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Gonzalo Müller en El Mercurio: análisis cambio de gabinete

Cambios de última hora en los ministerios, el desarrollo de un relato que se ajuste al nuevo panorama y la búsqueda de culpables por el fracaso legislativo fueron parte de los episodios que se vivieron en estos agitados días en La Moneda, en la antesala de su primer aniversario. Mario Mercier y Juan Pablo Guzmán

“La caída de la reforma tributaria no cambia el horizonte estratégico, pero sí sincera la velocidad; iremos más lento”, dicen en el Gobierno.

Todo indicaba que sería una semana positiva para el Gobierno. Motivos, repetían el lunes en Palacio, había de sobra.

Las encuestas, por un lado, mostraban que la aprobación del Presidente Gabriel Boric alcanzaba la cifra más alta desde septiembre del año pasado, con 35%.

La economía, por su parte, también permitía sacar cuentas alegres: la inflación registraba una sorpresiva caída en febrero, con un IPC de -0,1%, cuando el mercado esperaba un alza de hasta 0,4%.

Esta administración, autodenominada feminista, estaba ad portas de celebrar su primer 8-M, con importantes anuncios para las mujeres.

Además se realizaría un segundo ajuste ministerial y se convocaría a un consejo de gabinete para delinear el horizonte estratégico para este nuevo año.

Nada, a simple vista, podía salir mal. Con todas esas expectativas, el balde de agua fría cayó de improviso para el Ejecutivo.

Las cosas empezaron a complicarse cuando, en la víspera del Día Internacional de la Mujer, el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, sostuvo una acalorada discusión con la diputada Viviana Delgado, que derivó en que la parlamentaria terminase en la enfermería del Congreso por un cuadro hipertensivo.

Así, el 8-M no fue la jornada que se imaginaban en La Moneda, pues tuvieron que salir a dar explicaciones sobre el altercado.

Pero las consecuencias llegaron mucho más lejos.

Y es que por el episodio, las diputadas Pamela Jiles y Mónica Arce decidieron no acudir al día siguiente a la Cámara para la votación de la reforma tributaria.

Cuando sorpresivamente se rechazó la idea de legislar el proyecto clave para la gestión de este año, desenlace que se selló por dos votos, las miradas voltearon hacia Ávila.

¿Cómo haría el Ejecutivo ahora para anunciar un nuevo relato sin los recursos para financiar sus proyectos? ¿Qué debía hacer el Presidente con el ajuste ministerial luego de que una acción de uno de sus ministros le significase una de sus mayores derrotas? Fueron preguntas que empezaron a correr y que derivaron en que una semana que comenzó auspiciosa… terminara en caos.

Chivo expiatorio

Los balances al día siguiente, en todo caso, estuvieron lejos de ser autocríticos. De manera extraordinaria, se citó a un comité político ampliado el jueves por la mañana, para abordar el episodio.

Allí, los secretarios de Estado dijeron que se habían hecho todos los esfuerzos para que la reforma se aprobara y que, en vista del resultado, buscarían los mecanismos para paliar las necesidades de la gente.

Fue una interpretación compartida por quienes estuvieron presentes. “Todos los partidos oficialistas apoyamos al Gobierno de manera clara en este tema.

Ha quedado absolutamente demostrado que la responsabilidad no estuvo en la gestión de los ministros; ocurrió una situación que era imposible de prever y se perdieron tres votos con los que se contaba los días anteriores.

Creo que hasta para la derecha fue una sorpresa”, dice Jaime Mulet, diputado y representante de la FRVS.

De manera sorpresiva, el Gobierno decidió que su relato buscase a un responsable.

El escogido fue el expresidente Sebastián Piñera.

La vocera Vallejo fue la primera en apuntarlo, señalando que la “irrupción del exmandatario fue clave para alinear a la derecha”.

La tesis fue apoyada públicamente por la ministra del Interior y la titular de la Segegob la reafirmó más tarde, al decir que “es un dato de la causa”.

