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Isabel Behncke: El futuro está en nuestra capacidad de cooperación – El Mercurio

Nos damos cita en lo más cercano a una jungla que se puede encontrar un caluroso mediodía en el centro de Santiago.

– ¿Escuchas?- me dice Isabel Behncke (41) sentada en un banquito afrancesado de la Quinta Normal, al frente del Museo de Historia Natural-. Fue mi primer animal cuando era chica. Su mirada se eleva hacia el follaje de un árbol de gran tamaño donde habitan unos loros.

La célebre primatóloga chilena residente hace veinte años en Inglaterra, siete en Oxford, y actualmente en Nueva York, tiene la costumbre de «irse por las ramas» en su búsqueda de bonobos, una especie de monos que viven en el Congo y cuyo estudio en terreno le ha valido un reconocimiento mundial. Meses de expediciones perdida en lo que llama, citando la novela de Conrad, «el corazón de las tinieblas» de África: una meticulosa y arriesgada disciplina de observación darwiniana detrás de la cual brillan doctorados en Antropología Cognitiva y Evolutiva en la Universidad de Oxford, Zoología en la Universidad de Londres, Conservación (de Bosques nativos) y Evolución humana en la Universidad de Cambridge y un prestigioso puesto como investigadora del Institute of Cognitive and Evolutionary Anthropology (ICEA) también de Oxford.

Hace un año Isabel -sonrisa pegajosa, rulos victorianos -decidió cambiar su hábitat académico británico por un departamento en el East Village en Manhattan, junto a su marido, el neurocientista norteamericano Beau Lotto.

-Irme a Nueva York fue un salto al vacío. Dejé cosas que eran objetivamente muy buenas. En Oxford yo tenía una profesión súper buena, la mejor universidad del mundo, mi departamento, el laboratorio. Pero me gustan las dialécticas y los contrastes. Y creo en el embodyment (situarse en los ambientes). Porque uno empieza a responder a esto. Me interesa mucho conectarme con el zeitgeist (el espíritu) del mundo, el pulso de la civilización, al mismo tiempo que con lo salvaje -dice mientras se ajusta un ancho sombrero negro, que combinado con su gran mochila de cuero café la vuelve la única exploradora identificable de todo el Museo de Historia Natural.

Hace unas semanas estuvo en Chile para recibir el Premio Energía de Mujer de Enel, que desde hace doce años se entrega a mujeres que destacan por su contribución al desarrollo del país. Además, trabaja en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, donde es profesora asociada.

Estudiar la conducta de los bonobos, para evolucionistas como Behncke, no tiene otro mayor objetivo que estudiarnos a nosotros. Es un trabajo específico, sólo en apariencia exótico, que define así:

-Voy a las raíces y trato de desentrañar las influencias invisibles del ambiente en los primates y luego pensar cómo las podemos aplicar para la construcción de nuestros nichos.

Repensar nuestras relaciones sociales aprendiendo de «nuestros primos ocultos» -como define a los serenos bonobos- está en boga, y empresas de tecnologías de Sillicon Valley contratan a Isabel como consultora en bonding (creación de lazos) y humanización de diseños en interfases de internet. Los Ted´s talk le pagan varios miles de dólares por charla sobre las relaciones entre primates y humanos, BBC populariza sus estudios y la Universidad del Desarrollo la recluta cada año durante tres meses para integrar el CICS, Centro de Investigación en Complejidad Social.
Sus millas están sobreacumuladas y su coeficiente intelectual está deteriorado en un 70 por ciento, porque anoche, me cuenta, durmió apenas unas horas.

-No creo que te diga nada muy inteligente en este momento. Pero déjame intentarlo -se ríe.

– ¿Los animales son más felices que las personas?

-Me lo pregunto todo el tiempo (vuelve a reír).

– ¿En los bosques del Congo ha observado un ambiente más feliz que el de una esquina en Times Square?

