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Una mujer de “armas tomar”: la historia de Javiera Carrera y su tiempo

En 2018, la historiadora Soledad Reyes del Villar publicó Manuel Rodríguez. Aún tenemos patria (Ediciones El Mercurio), un trepidante relato sobre este caudillo que murió asesinado en Tiltil, con apenas 33 años. La trágica historia de este líder mítico, que ha inspirado a numerosos creadores, se convirtió en un éxito de lectoría y en los próximos meses saldrá a la venta su cuarta edición.

La docente de la Facultad de Gobierno de la U. del Desarrollo (UDD) comenta ‘que ha sido una sorpresa la cantidad de copias vendidas, más de cinco mil, de este libro. Me gusta escribir con un estilo sencillo y que, desde niños y hasta adultos, gocen con este tipo de personajes’. La profesional añade que ‘es una pena, pero muchos estudiantes salen de cuarto medio con importantes vacíos en historia de Chile. Hay que ayudar a llenar esa falta de conocimiento de una manera más accesible, no con un estilo pesado propio de los textos académicos, pero sin dejar de lado las fuentes y la investigación’, dice. La historiadora advierte que, mientras estuvo imbuida en el estudio de siglo XIX, comenzó a profundizar en una figura femenina clave de esos años y de esta manera, tras un riguroso proceso investigativo —que incluyó diversos documentos, cartas y crónicas de época—, Reyes del Villar está de regreso en librerías con Javiera Carrera y la formación del Chile republicano (Ediciones El Mercurio). Se trata de un contundente volumen de más de 400 páginas donde se repasa la larga historia de la hermana mayor del clan Carrera, quien falleció en 1862, a los 81 años.

Con abundantes citas bibliográficas, la autora del libro aclara que ya tenía bastante avanzado con su investigación previa en torno a Manuel Rodríguez. ‘Para ese proyecto leí mucho, sobre todo los escritos de Benjamín Vicuña Mackenna, que es mi historiador favorito del siglo XIX. Al trabajar en Rodríguez me llamó mucho la atención la figura de esta señora que deja a los niños y al marido, se autoexilia con los hermanos y no vuelve en 10 años’, explica. Y agrega que ‘sobre Javiera no hay nada que no hubiera leído. Afortunadamente, tengo bastante material de 1800 y para lo que no estaba en mis manos, recurrí a Memoria Chilena, que tiene digitalizada una gran cantidad de valiosos papeles y cartas de ella. También fui a la casa de una de sus descendientes: Ana María Ried, presidenta del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera. ¡Una residencia que es una verdadera reliquia! Ella me apoyó y me dijo que uno de los textos más completos que se han escrito es Javiera Carrera. Madre de la Patria, de Virginia Vidal. Con todo ese material fui construyendo un relato ameno. Siento que se me soltó la mano y me alegra, porque mi interés es llegar a más lectores, a un público transversal’, señala la académica.

Eugenio Guzmán, decano de la Facultad de Gobierno de la UDD, escribe en el prólogo que, haciendo frente a las más diversas adversidades, esta patriota ‘defendió la dignidad familiar y específicamente el legado de sus hermanos’. Y añade que el principal aporte ‘está en su influencia en los hechos políticos que sucedieron en la primera mitad del siglo XIX’.

Una gran falta en una mujer

Para la historiadora, no deja de ser sorprendente que la protagonista de su reciente publicación, en un momento en que el promedio de vida llegaba como mucho a los 30 años, pasara la barrera de las ocho décadas. Una hazaña que a juicio de Vicente Grez, político, periodista y escritor fallecido en 1909, se podría leer como ‘una grave falta en una mujer’. La autora describe a Javiera Carrera como una testigo de primera línea, muy activa al principio, más observadora después; que si bien ha pasado a la historia por el baile de la resbalosa (Rolando Alarcón compuso esa canción en la década del 60) y por haber ‘supuestamente’ ideado y bordado nuestra primera bandera fue, ‘sin duda, mucho más que eso’. Y explica: ‘Ella escondió armas y soldados, organizó reuniones en su propia casa, alentó a otras mujeres a involucrarse en el proceso revolucionario. No por nada hay quienes la han llamado ‘madre de la patria’ o ‘heroína de la Patria Vieja».

Soledad Reyes del Villar valora que fuera una apasionada en la lucha por la conquista de mayores libertades y que bregara por la educación de las mujeres de su tiempo. En su relato muestra cómo poco a poco fue abandonando su vida tranquila y hogareña en el campo y se entusiasmó con el proceso de la emancipación de América. Junto con ello, siguiendo el legado de su madre, presidió inolvidables y concurridas tertulias (en estos encuentros, los más asiduos eran el poeta Bernardo de Vera y Pintado, Manuel de Salas y Camilo Henríquez, grandes cerebros de la revolución). Al interior de esas reuniones, esta mujer de ‘armas tomar’ aprovechaba de difundir los logros de su hermano José Miguel en España y su reconocimiento en el regimiento Húsares de Galicia. La investigadora cita a Jorge Carmona con su trabajo ‘Carrera y la Patria Vieja’ y reafirma la idea de que la hermana mayor del clan ‘derrochó toda su habilidad, su gracia y pasión para prestigiar al guerrero ausente, crear sobre él una leyenda, exhibirlo, apartarlo de frivolidades y calaveradas y exaltar su fanatismo familiar y su sed de gloria’. Más adelante, la autora de Javiera Carrera y la formación del Chile republicano escribe que con su hermano fue absolutamente inseparable, trabajaba y lo ayudaba sin descanso, ‘secundándolo incluso en uno de sus mayores empeños: la formación de un ejército’.

