De los resultados del Simce es posible sacar algunas conclusiones.
Primero, que en todos los niveles socioeconómicos y en todas las dependencias los resultados son malos. Es decir, no estamos en condiciones de hacer afirmaciones sobre la importancia del tipo de establecimiento en el rendimiento de los alumnos, en cambio sí respecto del influjo sociocultural del niño: lo que pesa es la casa.
Por otra parte, cabe preguntarse qué nos ofrece este Simce. La educación está dominada por las mediciones estandarizadas de selección múltiple; los profesores son evaluados, premiados y castigados en sus salarios, así como los colegios, por los resultados que obtengan en el Simce y la PSU. ¿Están estas pruebas en condiciones de medir y promover la capacidad de análisis crítico o la elaboración de pensamiento abstracto? En el ítem «desarrollo de ideas y vocabulario», sólo el 9,3% de los niños tiene nivel alto. Independiente de la calidad del profesor, éste debe su evaluación a que el estudiante rinda en este tipo de pruebas, generando un incentivo perverso.
Si bien ya existen estándares esperables y metodologías propuestas para el desarrollo de la lecto-escritura, no existen instrumentos estandarizados para medirla; nadie ni nada obliga a los docentes a aplicarlos. Si cargáramos la mano a la calidad de los profesores, como se ha vuelto usual, cuestiono: a profesores mal pagados (en todo tipo de colegio), con promedios bajísimos de horas de preparación en su carga horaria y con promedios altísimos de alumnos por aula, ¿podemos pedirles más? ¿A qué hora y con qué motivación desarrollarían ellos la habilidad de la escritura? A veces un poco de empatia es necesaria para el análisis.
13/10/2014