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Contradicciones vitales – Cambio 21

Tiempo de campaña electoral, tiempo de promesas, ofertones, propuestas y debate político, donde uno de los aspectos en discusión tiene que ver con un concepto tan amplio como abstracto, pero que cruza la vida cotidiana de todas las personas: el mercado. En tal contexto, y de forma coloquial, se habla de economía de mercado, libre mercado, modelo neoliberal, oferta y demanda, etc. Conceptualmente, el cientista político Marcelo Mansilla Betti lanza la siguiente definición: «histórica, cultural y psicológicamente el mercado es un lugar de encuentro de personas para efectuar transacciones de bienes, servicios e ideas, donde importa qué es lo que se transa y las condiciones sobre las cuales se realizan esas operaciones». Apelando a la visión liberal, el académico y exdecano de la Universidad de Los Lagos sostuvo a Cambio2l que «el mercado es la circunstancia perfecta para transar, porque todos ganan y nadie pierde».

Por si no lo sabía, el principal ideólogo de esta doctrina es el inglés Adam Smith, autor de «La riqueza de las Naciones» y precursor de la «mano invisible», acontecimiento donde se plantea que lo único que hace el Estado es entorpecer la organización de la economía y la libre circulación de la riqueza. En contraposición a este modelo está la economía socialista, la que, a la inversa, le otorga casi exclusivamente la toma de decisiones al Estado y propone la propiedad colectiva de los medios de producción y la igualdad de oportunidades. El alemán Karl Marx, autor del «Manifiesto Comunista» y «El Capital», es el teórico de esta mirada y quien canalizó en su pensamiento los problemas sociales de los trabajadores generados por las duras condiciones impuestas en los primeros tiempos de la Revolución Industrial. En Chile, y más allá del profundo cuestionamiento que provocó la crisis del liberalismo en los Estados Unidos (crash financiero de 1929), se instauró la economía de mercado basado en los contenidos que desde la Universidad de Chicago importaron a nuestro país los profesionales Álvaro Bardón, Pablo Barahona y Sergio de Castro, los famosos «Chicago Boys».

A propósito de septiembre y de las conmemoraciones del golpe militar de 1973, el historiador César Cerda Albarracín afirmó que la Constitución de 1980 fue impuesta como una «contrarrevolución», dado que «echó abajo la nacionalización del cobre, la reforma agraria y los intentos de industrializar el país que venían de los tiempos de Pedro Aguirre Cerda».

En concreto, la moneda pasó del escudo al peso, se bajaron los aranceles para importaciones y exportaciones de productos no tradicionales, se fijó el dólar a $39, se potenció la inversión extranjera y se privatizaron numerosas empresas estatales. La meta era achicar el Estado lo más posible, para que así la mano invisible pasara a dirigir los destinos de la sociedad, como finalmente ocurrió, por cierto, hasta que el exceso de libertad económica ocasionara una gigantesca deuda, quiebras de empresas y personas y una crisis que elevó las cifras de cesantía hasta el 30 por ciento. Por lo tanto, el concepto de mercado en el que «todos obtienen lo que quieren», como lo recalca el profesor Mansilla, pasó a ser una «concepción ingenua», toda vez que en esa concurrencia de intereses (competencia), «no todos llegan en igualdad de condiciones».

«Intencionalidad política v/s realidad»

Después de la recuperación económica, que no impidió que políticamente se terminara la dictadura de Augusto Pinochet, el debate sobre más o menos mercado y más o menos Estado marcó los años de la transición. A tanto, que las «dos almas» de la Concertación (1990-2010) y la Nueva Mayoría (2013-2017) siempre estuvieron presentes, primero bajo la dualidad «autoflagelantes-autocomplacientes» y segundo con el nacimiento de los «díscolos», grupo de parlamentarios críticos de la centroizquierda que hicieron posible la fragmentación del sector y el triunfo de la derecha en las urnas después de 50 años. La última representación provino del senador PPD Jaime Quintana, quien instaló la hipótesis de la «retroexcavadora para derribar los pilares del modelo neo-liberal» en los primeros meses del gobierno de Michelle Bachelet, lo que provocó como respuesta el argumento de los «matices», la «gradualidad» y la «moderación».

Según el sociólogo y analista Juan Christian Jiménez, la postura del legislador «fue desafortunada y de poca habilidad política. El momento que se eligió fue catastrófico desde el punto de vista mediático para un gobierno que no ha tenido la capacidad concreta de dar respuestas, además que ni el PPD existía voluntad política».

«La intencionalidad política es otra cosa y es más o menos compartida por la mayoría de los chilenos, en el sentido de que la economía como está no nos acomoda», dijo a este medio. Como sea, el docente aclara que hablar de la desaparición del mercado «es absurdo. Hay que usar el apellido concreto, si es libre o no, y si condiciona ideológicamente a la forma de mercado. Pero hay una trampa ahí, porque en general se habla con mucha soltura y de forma global sobre conceptos que no dicen nada en lo concreto».

