”, destacó uno de los autores, Pablo Billeke.
En el estudio, 22 de los 73 pacientes con COVID-19 (30.1%) reportaron tener diferentes grados de problemas de atención y memoria, mientras que 7 pacientes dijeron que tenían dolores de cabeza, 6 reportaron fatiga, y 4 tuvieron un sentido del olfato persistentemente alterado, con una duración promedio de 1.3 meses. De estos pacientes, el 68% experimentó una pérdida total del olfato, mientras que el resto tuvo un sentido del olfato alterado.
Además de estos cambios, 6 de 43 pacientes que perdieron su capacidad de olfato durante la infección aguda, pudieron identificar como máximo cuatro de seis olores en la prueba olfativa, lo que sugiere una disfunción persistente.
Los grupos de COVID y no-COVID eran similares en edad y rendimiento cognitivo, pero los pacientes con pérdida de olfato durante la infección mostraron más impulsividad y se mostraron más propensos a tomar una decisión diferente cuando obtenían un resultado negativo al realizar una tarea conductual (juego), mientras que aquellos que fueron hospitalizados mostraron menos pensamiento estratégico y tomaron la misma decisión incorrecta repetidamente.
En la resonancia magnética realizada durante el juego, la pérdida de olfato se asoció con una disminución de la actividad funcional durante la toma de decisiones, pérdida de la integridad de la sustancia blanca y adelgazamiento de la capa externa del cerebro en las regiones parietales, responsables de procesar la información sensorial, comprender las relaciones espaciales y cómo navegar.
“Solo seis pacientes presentaron indicadores de déficit olfativo persistente; por lo tanto, nuestros resultados no se deben a un déficit real», destacó Alejandra Figueroa, una de las primeras autoras del trabajo junto con Leonie Kausel, agregando que «por lo tanto, la anosmia (pérdida de olfato) podría servir tanto como un posible marcador de daño inducido por el virus en los tejidos neuronales, como un marcador de personas susceptibles a daño cerebral”.
El estudio fue desarrollado en colaboración con la Clínica Alemana de Santiago, Hospital Sotero del Río, Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad San Sebastián y Universidad Diego Portales, participando Leonie Kausel, Alejandra Figueroa, Francisco Zamorano, Ximena Stecher, Mauricio Aspé, Patricio Carvajal, Víctor Márquez, María Paz Martínez, Claudio Román, Patricio Soto, Gabriela Valdebenito, Carla Manterola, Reinaldo Uribe, Claudio Silva, Rodrigo Henríquez, Francisco Aboitiz, Rafael Polania, Pamela Guevara, Paula Muñoz, Patricia Soto y Pablo Billeke.
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