SANTIAGO.- «Chile tiene relaciones no solamente diplomáticas, sino que de amistad con todos los países del mundo. Lo tenemos con Estados Unidos, con Europa, y también las tenemos con China. Llevamos 50 años de relaciones diplomáticas con China», afirmó este jueves el Presidente Sebastián Piñera desde Beijing. Para Chile, un país con poco más de 200 años como república independiente, 50 años es un espacio de tiempo relevante. Para China, que antes de ser un país tuvo una larga trayectoria como imperio y civilización, 50 años no alcanzan a ser un 1% de su historia.
Es uno de los puntos que expone Yun Tso Lee, director del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales de la Facultad de Gobierno de la UDD, al pensar en el intercambio cultural que se está dando entre chilenos y chinos en este momento, pero también en las relaciones internacionales que ambos países han fortalecido en los últimos años y en las implicancias de ese choque cultural que, señala, no es menor.
Para relacionarse con China, explica, es necesario entender algunos conceptos que son fundamentales para su cultura y que la diferencian de la nuestra. Uno de ellos, dice, es la percepción en torno a las libertades individuales. «En occidente se pone al ‘yo’ en el centro del universo, es una cultura mucho más individualista. Hay un respeto a la libertad de expresión: puedo decir lo que yo quiero, porque para eso está la libertad, pero en Asia lo que prima es el concepto de la armonía y de la responsabilidad», menciona.
«Yo tengo que asumir la responsabilidad de lo que estoy diciendo. Eso quiere decir que si levanto una información que es falsa y que puede perjudicar a alguien, eso tiene consecuencias civiles y penales, porque es una calumnia, y ante eso cae el rigor de la ley», explica. «¿Qué es mejor? ¿Una sociedad democrática donde se dice lo que se piensa, o una donde la persona que habla asume su responsabilidad?». Lee, después de treinta años viviendo en Chile, tiene su propia respuesta: «No es que un modelo sea mejor que el otro, sino que simplemente son dos modelos muy diferentes de mundo, y los dos han funcionado». Al mismo tiempo, plantea otra pregunta: «China tiene 5 mil años de historia y en occidente hay alrededor de 2 mil. Son dos sistemas muy distintos que han estado en marcha de forma paralela. ¿Qué hay que hacer, en este mundo globalizado, para fomentar el respeto hacia los otros?».
Construir confianzas y honrarlas
Esta semana, el Presidente Piñera aterrizó en Beijing acompañado de una amplia comitiva: la primera dama, Cecilia Morel; el canciller, Roberto Ampuero; el director de la Direcon, Rodrigo Yáñez; el ex Presidente y embajador en el Asia Pacífico, Eduardo Frei; pero también viajaron empresarios como Andrónico Luksic, Francisco Silva y José Guzmán.
Es una mezcla que le hace sentido a la analista internacional y académica especialista en la cultura asiática, Constanza Jorquera. «Como China es una civilización en sí misma y la concepción de Estado-nación es muy moderna y occidental, se refiere a los otros actores como pueblos, no como países», explica. «Para ellos es muy importante no solamente reunirse con las autoridades formales, como el Presidente, el canciller y los parlamentarios, sino con representantes de la sociedad civil».
Son aspectos que, sugiere, se deben tener en cuenta al buscar estrechar lazos con un país como China, así como las diferencias en torno a conceptos como el tiempo. «En el caso de Chile, al ser occidental y tener un sistema neoliberal, hay una idea de rapidez y eficiencia: los acuerdos se quieren cerrar rápido», expone, y señala que eso se contrapone con el método chino, algo que incluso se enseña actualmente a empresarios y comerciantes que quieren hacer negocios allá.
«Lo que ellos valoran es la construcción de amistad en el largo plazo, por eso son tan importantes las visitas, las comidas, las reuniones y cómo se da la dinámica de crear confianzas dentro de la oficina, pero también fuera. Es la idea de generar lazos. Los acuerdos, en general, no se firman de una vez», complementa.
Así, también entra en juego el factor de la «lealtad». «En la delegación hay empresarios que tienen vínculos y acuerdos con empresas muy importantes. Si tú haces un acuerdo con una empresa china, tiene que ser siempre con la misma», dice. Esto se relaciona también con los tratados económicos internacionales, como las importaciones.
Uno de los objetivos del viaje, de hecho, es mejorar algunos acuerdos comerciales, incluyendo la exportación desde Chile de productos como la pera y, en un futuro, los cítricos. «La calidad de los productos debe ser alta. No puede pasar que si tú vendes uvas, un grano de uva esté malo. Hay un tema con la excelencia y con que todo esté perfecto, que se relaciona también con que son una sociedad muy visual. Si ellos te están comprando, tú tienes que entregar calidad», afirma.
Para eso, ritos como las comidas son importantes, y también son esencialmente distintos. Lee lo explica: «En occidente, cada uno come de un plato y yo decido a quién le convido. En cambio, la comida china son varios platos y se comparte. Es una idea comunitaria de armonía que traspasa todo», dice.
El «pragmatismo» chino
El viaje del Presidente y sus apreciaciones sobre el país no estuvieron exentos de críticas, debido al régimen de gobierno que tiene, con un partido comunista único que instauró la República Popular China en 1949. «Cada uno tiene el sistema político que quiera, lo que importa en este caso es que entre China y Chile estamos buscando con pragmatismo caminos, colaboración que beneficie a ambos pueblos», respondió Piñera a los cuestionamientos.
