La reciente discusión sobre el voto obligatorio en Chile ha suscitado un intenso debate sobre la participación ciudadana y la calidad de nuestra democracia.
En este contexto, es crucial recordar una verdad fundamental: las reglas importan, las instituciones importan y, dependiendo de cómo estén diseñadas, los resultados pueden variar significativamente.
El marco normativo que rige nuestras elecciones no es un mero detalle técnico, sino un factor determinante que puede influir en el comportamiento de los votantes, la representatividad de los resultados y, en última instancia, la legitimidad del sistema democrático.
Tomemos como ejemplo dos países que sostuvieron elecciones recientemente, Francia y Reino Unido. El sistema francés fue construido tras el fracaso de la Cuarta República, que duró desde 1946 hasta 1958. Durante esos 12 años, Francia tuvo 26 gobiernos, dos de los cuales estuvieron en el poder solo dos días.
En contraste, la Quinta República, creada por Charles de Gaulle en 1958, fue diseñada para proporcionar mayor estabilidad gracias a un nuevo sistema electoral y, hasta ahora, ha funcionado según lo esperado. En ese sentido, la elección recién pasada tuvo como resultado una Asamblea Nacional dividida, lo que es indudablemente un resultado subóptimo. No obstante, de igual forma, el sistema electoral funcionó según lo proyectado, dado que permitió la generación de alianzas para bloquear a los extremos.
El partido de Le Pen, que se proyectaba obtendría una mayoría absoluta o relativa, terminó en tercer lugar, a pesar de haber sido el bloque más votado con un 37% del voto, algo así como 10 millones de preferencias.
Al otro lado del Canal de la Mancha, los laboristas obtuvieron una mayoría parlamentaria arrolladora, alcanzando un histórico umbral de 411 escaños. Sin embargo, dicho partido solamente alcanzó el 33,7% de las preferencias, un poco menos de 10 millones de votos, lo que representa una pérdida de cerca de quinientos mil votos respecto a la elección de 2019, donde solamente alcanzaron 211 escaños.
El contraste entre Francia y Reino Unido demuestra cómo diferentes sistemas electorales pueden producir resultados drásticamente distintos con una cantidad similar de votos. En Francia, la Agrupación Nacional que obtuvo el 37% de los votos, pero no logró buenos resultados, se contrapone al éxito laborista con solo el 33,7% de los votos.
Este fenómeno evidencia que el mismo porcentaje de votos puede tener consecuencias muy diferentes según el sistema electoral implementado. Esta disparidad nos lleva a una reflexión necesaria sobre el voto obligatorio en Chile, especialmente cuando nos aproximamos a las elecciones municipales de octubre y al siguiente ciclo presidencial.
La implementación o no de este mecanismo puede tener un impacto significativo en la representatividad y legitimidad de los resultados electorales.
Si no somos conscientes de cómo las reglas del juego electoral afectan estos resultados, corremos el riesgo de subvertir el principio democrático de equidad y representatividad. Es fundamental que, como país, abordemos esta discusión con seriedad y determinación.
No podemos permitirnos cambiar el sistema con cada elección según convenga a ciertos grupos o circunstancias temporales. Es imperativo establecer un sistema electoral permanente y hacer las reformas necesarias para garantizar su equidad y eficiencia a largo plazo.
Un sistema electoral estable proporciona certidumbre y confianza a los votantes, y fortalece la legitimidad de los procesos democráticos.
Además, las reformas deben ser pensadas y aplicadas de manera que se ajusten a las realidades sociales y políticas del país, promoviendo así una democracia más inclusiva y representativa.