Los primeros meses de 2010 fueron el inicio de un periodo en el que reinó la incertidumbre, la perplejidad. Muchos se debatieron entre la reinvención o el trazado de alguna ruta de resistencia, fuera ésta la vocería autonominada de los movimientos sociales y las deudas de la transición o el laborioso esfuerzo por mantener la estantería del conglomerado que ahora comenzaba su travesía fuera del poder.Era la parte más cruda del desalojo que —se quiera o no— fue un móvil poderoso para una fracción del electorado que por primera vez desde el fin de la dictadura le daba la espalda a la alianza política del arcoíris.
La Concertación que llegó a las elecciones del 2009 estaba herida de muerte. Sin ir más lejos, tres de los candidatos que compitieron en esa oportunidad provenían de escisiones de su propio cuerpo y el candidato oficial que corrió con sus timbres despertaba muy poca adhesión y muy pocas pasiones.Para entonces, el consenso ambiente apuntaba a que, ya lejos del poder, lo que venía era la total desintegración de un bloque que ya no compartía ni un diagnóstico político ni un propósito común. Y curiosamente, los más entusiastas sepultureros del conglomerado no estaban en la vereda política de enfrente, sino entre los propios cortesanos del reino concertacionista. Todos están con ella y, a través de eso, están con ellos mismos. Para todos, Michelle representa lo que ellos siempre dijeron: para algunos moderación, para otros cambio. Para algunos Concertación, para otros nueva mayoría.
Ella viene con crecimiento, redistribución, reforma laboral, tributaria, política y cultural.Cuánto ha cambiado el panorama desde entonces. A tres años de la retirada, una candidata de la hoy oposición no solo es la favorita indiscutida para llevar a esa coalición de vuelta a La Moneda, sino que su sola presencia ha devenido en mayoría en ambas cámaras del Congreso y el ambiente político completo se ha acostumbrado a bailar al ritmo de sus declaraciones, sus silencios y sus gestos.Así las cosas, la idea del triunfo ha logrado que el frío de la lejanía del poder mute en calor, que los diagnósticos rupturistas den paso a proclamaciones y que la música de Michelle haya encontrado una variopinta lista de intérpretes que, con más ganas que talento, han salido al escenario a cantar y bailar, poniendo de su propia cosecha a un ritmo contagioso y alegre que por estos días lo llena todo.Si hasta el filo concertacionismo europeísta, desenfadado, crítico y contracultural del The Clinic, la Yein Fonda y el Liguria enarbola hoy pompones bacheletistas. Junto a ellos, la facción más crítica de la Concertación, que vociferaba sobre el viraje a la izquierda, que dividió listas para poder representar nítidamente la voz de la calle sin contaminarse del halo transaccional de sus socios-competidores, hoy afila los codos para salir en la foto.Todos están con ella y, a través de eso, están con ellos mismos. Para todos, Michelle representa lo que ellos siempre dijeron: para algunos moderación, para otros cambio. Para algunos Concertación, para otros nueva mayoría. Ella viene con crecimiento, redistribución, reforma laboral, tributaria, política y cultural. Ella habla como Tohá, desconfía como Escalona, actúa como Girardi y siente como Patricio Fernández. Ella porta todas las banderas y su programa es todos los programas ¿será esto posible? Qué importa, en circunstancias como las actuales tal parece que la única tarea nacional patriótica es volver a sentir el calor y abrigo del poder.
Publicado en diario El Mostrador el 18 de abril del 2013.