-Hay un libro que se llama «Por qué las cebras no tienen úlcera». Los humanos tenemos esta capacidad única de poder planificar interacciones, de viajar mentalmente atrás y adelante en el tiempo, que no poseen los animales, lo que te produce estrés crónico. Es lo peor. De hecho, si tú lo piensas, en el mundo moderno el estrés crónico es el que nos va a matar a todos. Todos mis amigos creen que la cosa va mal. Quizás eso responde a tu pregunta.

– ¿Cómo volverse más bonobo? Tengo entendido que se la pasan jugando.

-Yo al menos no confío en nuestro libre albedrío ni en el autocontrol para cambiar las cosas. Soy partidaria de volver a soluciones básicas: el contacto cara a cara, conversar, tomar riesgos, jugar más, reírse y modificar el ambiente en el que vives. Tú, al igual que un primate, obedeces mucho más a eso que a tu voluntad de cambio. Si modificas algo de tu ambiente, éste te hace feedback de vuelta y cambias por presión. Es por eso que no sirve de nada pagar por adelantado el gimnasio para bajar de peso, por ejemplo. ¡Y la gente lo sigue haciendo y desertando! Tener un perro en la casa es mucho mejor. El perro te empieza a molestar, es como un niño. No queda otra que sacarlo a caminar. Esto es aplicable a todas las escalas.

-Algunos piensan que la solución es abandonar la civilización para volver a una vida más salvaje. Desenchufarse, de partida.

-No creo en la separación entre biología, cultura y tecnología, y tampoco creo en volver a lo primal. Las ballenas y los chimpancés también son animales culturales y tecnológicos. Usan herramientas. Como dice el Rey Lear: «Nothing comes from nothing» (nada viene de nada). Tenemos un legado, del que uno no se puede escapar tan fácil, y en ese sentido encuentro muy ingenuo e infantil, en el mal sentido, y muy peligroso pensar en soluciones de ese tipo.

– ¿Qué es lo realmente peligroso?

-La búsqueda de la felicidad, del monito feliz todo el tiempo. Como estética personal, casi epistemológica, creo en la complejidad de la vida, con sus conflictos, errores, riesgos, choques, instintos. La tarea de la ciencia, y de nadie en realidad, no es higienizarla. El mundo no es higiénico. Es maravilloso. Si nos gustan los árboles, tenemos que aceptar que las hojas también se caen.

Isabel ha visto más de una hoja caer en sus expediciones por el Congo.

Ramas de hasta 20 kilos, para ser más precisa.

Hija de Rolf Behncke (coautor junto a Humberto Maturana y Francisco Varela de «El árbol del conocimiento») y de la socióloga Isabel Izquierdo, tuvo una infancia burguesa y de vida al aire libre. Prefería conversar con animales que con personas. Mirar ballenas, pájaros, ríos, plantas, en lugar de monitos animados. El primer chimpancé que conoció se convirtió en su mascota. A los 20 años dejó sus estudios de Biología en la Universidad Católica y se instaló en la tierra de Darwin. Estudió en los campus más exigentes y competitivos de la ciencia internacional. El 2009 vino el llamado de la selva y los consejos de su maestro en Oxford, advirtiéndole que podía regresar muerta. «Estoy caminando por el bosque y tengo botas altas y casi piso una víbora del Congo y me atacó y mordió la bota. La bota me salvó la vida. Pero en ese minuto tienes que seguir caminando, y hay una rama, y después te caes a un hoyo», escribió en uno de sus diarios que ahora espera editar.

– ¿Qué aprendió de usted misma en su cara a cara con la naturaleza salvaje?
-Estar en la naturaleza es de una inmediatez, y también de un movimiento físico, que es bastante saludable. No alcanzas a pensar mucho. Con el tiempo y con el feedback lo dimensionas un poco más. Y dimensionas cosas que fueron más inconscientes. Ahora veo el lado claro y el oscuro de la curiosidad. Es un motivador fantástico, pero es verdad que, a veces, los exploradores mueren. La verdad fue súper dura. La pasé súper mal. Te quiebras muchas veces. Sientes agotamiento y frustración. Pero lo que no te mata te hace más fuerte.

