¿ Puede darse una interpretación acabada y segura de los movimientos sociales de los años 2011 y comienzos de 2012? Los autores de «El Malestar de Chile», señalan que un pilar clave de este análisis ha sido la pobre respuesta del mundo político oficialista y opositor.
» El Malestar de Chile…» recaba y disecciona una serie de datos, visiones y tendencias, para luego interpretar lo que han sido las marchas y erupcones sociales de los últimos meses en nuestro país.
A juicio de los autores el pretendido «malestar social», es una lectura con carga ideológica sesgada y unilateral de la realidad chilena.
El peligro de aceptarla como única interpretación posible es que el país entienda cuales son sus verdaderos problemas ni – en consecuencia- cuáles son las soluciones que requiere. La eclosión social sobrevino a despecho de los buenos indicadores económicos y sociales.
Se ha hecho habitual sostener que Chile está viviendo una crisis de representación. No obstante los movimientos que se expresan en las calles cada vez cuentan con menos apoyo por parte de las población, según se desprende de un estudio realizado por la empresa “Imaginacción y es que es muy diferente expresarse en las calles, que tomarse las calles. Lo que en un momento tuvo mayoritario respaldo popular, devino en abulia ciudadana, en razón de los desmanes y marchas sucesivas que más parecían lanzar al estrellato a líderes juveniles que a tratar de ir en aras de una solución a las demandas ya conocidas.
En la actualidad un sector mura con distancia y matores grados de reflexión o de crítica los acontecimientos sociales y políticos que desfilan ante sus ojos, fenómeno inherente y hasta salutífero del proceso de modernización que vive nuestro país.
Es claro y comprobable. Siempre hay una cierta borrasca en un proceso semejante, ya que el orden político queda algo rezagado respecto de la población, que espera de sus representantes mayor sintonía y cercanía. Los cambios culturales que se dan en una atmósfera de modernización promueven – entre otros – una mayor horizontalidad en las relaciones entre la ciudadanía y la capa dirigente, y una multiplicación de demandas ciudadanas que ya no sólo incluyen la satisfacción de las necesidades materiales, sino también el compromiso con valores que los cientistas políticos denominan “postmateriales”, como, por ejemplo, el cuidado de la naturaleza o la calidad de las ciudades. Esto ayuda a entender las más de 800 movilizaciones que van desde el año pasado hasta ahora. Esas variadas exigencias aspiran encauzarlas, desafío que los partidos y líderes políticos no han sabido abordar bien y que explican en parte la situación actual. Lo que queda claro es que se trata de algo que va más allá del descontento político. Estamos en presencia de un descontento social.
Ya en octubre el año 2010 una encuesta de los centros de estudios CEP, Cieplan, Libertad y Desarrollo y ProyectAmérica desnudaban que el 78% de los partidos políticos no tenían ninguna virtud.
Es muy probable que a medida que Chile se fue desarrollando, la ciudadanía se haya vuelto cada vez más exigente con sus representantes. Luego, el sistema político no fue capaz de desarrollarse a parejas con el país.
En plena Guerra Fría circulaba este relato en torno a la vitalicia rivalidad socialismo vs. Capitalismo: “ para saber qué sistema económico es más eficiente, es cosa de ver hacia qué lado del planeta arranca la gente”.
El modelo económico imperante en Chile, zarandeado y vapuleado resiste todo tipo de fustigaciones. Me recuerda a esos monos porfiados, que aunque uno los golpee a los empuje, vuelven a su posición original.
¿ Por qué resiste tanto este modelo machacado e insultado?
La razón es muy simple: otra cosa es con guitarra. ¿ Conoce usted – amigo lector un modelo económico que sea simpático y defendido por moros y cristianos? Yo aún no lo he encontrado. Nos guste o no, el modelo liberal ( para algunos neoliberal) es más defendido por los Premiso Nobel de Economía.
La Concertación suele jactarse – y con justa razonable de que Chile duplicó su ingreso per cápita en los 20 años en estuvieron en el poder. Y están en lo cierto logros: se mantuvo una política fiscal responsable que ha sido valorada a nivel internacional. Entonces, el camino seguido por el país, con una economía abierta, integrada al mundo y con un mercado libre, permitió que se diera un sustantivo salto en la calidad de vida de la población.
No sólo la pobreza se redujo más de 40% a principio de la década de los 90, a un 13 a fines de la Concertación. También se triplicó el ingreso mínimo y el país creció cerca de un 5% en promedio durante ese período.
¿Cómo pudo lograrse todo esto y en tan poco tiempo? Aplicando el modelo liberal, que algunos llaman neoliberal, muy denostado, pero aún no igualado.
Una digresión. En “El Malestar de Chile” se pasa lista a las demandas estudiantiles, que abogan – entre otras cosas – por una educación gratuita, pues señalan los dirigentes de izquierda que el Estado puede brindarla. La pregunta obvia es, ¿por qué puede darla? Porque Hacienda pública está en condiciones de hacerlo. ¿Y por qué está en condiciones de hacerlo? Porque ese modelo tan zaherido y abominado ha sido los suficientemente eficaz como para “hacer caja”.
Con todo, el mentado modelo tiene falencias que pueden ser enmendadas al interior del mismo, y tanto Guzmán como Oppliger ( los autores) no dribblean esa responsabilidad.
Un libro necesario, que pone el punto sobre íes y nos refrenda que Chile hace rato encontró su camino económico ese mismo nada fácil y escarpado.
Como para encontrarle razón a ese pensador alemán cuando sentenciaba que “es fácil darse cuenta cuando se está por el camino correcto. Generalmente, este camino es cuesta arriba”.
* Noticia Publicada el 09/09/2012, en El Labrador de Melipilla, Melipilla, Chile.
Autor: A. Aravena.