¿Quién asegura que una asamblea pueda expresar los intereses universales de la sociedad y que esté exenta de intereses particulares y corporativos? Sería ingenuo suponer que su diseño y mecanismo de selección de sus miembros, per se, permitiría salvar los obstáculos mencionados.
Una de las recetas que suenan como remedio mágico para abordar y resolver la crisis actual de credibilidad de la política es el cambio de la Constitución, a través de una Asamblea Constituyente. Y claro, entre los argumentos que se mencionan es que el Congreso no podría tener independencia para hacerlo, puesto que las materias sobre las que se debiera legislar afectarían sus propios intereses corporativos.
Este argumento posee algunas debilidades. Siempre existen intereses amenazados de los propios legisladores, puesto que ellos no son sólo eso, son también ciudadanos, creyentes, consumidores, etc. ¿Por qué cuando se trata de algunas reformas decimos que ellas están teñidas de intereses y otras no? Por ejemplo, si el argumento anterior fuera correcto, la reforma electoral, que constituye el corazón de la política democrática pues determina la forma como se distribuye el poder, no tendría legitimidad. Sin embargo, hasta ahora nadie la cuestiona en esos términos.
Segundo, ¿quién asegura que una asamblea pueda expresar los intereses universales de la sociedad y que esté exenta de intereses particulares y corporativos? Sería ingenuo suponer que su diseño y mecanismo de selección de sus miembros, per se, permitiría salvar los obstáculos mencionados. Por otra parte, si se cree que una fórmula corporativa puede resolver esto, por la vía de convocar a las “fuerzas vivas”, a la “sociedad civil” (gremios, políticos, empresarios, trabajadores, ONGs, juntas de vecinos, etc.), ello sería un retroceso enorme del modelo de sociedad democrática, ya que no sería mas que una forma de intermediación más fragmentada de los intereses de la sociedad.
La experiencia en reformas y cambios de este tipo son elocuentes en términos de los efectos devastadores sobre el poder. En concreto, las asambleas han sido las fórmulas para concentrar el poder en facciones que manejan de mejor manera los “humores” de los constituyentes, particularmente en democracias presidenciales acostumbradas al modelo de la arbitrariedad del líder. Dicho de otro modo, son la fuente y cimiento del populismo. Al estar exentas de control político y, más aún, de sentido político, son el canal de expresión de la antipolítica, e incluso de la utopía.
La lógica de asamblea requiere como medio de legitimación la descalificación de la política y los políticos, lo que socava aún más la desconfianza, que en un contexto de alta desconfianza institucional (medios, jueces, ONGs, sindicatos, etc.) genera un juego permanente de búsqueda de “chivos expiatorios”. Es decir, instituciones y actores con el propósito de recuperar reputación culpan a otros de los males sociales, lo que ahonda aún más la desconfianza social. Ciertamente, el escudo ideológico-emocional de algunos ve estos argumentos como conservadores, neoliberales, burgueses, capitalistas, frente a lo cual no hay mucho que responder.
Publicada en La Segunda 16/03/2015