Reyes del Villar advierte que si bien el núcleo central de esta obra es la vida de la patriota, ‘es más que una biografía, por eso con la editora, Consuelo Montoya, llegamos al subtítulo ‘La formación del Chile republicano’, porque incluye —además de su infancia y sus dos matrimonios, con Manuel de la Lastra y luego, al enviudar, con Pedro Díaz de Valdés— el relato de su autoexilio durante diez años, donde continuó apoyando los intereses de sus hermanos, la triunfal batalla de Maipú, el destierro de Bernardo O’Higgins en Lima y el período entre 1830-1860, es decir, cuando el país estuvo administrado por hombres conservadores, representados en la figura de Diego Portales. En este tiempo, Javiera estuvo dedicada a las labores del hogar y del campo, pero sus amigos —entre otros, Andrés Bello— y familiares sí participan y protagonizan algunos episodios de esta república pelucona’, señala la historiadora.

—Después de terminar la investigación, ¿con qué imagen se quedó de esta patriota?

—Una mujer de armas tomar. No le vienen con cuentos. Muy consejera y se metía en todo. No deja nada al azar. Su mamá murió joven y ella asumió la maternidad de sus tres hermanos. Era impetuosa y decidida. Cuando José Miguel estuvo involucrado en algunos escándalos amorosos, ella decidió y arregló todo. Algunos me han comentado que es un texto que coincide con los movimientos feministas del siglo XXI, pero no lo hice pensando en sumarme a una tendencia. Sí es notable que en una época donde era bien visto que la mujer se dedicara a la cosas del hogar o a labores de caridad, ella apoyó la causa patriota. Escondía sables en la bodega de su casa de Huérfanos, que tenía una salida secreta por la calle Morandé: la clave para entrar era ‘Viva la Panchita’, porque se llamaba Francisca Javiera. Incluso convenció a sus amigas cercanas para que donaran joyas y alhajas varias. ‘Alma ardiente y apasionada, amaba la acción y desafiaba el peligro’, afirma Vicente Grez sobre ella. Fue valerosa, luchó por sus ideales y sufrió de manera muy profunda la muerte de sus hermanos. Siempre se la muestra de bajo perfil, tras bambalinas, pero estaba en todo. Cualquier cosa se la preguntaban a ella. Algo que me llamó la atención es que la mujeres de su época se casaban y perdían el apellido, pero ella jamás se firmó como Javiera Díaz de Valdés. Siempre fue Javiera Carrera.

—¿Fue difícil narrar los hechos sin inclinar la balanza hacia Carrera u O’Higgins?

—Sí, a veces es difícil. Después de todo, los dos querían la independencia del país, pero tenían distintas formas de pensar y de actuar para conseguirla. Los dos eran patriotas valientes y decididos, y a pesar de que tenían los mismos intereses, representaban grupos diferentes. Y tal vez, por lo mismo, en algunos episodios que están relatados en el libro, es prácticamente imposible no sentir mayor simpatía o estar de acuerdo con alguno de los dos.

—¿A qué atribuye la enemistad entre ambos?

—Creo que había un problema de ego bien potente. Cada uno quería hacer las cosas a su manera, y no lograban entenderse. A Carrera le quitaron la comandancia del Ejército, para dársela a O’Higgins, antes del desastre de Rancagua. Ya exiliados en Mendoza, el odio era profundo. Carrera era un líder más criollo, y O’Higgins era parte de una maquinaria internacional. En el camino pasaron algunas cosas que radicalizaron esa enemistad, como por ejemplo, el duelo entre Juan José Carrera y Juan Mackenna, tutor muy querido de O’Higgins, que terminó con su muerte. Texto escogido del libro

La casa de Javiera en Buenos Aires dejó de ser un lugar de tertulias, donde los amigos solo se juntaban a leer las cartas que llegaban de Santiago. Aburridos en el exilio, empezaron a planear la forma de volver a Chile, para lo cual había que sacar del escenario a Bernardo, a San Martín y a los cerebros de la Logia. Y creían que el escenario les era favorable. Por esos días, O’Higgins estaba recluido en su hacienda, nuevamente enfermo y débil. Y San Martín padecía serios problemas para financiar y organizar su ejército libertador.

Con la ayuda de Manuel Rodríguez y Manuel José Gandarillas, desde Santiago, el general Miguel Brayer y el hijo del primer matrimonio de Javiera, Manuel de la Lastra, entre varios más, organizaron una colecta para reunir fondos. Se dijo que llegaron a reunir cuarenta onzas de oro, y que Javiera entregó las pocas joyas que le quedaban y vendió una casa que tenía en Santiago para llevar adelante el plan.

La idea era que Luis y Juan José cruzarían a Chile, y depondrían a Bernardo y a San Martín. Luis tomaría preso a O’Higgins y lo desterraría a Las Canteras. Juan José tomaría a San Martín y lo haría juzgar por un consejo de guerra que él mismo presidiría. Luego formarían un ejército de diez mil hombres para seguir rumbo a la liberación de Perú.

Para esto, tomarían caminos separados y se juntarían en El Monte. Primero partió Juan José, fingiendo llamarse Narciso Méndez, junto a Manuel de la Lastra, José Conde y unos cuantos más.

Un mes después partió el grupo de Luis, bajo el nombre de Leandro Barra. Iba también Juan Felipe Cárdenas, joven militar retirado, que aparentaba ser un comerciante.

Javiera se quedó en Buenos Aires a la espera de noticias. No le contó a José Miguel una sola palabra del plan. Lo más seguro es que lo hubiera reprobado.