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“Política de las encuestas” y “encuestas de la política”: una reflexión post elecciones presidenciales – Ciper

¿Se puede medir la opinión pública? En medio del incipiente y encendido debate originado por las erradas mediciones de la CEP y CADEM para las elecciones presidenciales del 19 de noviembre, en esta columna se examina a las encuestas en su doble cara: su histórico rol como instrumento “performático” que transforma o incide en aquello que dice describir y de qué manera su construcción técnico-metodológica es capaz o no de medir a un “electorado líquido” en constante relación de cambio y permanencia. En esta columna, la doctora en sociología, Daniela Jara, propone preguntas clave para el debate en curso y sobre la responsabilidad ética de las encuestas como productoras de información que tiene impacto y que puede moldear fenómenos sociales.

El desajuste entre los resultados de las encuestas electorales y los de la primera vuelta presidencial es en sí un material de investigación y reflexión, sobre todo porque el desfase fue consistente: las encuestas favorecieron a Sebastián Piñera y subestimaron a Beatriz Sánchez.  Este sesgo amerita detenerse en aquellos aspectos del fenómeno que no se reducen a una falla metodológica, sino que parecen problematizar algo más que eso.

Las encuestas de opinión política se han instalado como un instrumento de medición desde inicios del siglo pasado; a lo largo de décadas se han institucionalizado y transformado en un poderoso actor que media entre actores políticos, medios de comunicación y la sociedad (reconvertida eso sí en una figura intermedia entre ciudadanos y audiencia).

Pese a que el imaginario que las legitima hoy las relaciona con un saber técnico, objetivo, inocuo e imparcial, varias polémicas en su historia han puesto en tensión estos supuestos y muestran que esto no siempre ha sido así. Eventos como las elecciones de 1936 en Estados Unidos (cuando una prestigiosa encuesta erró al dar por perdedor a F.D. Roosevelt) o el plebiscito en torno al Brexit en 2016, son solo dos casos de una larga lista en que el “hechizo” de las encuestas se ha puesto en cuestión porque su capacidad de diagnóstico ha fallado. Sin embargo, entre caso y caso, las encuestas han proliferado, tanto así, que las hemos naturalizado como parte de los contenidos cotidianos que circulan en los medios de comunicación y orientan el marketing político. Pero a través de estas controversias, queda en evidencia que las encuestas tematizan problemas que van más allá de lo técnico, pues son inherentes al poder y su relación con la ciudadanía; en ese sentido, son una expresión contemporánea de dilemas clásicos [Beniger, 1992] que ameritan ser revisitados.

Las encuestas se basan en el supuesto de que las sociedades tienen algo que puede llamarse opinión pública y que ellas, a través de instrumentos de medición, permitirán acceder a este objeto, bajo la promesa de acercar a las democracias occidentales a una masa invisible de ciudadanos que se vería en ellas representada. Se presentan, en este sentido, como mecanismos funcionales a la democracia y una forma indirecta de evaluación de las distintas coyunturas políticas. La opinión pública como producto del “procedimiento encuesta” sería algo así como el promedio de las opiniones de una sociedad. Sin embargo, estos supuestos que aparecen como ideales, resultan también problemáticos.

Pierre Bourdieu, por ejemplo, criticaba a fines de los ‘70 la posibilidad de que existiera lo que consideraba un artificio: la opinión pública, y más aún, la capacidad de todos los individuos de producirla. Tal vez el elemento más importante de su crítica era el escepticismo ante la idea de que todos los individuos pudieran tener una opinión que valiera lo mismo y que pudiera, por tanto, promediarse. A partir de esta crítica, el sociólogo discute la idea racionalista de que cada opinión tiene el mismo peso. Ello tensiona un importante supuesto del paradigma liberal: la idea de que todos somos libres y estamos en igualdad de condiciones. En este contexto especifico, Bourdieu cuestiona la posibilidad de que exista una opinión pública homogénea e independiente de sus contextos.

La crítica bourdiana erosiona la base misma que justifica la práctica de la encuesta: que existe aquello que dice medir y que conocerlo –y  difundirlo– sea un insumo relevante para el sistema democrático.

A propósito del impasse de las encuestas en las elecciones del 19 de noviembre pasado, es posible tematizar otras dos dimensiones: una sobre la política de las encuestas y la otra sobre las encuestas de la política (en un nivel más metodológico-técnico). Lo anterior no solo aborda el problema de la opinión pública en sí, sino que a la encuesta situada como instrumento histórico de carácter “performático”, es decir, que transforma o incide en aquello que dice describir.