Su respuesta, de hecho, hace referencia a lo que Lee destaca como una de las características fundamentales de la cultura china: el pragmatismo. «China ha aplicado lo bueno del marxismo y lo bueno de la economía de mercado. Es algo rarísimo y se debe al pragmatismo. El sucesor de Mao Tse-Tung, Deng Xiaoping, lo dijo: ‘No importa que el gato sea blanco o negro: mientras pueda cazar ratones, es un buen gato'», cuenta.
«En términos políticos, se traduce en que da lo mismo si es comunismo o capitalismo, si produce progreso en la sociedad, porque ese es el fin último de la política. Si funciona, bien, y sino, lo cambiamos. Tanto Marx como Smith se estarían retorciendo en su tumba al ver lo que ha hecho China, pero Mao les diría: ¿Qué más da, si funciona?», añade.
Para Jorquera, se relaciona también con la importancia que le asigna la cultura asiática al «orden». «Para China, la libertad se supedita al orden, porque el orden garantiza la armonía y para ellos eso es lo más importante, más que la libertad en sí misma o la democracia como la entendemos nosotros», dice.
A juicio de Lee, se relaciona también con el confucionismo y la figura del pensador que vivió 500 años a.C., cuya doctrina «condicionó todo el sistema político y el quehacer cultural». En ese sentido analiza la «meritocracia». «La persona que gobierna lo hace porque tiene los conocimientos y lo que dice se acerca a la verdad. La autoridad llegó a serlo por sus méritos, y no se les puede cuestionar».
Se trata de una de las ideas centrales de Confucio: la «piedad filial», o el amor que deben ejercer los hijos e hijas a sus padres, pero que excede ese vínculo. «Es una sociedad rígida y jerárquica que aprecia mucho el tema de los mayores. Si la sociedad está convencida de que tiene que alcanzar un objetivo porque le hace bien al país, se va a movilizar nacionalmente y no lo va a cuestionar, porque es lo que el país necesita», complementa Jorquera.
Eso sí, asegura que es una idea que antecede a Confucio: la del «mandato del cielo», que señala que el líder —antes los emperadores, hoy el Presidente— recibe un mandato celestial para gobernar el mundo conocido, y debe hacerlo con virtud. «Si el líder es virtuoso, va a garantizar orden y armonía. También está la idea de la legitimidad: es muy importante que se cumplan las metas que se propongan, porque si el líder no las cumple, no es legítimo», explica la académica.
«Como sociedad colectivista, todo se ve como una gran familia. El Estado es tu familia, el líder es un gran padre y las decisiones que tome se asume que son por el bien del pueblo. Es algo propiamente chino, no es algo que derive del comunismo sino que viene desde mucho antes y tiene que ver con la forma en que ven la sociedad: muy jerárquica, ordenada, estable, vertical, obediente», dice.
Más allá de las Nuevas Rutas de la Seda
Este jueves comienza en el país asiático la segunda cumbre de las Nuevas Rutas de la Seda, que reunirá a más de 35 jefes de Estado y Gobierno hasta este sábado. Aunque funcionaba como una red de rutas comerciales que unía lo que hoy es China, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África en el siglo I a.C., el Presidente Xi Jinping ha buscado darle un nuevo impulso en forma de red ferroviaria y marítima desde 2013.
«Ellos conciben el mundo circularmente», explica Jorquera. «El nombre de China, en chino, significa ‘reino medio’: se conciben en el centro del mundo y es importante atraer a otros a su zona de influencia. Por eso buscan estrechar relaciones con África, Medio Oriente y Latinoamérica», dice, aunque explica que los acuerdos para China deben implicar ganancias para todos los involucrados. De lo contrario, no se establecen.
Asegura también que para China es altamente significativo reimpulsar esta ruta. «Nunca se han concebido como un país periférico o menor a los demás, pero hubo una pausa que es lo que llaman el Siglo de la Humillación y la Vergüenza, que va desde las guerras del opio hasta la fundación de la República Popular. Se sometió a China a tratados desiguales, abusos, invasiones y esos factores exógenos los llevaron a la decadencia», relata.
«Siempre han sido un pueblo con miedo a las invasiones, por eso existe la muralla china, y con interés en sobrevivir y no volver a ser humillados. Por eso el tema del orden: la armonía va a ayudar a que China esté protegida y estable, y con ella la región. Para ellos, reabrir esta ruta va con la idea de que China vuelva a ser lo que era, con el rejuvenecimiento chino y con volver a esa gloria», añade.
Lee complementa. «En los últimos 2 mil años de historia, la frontera política de China siempre ha estado ahí mismo. No ha salido a invadir otros Estados y eso ha sido una constante», dice. Lo señala como un rasgo cultural. «La cultura asiática no tiene esa idea de la imposición ante el otro, sino más bien espera que la conversión sea un efecto de que el otro descubra algo. Pasa incluso en la religión: no es que haya misioneros budistas a lo largo del mundo tratando de convertir al budismo, sin embargo vemos misioneros cristianos intentando convertir al cristianismo», expone.
«La Ruta de la Seda llegaba desde China a Turquía, pasando por culturas tan distintas como India, el mundo musulmán y el cristiano. A lo largo de toda esa ruta no hubo conflicto, solamente cooperación, porque el interés era el comercio. La ruta invita a los pueblos a la cooperación, porque busca ganancias compartidas y aleja el fantasma de la guerra», señala.
«Si la economía mundial crece, a todos les va mejor y a China también. Si se hace infraestructura ferrocarril, se empieza a dinamizar la región y comienza a cambiar el paradigma. Es una visión integradora donde prima el concepto de ganancia mutua y de beneficios mutuos. Si no hay ganancias para todos, no se hace, y eso es lo que define la cultura asiática: no el yo, sino la idea de la armonía», concluye.