CÓmo evolucionar

con bonobos

Isabel nunca fue atacada por un bonobo. La peor agresión de su vida la recibió de un grupo de hombres. Ocurrió en una zona musulmana de Delhi, la India, cuando tenía 21 años. Una muchedumbre de indios la acosó a la salida del Fuerte Rojo, tocándola y forcejeándola con intenciones de someterla a una práctica conocida como «violación masiva».

-Allá sucede. Terrible. Tuve suerte, me salvaron unos viejitos -recuerda.

– ¿Experiencias duras como esa la hacen simpatizar con el movimiento #MeToo?

-Al lado de los horrores en contra de las mujeres que he visto en el África, me parece algo quisquilloso. En general estoy con Parra, a quien le cargaban las ideologías. Y ese movimiento en particular es de una ingenuidad profunda, que además es contraproducente, porque hemos evolucionado hacia un mundo complejo, pero después le estamos pidiendo que tenga una simpleza y una ingenuidad que no tiene.

– ¿Qué opina cuando, a nivel de lenguaje, se dice de esos hombres que la atacaron o del productor Harvey Weinstein, que son animales?

-Lo encuentro una tontería. Entiendo por qué se dice, como diciendo que esos hombres no tienen control de sus impulsos, y que están guiados por su biología. Ya quisieras tú que fuera un animal. En los bonobos no existe la violación.

– ¿Ni siquiera le dan un manotazo a la hembra a modo de acoso?

-Cada vez que hay una interacción sexual, hay un macho que, si está iniciando la interacción, hace un símbolo de invitación, y la hembra va o se niega. Está entendido que hay libertad de elegir, no hay coerción. Ella puede decir que sí o que no, o algo intermedio. El juego está lleno de estas ambigüedades como la palmada, estamos jugando al pillarse y yo te voy a empujar, y este nivel de empuje está bien, pero tú me vas a dar un feedback, y yo voy a responder, y vamos a ir hacia acá, y nuestro juego va a escalar en intensidad, o va a bajar en intensidad, vamos a terminar subiéndonos a las ramas o vamos a terminar jugando a las bolitas.

– ¿Cree que es un equívoco ver a los hombres como una especie de potenciales agresores?

-Obviamente que hay abusos de poder, eso es innegable. Y delitos sexuales. Pero creo en la capacidad de los animales, y nos incluyo, para lidiar en nuestras interacciones diarias. ¿Desde cuándo que nos tuvimos tan poca fe? Si los perros son capaces de negociar las ambigüedades, de jugar en el parque entre un gran danés y un chihuahua, ¿por qué nosotros no lo vamos a lograr? Siempre hay un uno por ciento que es psicopático; hay que sacarlo del lugar de juego. Todo eso pasa, y para eso tenemos instituciones sociales y mecanismos legales que por suerte lo resuelven.
-Se debate si los impulsos sexuales masculinos son un asunto biológico o un producto cultural. ¿Cuál es su mirada?

-Eso también me da risa, porque hay una rama del feminismo, casi prefiero no llamarlo feminismo, una ideología totalitaria súper extrema que es muy anticiencia, porque creen que la ciencia les está diciendo «no, fregaste, tienes que aceptar la violación porque eso es del hombre animal». Y no es así. ¡Además creen que la biología es el determinismo! Lo primero que tú aprendes de comportamiento humano es que somos plásticos, no determinados, somos influidos por la cultura. Los bonobos, por ejemplo, no tienen infanticidio ni violencia de género. Los seres humanos tenemos un problema que no hemos solucionado, que es que no hemos erradicado el miedo de morir a manos de alguien de tu propia especie.

-Ha dicho que una de las peculiaridades de los bonobos es que solucionan sus problemas con sexo.