Contrario a lo que se piensa, eso sí, no fue la Secom la que instruyó este relato, sino fue una iniciativa propia de los ministros, quienes decidieron salir a golpear a Piñera.

Una jugada que, para algunos, fue vista como una forma de proteger —a toda costa— al jefe de Hacienda.

“El Gobierno tuvo una muy mala reacción respecto a la derrota en la reforma tributaria.

No se lo esperaba y culpó a todo el mundo con muy poca autocrítica, muy preocupado de que no se culpara al ministro Marcel.

Eso tiene un sentido, pues es la viga central sobre la que se sostiene este Gobierno”, sostiene el director del Centro de Políticas Públicas UDD, Gonzalo Müller.

Para muchos en la oposición, el rechazo de la reforma tributaria radicó justamente en una falta de diálogo por parte del Ejecutivo.

Es por ello que Ana Lya Uriarte ha sido otra de las ministras criticadas.

En la oposición la acusan de una falta de trabajo prelegislativo, sobre todo porque el mismo día en que se votaba la reforma, Uriarte se encontraba en un evento en La Moneda.

Sin embargo, en la cartera descartan esto, asegurando que fue lo sucedido el día anterior lo que cambió el escenario y que estando conscientes de ello buscaron revertir el panorama hasta último minuto.

También ha causado sorpresa en la oposición que ningún ministro los haya llamado todavía para hablar de lo sucedido y buscar opciones.

Por esto, advierten que si no hay un cambio de estrategia por parte del Gobierno, seguirán rechazando sus reformas.

“Iremos más lento”

La caída de la reforma tributaria fue leída en Palacio como que la rapidez con la que pensaban financiar el programa sufre un retroceso de un año, algo que no implicaría necesariamente otros caminos a explorar.

En ese sentido, dicen en el Gobierno, el objetivo ahora es definir de dónde van a sacar los recursos.

Aunque tal vez la mayor preocupación radica en torno a cómo enfrentar las próximas votaciones.

Esto es algo que el Ejecutivo todavía no determina.

De todos modos, aseguran que lo ocurrido obliga a moderar algunos objetivos.

“La caída de la reforma tributaria no cambia el horizonte estratégico, pero sí se va a sincerar la velocidad; iremos más lento”, señala una alta fuente de Gobierno.

Coincide Juan Ignacio Latorre, timonel de RD.

“El Gobierno lo que ha dicho es que sus promesas centrales van a seguir y ahora lo que hay que buscar es la estrategia más adecuada para cumplir esos objetivos.

Recién estamos cumpliendo un año, quedan tres y vamos a seguir perseverando”, sostiene.

El fantasma de la improvisación

A las 10 de la mañana del viernes estaba pauteado realizar el esperado cambio de gabinete.

Pero el ambiente a esa hora en La Moneda dejaba en claro que el anuncio se aplazaría.

Lo que no se esperaba es que, tal como en septiembre, el Gobierno tuviera que hacer ajustes de última hora, lo que hizo que muchos lo acusasen de una nueva improvisación.

Lo más evidente fue lo sucedido con el puesto de canciller.

En la mañana se daba por hecho que sería la diplomática Marta Maurás quien asumiría; sin embargo, el fantasma de los viejos tuits en redes sociales volvió a aparecer.

Declaraciones que había hecho sobre la migración obligaron a tener que retroceder en su nombramiento, derivando en que el exagente de Chile en La Haya Alberto van Klaveren terminara siendo designado.

Algunos también notaron el hecho de que originalmente en el Salón Montt Varas había siete sillas, por lo que se asumía que habría siete cambios.

Al momento del acto, se redujeron a cinco.

Para el analista político Max Colodro, “el problema es el tiempo que tuvo el Presidente para pensar el cambio de gabinete.

Es una señal de un gobierno que comete desprolijidades en las decisiones más importantes”.

Sin embargo, en La Moneda aseguran que sí tenían un plan.

Fuentes sostienen que el diseño pasó por remover solo a aquellos ministros que no hubiesen logrado posicionar sus agendas, independientemente de cuanta aprobación o conocimiento tuviesen.

