Como todos los 31 de diciembre, Xi Jinping realizó su tradicional discurso de año nuevo. En dicha oportunidad, como de costumbre, destacó logros y fortalezas de la nación China, así como también desafíos futuros para el año entrante.
El panorama, en general, fue optimista, y múltiples redes sociales locales, tales como Weibo, se llenaron de comentarios positivos. No obstante, a pesar de los buenos deseos, es indudable que el 2024 será un año complejo para China y, en consecuencia, también para Chile.
El 13 de enero tendrán lugar elecciones generales en Taiwán. Más allá del resultado, que según las últimas encuestas se estarían inclinando por el incumbente Partido Progresista Democrático, caracterizado por su dura posición respecto a China. Lo más probable, sin importar el ganador, es que Beijing se mantendrá insatisfecho por la negativa de la Isla a reunificarse con la República Popular.
Dicha tensión, contribuirá a las ya difíciles relaciones con Estados Unidos, que si bien han mejorado en los últimos meses, en especial después del episodio del globo espía en febrero pasado, siguen distando mucho de estar a la altura de la relación bilateral más importante de nuestros tiempos.
Estos elementos exacerbarán las múltiples vicisitudes que China enfrentará en materia económica. Desaceleración, potenciada por un mercado inmobiliario en declive y un creciente desempleo juvenil, pone en duda la capacidad del país para mantener su impresionante trayectoria de expansión.
La compleja coyuntura representa riesgos significativos para Chile en 2024. Nuestra economía está intrínsecamente ligada a China, principalmente en la exportación de cobre, pero crecientemente también en otros productos, como las cerezas, y en las importaciones de bienes cada vez más sofisticados.
Consecuentemente, los vaivenes políticos o económicos que involucren a China son de vital relevancia para Chile, y resulta poco probable que en el corto plazo podamos diversificar nuestros socios comerciales de manera tal que podamos protegernos de estos riesgos.
Esta realidad, probablemente se mantendrá más o menos continua en el futuro, ya que parece quedar en el pasado las décadas en que las principales potencias del mundo se dedicaban casi exclusivamente a cooperar económicamente entre ellas.
En ese sentido, Chile, como país pequeño y abierto, necesita adaptar su estrategia de internacionalización. No es sensato tomar posición, pero tampoco es una buena idea seguir adelante como si siguiéramos en la década de 1990.
Por este motivo, resulta razonable buscar estrechar lazos con socios relevantes pero menos explorados, que entreguen alternativas sustantivas a nuestras exportaciones. En particular, India y los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, son los principales candidatos.
Esta búsqueda necesita tomar en consideración la posición relativa de Chile frente a sus socios político-comerciales. Nuestro país es pequeño y con poco peso a nivel internacional. Por este motivo, a pesar de las crecientes tendencias al proteccionismo, debemos seguir el camino de una estrategia clara y apegada a las normas internacionales, en especial al marco dictaminado por la Organización Mundial de Comercio.
En pocas palabras, 2024 será un año complejo. La interdependencia económica entre Chile y China, aunque beneficiosa, expone a Chile a vulnerabilidades ante las fluctuaciones políticas y económicas de nuestro principal socio comercial. La necesidad de diversificar las relaciones comerciales se ha vuelto imperativa.
Más allá de la búsqueda de una nueva estrategia de desarrollo, como ha manifestado la administración actual en múltiples ocasiones, esta debería ser la principal labor de la política comercial chilena, adaptarnos a los nuevos vaivenes de la política mundial.
Por Juan Pablo Sims
Centro de Estudios de Relaciones Internacionales (CERI)
Universidad del Desarrollo
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