-Los bonobos tienen fama de ocupar mucho el sexo. Se ha desfigurado bastante esto porque todo el mundo cree que es estar a favor del amor libre. Hay que entenderlo desde el animal, no desde uno; para ellos tiene otro significado.

– ¿Cuál sería?

-Lo ocupan de una manera social, antiestrés. De hecho la mayoría del sexo en los bonobos se parece, yo te digo, mucho más a esas bromas y risitas nerviosas que pasan al principio del cóctel que a una relación de romance. Te doy un ejemplo. Están todos viajando por el bosque y van a llegar a un árbol donde hay comida, que es un recurso de alta calidad. Los bonobos tienden a ser más igualitarios que otras especies primates. Si tú no tienes una jerarquía clara, siendo igualitario, hay que negociar: si hay una sola fruta, ¿quién se la va a comer? Si está claro que tú eres la jefa, no tenemos ni para qué pelear. Pero si hay una fruta y están tres personas, seguramente se van a decir algunas cosas, y se van a testear. Surge una situación donde sube mucho el estrés… Y en verdad en el sexo de ellos no hay nada romántico, ni sensual, ni lento ni placentero. Son interacciones literalmente súper rápidas, que duran pocos segundos. En cautiverio sucede mucho más, en los zoológicos, porque hay más estrés, porque no tienen espacio.

– ¿Cómo solucionan sus conflictos si están obligados a convivir en un mismo espacio? Pienso en la vida matrimonial.

-Uno de los mecanismos de difusión de conflicto es irse. Como nosotros somos animales con lenguaje, siempre creemos que la solución de conflicto va por hablar. Ellos se separan durante el día y después se vuelven a encontrar.

-Tengo entendido que las hembras tienen el mismo poder que los machos.

-Las hembras forman coaliciones entre ellas y esas relaciones entre hembras son las que estructuran la sociedad. Pasa alrededor de ella. Por eso le llamamos matriarcado. No tiene nada que ver con decir que los machos son unos pobres tipos que están en la periferia. Te puedo mostrar fotos: los machos que yo observaba me dejaban boquiabierta. Son unos ejemplares magníficos, preciosos, fuertes, maravillosos, sólo que estos procesos de feedback social, sus procesos culturales, también son procesos de selección. Ellas los eligen por su carisma, por su liderazgo positivo, por su capacidad de juego con los chicos. Y nosotras las mujeres deberíamos elegir también con qué tipo de hombre tener sexo, ¿no? Tener mayor y mejor selección.

-Algunos hombres hoy día se sienten disminuidos frente a las mujeres más fuertes…

-El feminismo de los bonobos no deriva en machos escuálidos, pusilánimes, dominados. Ese es el genio de la hembra bonobo: recompensa comportamientos que en el corto y largo plazo terminan siendo beneficiosos para ellas y para los mismos machos.

– ¿No siente que el mundo animal es una realidad paralela?
-O sea, mientras yo veía esta sociedad de hembras que en realidad lo han solucionado bastante bien, estaba a relativamente pocos kilómetros de lo que llaman La Capital del Mundo de la Violación, en el lado oeste del Congo, que es donde se junta con Ruanda y Uganda. Allí, una mujer era violada cada media hora.

– ¿Hacia dónde van nuestras relaciones humanas más supuestamente evolucionadas?
– Temo que vaya a ir a esta cosa de El Gran Hermano. Y a como te decía antes, una higienización del mundo, que me parece que, primero, es aburrida. Un mundo en que cada relación donde haya flirteo tiene que estar monitorizada. Me carga la posición de debilidad en la que yo no puedo lidiar con la complejidad de mi propio mundo. Y con mi cuerpo. No quiero que nadie simplifique la complejidad de mis emociones ni le quite al ser humano esa riqueza ni esa biodiversidad interna que es tan rica. Las grandes transiciones en la evolución humana se logran gracias a relaciones en grupos grandes. El futuro está en nuestra capacidad de cooperación. *

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