El “Plan Calles sin Violencia” recientemente implementado en 46 comunas de nuestro país, considera como únicos criterios de focalización la frecuencia en la ocurrencia de homicidios, además de ser capital regional.
Pero, ¿es la frecuencia de un delito en particular la que debiese ser considerada o las consecuencias generadas por el aumento del fenómeno delictivo, en concreto el temor y la inseguridad?
La delincuencia genera efectos psicológicos, de percepción y conductuales en la población, sean víctimas o no, afectando negativamente su calidad de vida, modificando el comportamiento y posiblemente restringiendo actividades cotidianas. Pero el sentimiento de inseguridad también puede ser el resultado de lo que observamos y percibimos en un momento y entorno particular. El actual deterioro, descuido y abandono de espacios públicos, así como la presencia de comercio ambulante, corresponden a incivilidades que también pueden conducir a mayores niveles de inseguridad.
Ahora bien: ¿quiénes manifiestan en mayor medida este sentimiento de inseguridad? Al respecto, la victimización podría ser la primera causa, sin embargo, hay otros factores que aumentan aún más esta percepción. Los factores individuales juegan un papel importante en el riesgo de victimización, así como en la percepción general de inseguridad. En efecto, el género y la edad son los factores individuales más incidentes, en la medida que están relacionados con la vulnerabilidad física, vale decir, quienes tendrían menor capacidad física al enfrentar una situación delictual. De allí que se aprecian diferencias entre hombres y mujeres en la percepción inseguridad y cambios de hábitos, a modo ejemplo, el ser potencial víctima de delitos sexuales en el caso de las mujeres, lo que acrecienta aún más la inseguridad. Algo semejante ocurre entre adultos mayores y personas de mediana edad respecto a la percepción de inseguridad.
De acuerdo a la ENUSC, en 2021 la victimización de hogares por un delito de mayor connotación social, sin considerar los homicidios, se redujo en 2,3% respecto del 2020. No obstante, la percepción de inseguridad alcanzó un nivel histórico de 86,9% para el año 2021, con un incremento de 2,6% respecto de 2020, vale decir todo lo contrario. Esta paradoja podría deberse a la definición de inseguridad utilizada. El sentimiento de inseguridad puede ser evaluado y desagregado en tres dimensiones: la emoción que se experimenta, el cálculo de las amenazas, y la preocupación por la inseguridad.
Los registros del Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD) para 2022, muestran que los homicidios aumentaron un 34,4% respecto de 2021, el robo con violencia o intimidación lo hizo en un 64,3%, el robo por sorpresa en un 62,4%, las lesiones (leves, menos graves y graves) un 25,9%, los abusos sexuales y otros de la misma índole en un 20,7% y el porte de armas un 53,4%. Estos resultados sugieren que el sentimiento se inseguridad, más allá de la victimización, podría estar determinado por factores más allá de la emoción que se experimenta, vale decir, probabilidad de amenaza o cálculo de la misma que hacen las personas y la preocupación del fenómeno a nivel territorial que dichas personas perciben.
Entonces, siendo la inseguridad ante la delincuencia la que afecta, y de manera diferenciada, la conducta de las personas y genera un malestar de la ciudadanía, cabría preguntarse nuevamente si la frecuencia de un delito en particular, o sea, solamente de los homicidios, debiese ser el único criterio de focalización para la implementación del “Plan Calles sin Violencia”.
Por Hugo Contreras Gómez, Centro de Políticas Públicas UDD
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