La política de la encuesta nos lleva a pensar en la pregunta de qué es lo que efectivamente muestra la encuesta y cuáles son las relaciones y negociaciones tras esta producción. Una línea crítica propone que lo que estos productos muestran no es más que la reificación o cosificación de las opiniones de la élite, planteando que las encuestas han sido funcionales al poder y sus regímenes “ideacionales”, es decir, participan en las prácticas de poder que ejerce un sector sobre otro (por ejemplo, el ejercicio de  influencia antes de una elección). De hecho, hoy puede decirse que las encuestas están en el centro de la práctica política misma [Pisle and Ward, 2001]. En el debate sobre las encuestas, varias investigaciones se han enfocado en ese asunto y han observado que las encuestas efectivamente tienen un efecto en aquello que describen y esto se relaciona con su capacidad de manipulación.

Los enfoques más críticos plantean que las encuestas producen la ilusión de un consenso, lo que permitiría la “gestión” de la opinión pública o la trasformación de la masa o la sociedad civil en una opinión pública conocible, externa, objetiva y domesticable. Acá es importante, sin embargo, mencionar que no todas las evidencias o los casos que se han analizado apuntan a que la política de la encuesta esté asociada siempre con las elites o el establishment. Shahrokni [2012], por ejemplo, sugiere desplazar el foco del análisis desde la instrumentalización de la encuesta a las formas de interpretación que hacen las distintas audiencias de estos datos, así como a las dinámicas e interacciones que estos resultados generan en distintos grupos. En el caso de Irán en los ‘90, Nazanin Shahrokni muestra que las encuestas incidieron en la formación de un “contra público” que terminó por apoyar un movimiento de reforma (1997-2005).

La relación entre encuesta y poder debe analizarse caso a caso. Aunque pareciera cierto que en todos los casos las encuestas son herramientas que disputan hegemonía, en el sentido gramsciano, pues son utilizadas como instrumentos en el posicionamiento público de ciertos discursos y valores que aspiran a dominar la representación del colectivo. No está claro, sin embargo, cómo ocurre esta relación entre instrumento y grupos de poder específicos. Ciertos estudios demuestran que la proliferación de las encuestas obedece a las demandas que ha creado la industria del marketing político. Miller, observando lo que llama la industria electoral en Estados Unidos, lo relaciona con el surgimiento de mercados electorales, con una serie de saberes que defienden su propio nicho donde se transan importantes sumas económicas.

Peisley y Ward examinaron esto en el caso australiano a fines de la década de los ’90, cuando observaban el surgimiento de una nueva forma de clientelismo entre partidos políticos y agencias de encuesta: relaciones de interdependencia mutua entre ambas partes surgían alrededor del diseño de campañas. A través de un estudio de contratos para sondeos de opinión, analizaron de qué manera las relaciones que establecen estas agencias con sus mandantes determinan los resultados que obtienen. A partir de evidencias de ese tipo, podemos entender que la imagen del mundo que resulta de las encuestas como instrumento político haya sido funcional, en general, para quienes tienen poder, el establishment.

En el caso puntual de Chile, la tesis sobre la manipulación en función y subordinación a intereses políticos parece ser relevante y esto implica que este impasse sea cuestionado no sólo en lo técnico, sino también en lo ético. Aquí, la relación entre instrumento de poder y poder parece fácil de identificar en una primera instancia: vemos cómo la mayoría de las encuestas están vinculadas a espacios de poder y sus intereses, de alguna u otra manera. CADEMUDDMORI y CEP, son un ejemplo. Esto se traduce en la circulación, recepción y naturalización de datos que producen narrativas e imaginarios sobre el orden político y que tienen incluso la capacidad de crear realidades o hechos (la producción del control social en su más clara expresión).

Quisiera poner el ejemplo particular de los últimos años, en que las encuestas devaluaron la imagen pública de las reformas impulsadas por Michelle Bachelet, cuya administración obtuvo reiteradamente la más baja aprobación de un gobierno en los últimos años. Los resultados electorales parecieran ahora mostrar otra cosa. Las encuestas contribuyeron a producir el artificio de una opinión pública anti reformista, pero las votaciones recientes obligan al menos a detenerse en esta paradoja. Aquí, la posibilidad de la crítica de la encuesta como instrumento de manipulación parece evidente.

La otra dimensión, aquella que refiere a la encuesta de la política alude a la faceta más técnica de los instrumentos, que también debe ser analizada e investigada. Lo interesante del caso chileno post elecciones presidenciales del 19 de noviembre, es que hay diferencias entre encuestas que usaron muestreos y técnicas de recolección distintas. Eso implica que la repuesta a los cuestionamientos técnicos no sea evidente, porque no falló un método en particular.

