Para los creyentes en la vida eterna, para la letra del Tango, a lo mejor, treinta años no sería nada, sin embargo, en estas tres décadas Chile ha cambiado ostensiblemente. En 1988 en el país había un 70% de pobres, hoy – según estadísticas – son apenas un 7%; había un alto porcentaje de cesantes que, a duras penas, era manejado por el PEM y el POJ; (empleo precario para el Plan de Empleo Mínimo y Plan para Jefes de Hogar).
Cerca de un 50% de los jóvenes de hoy – según encuesta de la Universidad del Desarrollo, no tienen ni idea lo ocurrido el 5 de octubre de 1988 y, a algunos de ellos les gustaría volver a un régimen autoritario si les diera seguridad ciudadana. Los chilenos de entonces eran flacos, pero bien hablados, pero hoy el problema principal en salud es la obesidad.
Han pasado tantos años que los cómplices pasivos celebran más el triunfo del No que los que, en esa época, luchamos por él. El Presidente Piñera, por el solo hecho de haber votado con su padre, don Pepe, parece poco menos que el estratega y el líder de la campaña de NO.
En lo personal, esa época fue la más fructífera y feliz de mi vida: trabajaba en el Servicio de Paz y Justicia, (SERPAJ), que tenía sedes en la mayoría de las ciudades del país. Con compañeros de la Institución creamos un programa de Educación por la Democracia que nos permitió recorrer casi todo el país, en que preparábamos apoderados para el control electoral. Estábamos convencidos de que la vía electoral era una salida posible para terminar con la dictadura. Francisco Estévez y yo publicamos, en junio de 1987, un ensayo, La dictadura de las armas a la soberanía popular, en que tratábamos de explorar el camino electoral.
El miedo de la ciudadanía estaba muy presente, y la mayoría creía que Augusto Pinochet iba a usar el fraude para mantenerse en el poder por ocho más en el poder. No faltaban quienes estaban convencidos de que en las cámaras secretas la CNI había instalado artefactos para detectar a los ciudadanos que votaran por la opción No a Pinochet. Recuerdo que en un programa radial yo debía desmentir a un co-panelista que, cada día, me presentaba nuevos argumentos para probar que Pinochet iba a usar métodos fraudulentos a fin de aparecer como ganador del plebiscito.
El lobista Eugenio Tironi es muy mezquino al escribir que, tanto los comunistas como los críticos de la Concertación no tienen derecho a la celebración de los 30 años del triunfo del NO. ¿Acaso tienen más derecho los que votaron por el SÌ? Sin las protestas a partir de 1983, sumada a la resistencia en las distintas poblaciones a lo largo de Chile el éxito del NO hubiera sido imposible, y fue precisamente la labor del Partido Comunista, que dudaba de la vía electoral para derrocar a Pinochet, y la lucha de los ciudadanos, especialmente de las poblaciones, convertidos en ese entonces en protagonistas de la epopeya.
Pasará mucho tiempo – no verán nuestros hijos y nietos – en que haya existido tanta cercanía entre los políticos y la ciudadanía. Después del memorable 5 de octubre los políticos decidieron que los ciudadanos se callaran, mientras ellos “transaban sin parar”, en medio de cocteles, y víctimas y victimarios alzaban sus copas brindando por la democracia.
Han pasado treinta años y se olvidan fácilmente que Chile estaba aislado antes del plebiscito, (Pinochet solamente viajó al extranjero dos veces, la primera, para enterrar a Francisco Franco, y el rey Juan Carlos fue a despedirlo al auto, para cerciorarse de que no se quedara a la toma de mando; la segunda fue cuando le “hizo la desconocida” su amigo Marcos, al no permitirle que bajara del avión, en Filipinas y, con el rabo entre las piernas, tuvo que devolverse a Chile, y muy indignado, romper relaciones con ese país, como si a Marcos le importara el Chile de entonces.