Eso explica, por ejemplo, que figuras con bajas cifras en las encuestas, como Javiera Toro o Antonia Orellana, no fueran afectadas.

El foco, dicen, siempre estuvo en la reestructuración en las subsecretarías buscando reequilibrar las fuerzas entre las dos coaliciones de gobierno, donde el Socialismo Democrático tenía tan solo cuatro de los 39 cargos.

La idea, además, era imprimir un sello de mayor experiencia, que pudiese mejorar la gestión, pero, según explican, siempre respetando “la ascendencia de Apruebo Dignidad”.

Para Gonzalo Müller, parte de lo sucedido tiene que ver con el rechazo de la reforma tributaria.

A su juicio esto le dio “poco margen” al Presidente para hacer un cambio a mayor escala, pues se podría haber leído solo como una respuesta a la derrota legislativa.

Es en esa línea que sorprendió la permanencia del ministro Ávila en Educación, quien luego de su altercado con la diputada Delgado se convirtió en una carta segura para salir.

De hecho, esto estuvo confirmado hasta el mismo viernes, pero fue un cálculo de último minuto en Palacio lo que lo salvó.

El razonamiento habría sido no dar una señal de castigo.

“Era innecesario”, señalan en La Moneda.

Parecido fue el caso de la ministra de Minería, Marcela Hernando, quien también sonaba como una de las que dejaban el gabinete.

Sin embargo, la única carta de reemplazo propuesta por su partido, el Radical, era José Antonio Gómez, por lo que el Presidente optó por no removerla, para no afectar la paridad.

De las críticas al cambio de gabinete difiere el sociólogo Eugenio Tironi, quien asegura que “es una buena manera de conmemorar el primer año de Gobierno.

Aquí no hay un cambio de ruta, es la reafirmación de una ruta que ya venía en marcha”.

Desde los partidos oficialistas tienen una visión similar.

La timonel del PS, Paulina Vodanovic, asegura que “hay que valorar el gesto político de intentar equilibrar a ambas coaliciones, para que ambas visiones se incorporen a la gestión de gobierno”.

Sin embargo las dudas continúan en el aire, mientras muchos se preguntan si lo acotado que fue el cambio permitirá definir una actualización del relato tal como prometió la ministra Tohá hace pocas semanas.

Relato: “Presentes por un mejor futuro”

Pero el impacto que tuvo el rechazo a la reforma tributaria no terminó ahí.

Varios aseguran que golpeó también lo planeado para el consejo de gabinete realizado ayer, sobre todo en un sentido táctico.

Esto, porque en términos estratégicos, sigue su mismo rumbo.

Se trata de una idea que radica en el rol que va a tener el Gobierno en el presente, con la resolución de urgencias, pero también centrado en el futuro, bajo el eslogan “Presentes por un mejor futuro”, cuyo trasfondo es plantear que este gobierno va a sentar las bases de transformaciones importantes que, probablemente, no se van a ver en esta administración.

“No vamos a ser el Gobierno refundacional que algunos esperaban”, admiten en Palacio.

En ese sentido, la idea es dejar los cimientos para que los próximos gobiernos puedan avanzar en materias en las que hoy no se puede, como una manera de bajarle las expectativas a este mandato.

Para Max Colodro, el Gobierno tiene que acotar sus objetivos y decidir sus prioridades.

“Si le pasa con sus demás reformas lo que le pasó con la tributaria, va a quedar en una situación muy compleja.

El Gobierno debe hacer todos los esfuerzos para retomar la discusión tributaria”, comenta.

“Esperamos que se mantenga firme el timón en lo que a nosotros nos convocó ser parte de este proyecto, es decir, seguir firme con las reformas sociales con las cuales nos comprometimos con la ciudadanía”, dice el timonel del P.

Radical, Leonardo Cubillos.

Son desafíos que el Gobierno deberá abordar, presionado por las críticas que lo acusan de actuar improvisadamente.

El nuevo gabinete tendrá el desafío de superar la derrota con un relato coherente.

¿Serán capaces? Está por verse.

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