«El común de los mortales no tiene idea al referirse al mercado cuando está condicionado a sí mismo a eso de forma diaria. Lo absorbe, es productor y reproductor, porque es intercambio. Se debe apuntar a qué tipo de mercado y a qué tipo de lógica se quiere seguir. Existen políticos que quieren terminar con el mercado o el sistema neoliberal, pero son dos cosas distintas», explicó. Sin perjuicio de lo anterior, algo se puede hacer para incorporarle algo más de «equidad, valor y ética» al actual paradigma, de acuerdo con Marcelo Mansilla: «fortalecer el rol del Estado siempre y cuando este sea eficiente y objetivo, lo que es bastante difícil».

«De hecho, puede producir una carencia, dado que institucionalmente puede estar penetrado por algunos intereses que hacen que las decisiones no sean imparciales y no busquen la imparcialidad, sino que inclinen esas determinaciones hacia sectores de interés poderosos dentro de la sociedad. Es lo que se conoce como la captura del Estado», destacó, «No es que se acabe el mercado», acota Esteban Silva, sociólogo y líder del movimiento de Socialistas Allendistas, «la discusión consiste en redistribuir la propiedad y los excedentes que están en manos de grupos económicos muy concentrados».

«Estamos hablando de redistribuir la relación desde una perspectiva de la soberanía económica para el país entre las riquezas básicas, los frutos que generan esas riquezas, como pasa con el tema minero y la pesca y las relaciones internacionales, en el que no podemos suscribir Tratados de Libre Comercio o profundizar la Alianza del Pacífico. Queremos un comercio justo y equitativo que permita que el Estado y la propiedad colectiva, social, cooperativa, pequeña y mediana industria puedan competir y acceder a la integración económica en otros términos», explicó para esta crónica.

Revolución donde no la hay

Así como las bases del actual modelo de mercado se instalaron en la Constitución de 1980, los partidarios de cambiar la Carta Fundamental aspiran a imponer una visión diametralmente distinta. Acá Marcelo Mansilla asegura que el llamado que hizo la actual administración «tuvo poco impacto. Ni se entendía mucho por qué algún sector político de la Nueva Mayoría postuló la Nueva Constitución en vez de reformas constitucionales, que por lo demás no es tan nueva ni original, dado que estaba en el programa del candidato presidencial Eduardo Frei Ruiz-Tagle (2009), lo que no tuvo mayor interés en el electorado, que no lo apoyó mayoritariamente, y tampoco fue objeto de debate ni cuestionamientos».

«Lo que pasa después, cuando el tema vuelve a tratarse, es que hay algunos intereses ocultos, derechos humanos y derechos a la vida y otros. Entonces, bajo la apariencia de querer cambiar la Carta Magna, en el fondo, lo que se quiere alterar es el derecho de propiedad, elemento que incomoda a otros sectores políticos», agregó. Interviene el sociólogo de la Universidad de Chile Manuel Antonio Garretón: «una Constitución que tiene tres o cuatro páginas dedicadas al derecho de propiedad y una línea al derecho a la vida, obviamente no resiste en ningún proceso democrático».

«El gran temor que han tenido siempre la derecha y quienes se oponen a una nueva Constitución es que saben que desencadenado un proceso constituyente, donde se devuelve el poder al soberano y en el que el pueblo participa a través de representantes elegidos institucionalmente e incluso en un Congreso, el tema del modelo social y económico va estar completamente en juego», manifestó en estas páginas. «La Presidenta Bachelet ya presentó un proyecto que incluye una convención constituyente, que perfectamente podría ser una asamblea constituyente. Eso no está definido. Dependerá del tipo de mecanismo que se apruebe en el Congreso», complementó. Retruca el director de la facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, Eugenio Guzmán: «a veces se tiene una mala lectura de lo que son las demandas de los sectores de la clase media».

«Marx siempre creyó que las clases medias eran un grupo que constituía la `pequeña burguesía’ y que tenía una contradicción vital: si bien accedía al capital, tenían medios de producción, el pequeño tendero, etc., pero no poseía suficiente capital como para alcanzar bienes de explotación del proletariado. Entonces, él decía que era una clase ambigua. Y creo que tenía razón», expuso. Atención: «a lo que está enfrentada la izquierda -y la derecha también-, es a una clase media que es muy veleidosa y cambiante, que tiene demandas que a veces las leemos como revolucionarias cuando no lo son, que es el problema de la izquierda. O la derecha, que las interpreta como una adhesión ciega al mercado, cuando tampoco no lo es», argumentó el académico para la suma. . «ese será el dilema de los» próximos años y de la-democracia que se venga. Mucho vaivén y diagnóstico de que se viene- una revolución. Ojo, no viene ninguna revolución. Las clases medias son grandes demandantes de igualdad, pero también de diferencias. Mire la contradicción: no quieren AFP y hasta podrían aceptar una AFP estatal, pero la platita donde sus ojos las vean». La disputa ideológica sigue en desarrollo

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