No podemos negar que la Concertación, siguiendo el modelo de Pinochet, aportó su aceptación internacional, demostrando que el neoliberalismo podría congeniar, a la perfección, con la democracia protegida, consignado en la Constitución de 1980, y que una democracia tuerta, muda y sorda puede funcionar perfectamente sin la ciudadanía, sólo destinada a votar, (como lo hacían los griegos con los reyes al recurrir a una exclamación afirmativa o negativa).
Felipe Portales, en su obra Chile: una democracia tutelada prueba, en el capítulo III, el pacto secreto que “entrega de la mayoría parlamentaria” prueba que el artículo 68 de la Constituciòn posibilitaba que la Concertación, con mayoría en la Cámara de Diputados y un tercio del Senado podían cambiar la Constitución de 1980. El pinochetismo se dio cuenta de este bache y, en el pacto secreto, llevado a cabo entre los líderes de la Concertaciòn y el ministro Cáceres, hizo imposible el cambio de la Constitución, que nos rige hasta hoy a falta de voluntad política de la Concertación y, luego, de la Nueva Mayoría. La teoría de “marcar la cancha”, del ideólogo y factotum de la dictadura, se ha impuesto más allá de su muerte.
Durante estos treinta años se ha producido una simbiosis singular entre concertacionistas y derechistas: quienes votaron por el No y los que votaron por el SÌ piensan casi lo mismo, y sólo los separan detalles. Los partidos políticos se han convertido en mafias de repartos, en que se reparte el botín. Los parlamentarios, por su parte, están felices en Valparaíso, gozando de sus suculentos sueldos y regalías, oliendo a los “rotos” de cuando en vez. Los ex MAPU, Eugenio Tironi, Enrique Correa y Óscar Guillermo Garretón, son amigotes de los Matte, de los Délano, de los Luksic y Cia. (No es ninguna casualidad de que Pinochet haya expresado que habría nombrado a Correa como ministro, durante su gobierno, de haber conocido su camaleónica naturaleza; en cuanto a Garretón, a muchos empresarios les encantaría que fuese presidente de la SOFOFA).
No podemos negar que algunos cambios, aunque lentos, han sido promovidos por la Concertación y su hijo la Nueva Mayoría; por ejemplo, el fin del sistema binominal, el voto de los chilenos en el extranjero y, sobre todo, la disminución de la pobreza y la creación de pensión solidaria, sin embargo, no se ha tocado en absoluto temas como la estafa de las privatizaciones de las antiguas empresas públicas, la corrupción empresarial, la evasión de impuestos por parte de las mismas, y sólo terminan pagando los más pobres, por medio del IVA, el 50% de los ingresos vía impositiva.
En el plebiscito de 1988 votó el 98% de los inscritos electorales; hoy, desencantados por la democracia, aún tutelada, y entendiendo que los ciudadanos no están invitados al botín, sólo vota el 40%, lo cual demuestra que, desgraciadamente, los más jóvenes, junto a los más pobres, optan por el abstencionismo, sin comprender que ese desafecto por la política lleva a elegir a los más corruptos y ladrones y a aventureros ex militares, como podría ser el caso de Jair Bolsonaro.
El triunfo del NO despertó muchas expectativas que han sido frustradas por los gobiernos de la Concertación, y lo de la “alegría no llegó” es un lugar común. Creer que un triunfo en una elección sobre un dictador, de más de 17 años en el poder, con un lápiz y un papel va traer, de inmediato, la felicidad, que la política es sólo poesía y no prosa también, es sólo un sueño despierto. En estos treinta años ha predominado el nihilismo individualismo, propio del neoliberalismo y la aceptación pasiva de que la riqueza sólo está destinada al goce de los ricos, mientras que la pobreza es el destino de la mayoría de los ciudadanos en este valle de lágrimas, y el principio de la actual filosofía es “lo mismo un burro que un gran profesor”, el “sálvese quien pueda”, y “amigo cuanto tienes cuanto vales…”