El día jueves 24 de mayo la Casa Blanca anunció que el presidente norteamericano, Donald J. Trump, suspendía unilateralmente la cumbre que se había organizado con su par norcoreano Kim Jong Un a realizarse en Sin-gapur el 12 de junio.
La razón que se entrega para la suspensión se encuentra en la presunta hostilidad que Pyongyang ha demostrado en sus últimas declaraciones públicas. Sin embargo, como suele ocurrir en el ámbito de las relaciones internacionales, la realidad es más compleja.
Por un lado, se encuentra la confusión que antecedió al anuncio de la cumbre y el desorden que se desarrolla después. No hay que olvidar que la cumbre deriva de toda una serie de acontecimientos que – si hubiera que establecer un punto de partida -se inician a partir de los acercamientos que Pyongyang y Seúl establecen con el inicio de los Juegos Olímpicos de Invierno en febrero de este año.
A partir de ahí, la retórica beligerante que había dominado el ciclo noticioso de 2017 comienza a menguar y se da paso a señales de entendimiento entre ambos países que rápidamente se encauzan a la organización de un encuentro entre los líderes de Estados Unidos y Corea del Norte.
El problema es que nunca quedó claro (o Seúl nunca logra transmitir correctamente), cuáles serían específicamente los puntos de discusión y cómo cabría entender algunos conceptos clave para los países involucrados (como des-nuclearización). Esa falta de especificidad dio pie a que Seúl manifestara qué es lo que se discutiría según su percepción.
Pero la percepción de Seúl es algo distinto a lo que Pyongyang efectivamente estaba dispuesto a discutir, generando así problemas de interpretación que confunden respecto de la óptica general de la cumbre.
En segundo lugar, el anuncio de una cumbre fue recibida con júbilo por sectores republicanos en EEUU y por algunos comentaristas (de hecho, ya se empezaba a circular la idea de que Trump sería merecedor del premio Nobel de la Paz).
Esta reacción, casi irracional, no tenía ningún sustento con la realidad. No sólo porque negociaciones así siempre involucran un período previo que es crítico e inestable, sino porque la experiencia demostraba que había más probabilidad de fracasar que de tener éxito.
El exceso de confianza y las expectativas sobredimensionadas, traen el efecto paradójico de amplificar los errores y hacer que un problema parezca más grave de lo que es. La inversión política es tanta que al final es mejor evitar una cumbre cuyos objetivos siempre iban a ser, cuando mucho, moderados.
Finalmente, las exigencias de EEUU no eran realistas ya que pedían la completa desnucleari- zación de Corea del Norte. ¿Por qué Kim aceptaría eso? ¿Qué se le entregaría a cambio? Pensar que Pyoyang simplemente renunciaría a sus armas nucleares sin garantía de nada era señal de un optimismo que rayaba en la locura.
El fracaso, así, estaba garantizado.
Guido Larson
Analista Internacional
Académico Facultad de Gobierno UDD.