Para analizar el fenómeno del desajuste entre encuestas y elecciones se ha hablado mucho –y hace bastante tiempo– del electorado “líquido”. Es el término inspirado en las ideas de Bauman sobre la sociedad líquida, en que las categorías que estructuran o explican lo social son difíciles de predecir porque están en una constante relación de cambio y permanencia. ¿Quiénes son los votantes? ¿A quién se representa en las muestras? ¿De qué manera el carácter voluntario de la votación desafía la definición de diseños muestrales y cómo las agencias encuestadoras se han hecho cargo de este cambio en la misma definición del universo/muestra?

Otra posibilidad, que se relaciona con la sospecha de la manipulación, es que el desajuste de resultados muestre algo mucho más particular: uno de esos momentos de fisura hegemónica en que un sector (ej: el establishment político) y las imágenes que éste reproduce del mundo, son desplazadas por otras prácticas e imaginarios sociales. Son momentos bien descritos, por ejemplo, por esa idea recurrente que hizo circular Alberto Mayol en su franja como precandidato presidencial: que los circuitos de poder simplemente “no entienden nada”. En específico, el desajuste entre instrumento y fenómeno podría referir a la crisis de una visión de mundo homogénea, cuando el significante ya no se ajusta a su significado, porque el primero (lo nombrado) ha cambiado. Esto recuerda a otros contextos específicos en la historia de Chile: lo que pasaba en el congreso antes de Balmaceda o del primer Alessandri, en que élites resistentes se negaban a permitir trasformaciones que ya estaban en curso. ¿Significa esto que se trataría de contextos en que tiene lugar el advenimiento de lo nuevo?

En el contexto del impasse de las encuestas post elecciones y desde un punto de vista exclusivamente técnico (si acaso eso existe), se han hecho diversas alusiones a varios aspectos que pudieran explicar las brechas caso a caso y se ha dado inicio a un incipiente debate local. Se ha mencionado, sólo por referirme a algunos elementos, a que en sociedades de trabajo precario no sería extraño sospechar que los encuestadores tuvieron una capacitación deficiente. Se ha criticado también el uso de muestreos no probabilísticos en algunas encuestas. Se ha dicho que probablemente en el uso del panel (como el aplicado por UDD  o Criteria Research) hay prácticas de maximización de beneficios: se trabaja con personas que ya manifestaron su disposición a participar, con el objetivo de ir midiendo cómo cambia su percepción en el tiempo. Pero, ¿qué significa que las personas manifiesten su voluntad permanente de ser encuestados? ¿Cómo afecta esto la calidad del dato?

Independiente de este debate, es interesante pensar en que todas se equivocaron, pese a que sus técnicas, estrategias e instrumentos eran distintos ¿Qué nos dice esto? ¿Es algo atribuible al votante, a la condición actual de la opinión? ¿O debemos mirar los cuestionarios mismos, los muestreos o la construcción del perfil de votante? Creo que es un debate por hacer y una deuda.

Por último, y un aspecto que parece fundamental como respuesta post controversia, es rescatar la importancia de regular el campo de las encuestas. En cuanto estas se deben éticamente a la sociedad, son productoras de información que tiene impacto y que puede moldear fenómenos sociales, hay que generar un debate y una reflexión: ¿A qué criterios y deberes responden? ¿Cuánto clima pueden generar? ¿Qué agencias las auditan? ¿Cómo van a responder por sus prácticas profesionales?

Este escenario puede ser una oportunidad para repensar el rol que tienen las encuestas y la industria que se ha generado a su alrededor sobre su responsabilidad para con la sociedad a la que dicen informar.

Referencias citadas

Beniger, J (1992) : The Impact Of Polling On Public Opinion: Reconciling Foucault, Habermas, And Bourdieu . En Internttional Journal Of Public Opinion Research Vol. 4 No. 3.

Bourdieu, P (1979) Public Opinion Does Not Exist. In: Mattelart, A, Siegelaub, S (Eds) Communication And Class Struggle. New York: International General.

Herbst, S (1992) :  Surveys In The Public Sphere: Applying Bourdieu’s Critique Of Opinion PollsInternational Journal Of Public Opinion Research, Volume 4, Issue 3, 1 October 1992.

Shahrokni, Nazanin (2012) The Politics Of Polling: Polling And The Constitution Of Counter-Publics During ‘Reform’ In Iran. Current Sociology. Vol 60, Issue 2.

Splichal, S (1997):  Political Institutionalisation Of Public Opinion Through Polling. Journal of the European Institute for Communication and Culture. Javnost – The Public, 4:2, 17-38.

Peisley Y  Ward: (2001) Parties, Governments And Pollsters: A New Form Of Patronage?Australian Journal Of Political Science, 36:3, 553-565.

Ver artículo online: http://ciperchile.cl/2017/12/01/politica-de-las-encuestas-y-encuestas-de-la-politica-una-reflexion-post-elecciones-presidenciales/

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