Demandas diversas, sin conducción clara y tácticas del gobierno han hecho perder fuerza al movimiento social.
“Los movimientos sociales tradicionales perdieron el instrumento con que siempre habían actuado, que eran los partidos políticos que después de la transición estuvieron preocupados de administrar el Estado. Se quedaron sin su apoyo clásico y los movimientos nuevos no encuentran el espacio partidario para (aterrizar) sus propuestas”.
Así explica el sociólogo y premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2007, Manuel Antonio Garretón, el actual proceso de desmovilización que parecen vivir los movimientos sociales desde la transición a la actualidad, y que actualmente están dando un respiro a la administración de Sebastián Piñera. Esto, a diferencia de su primer Gobierno cuando además de la movilización estudiantil debió enfrentar protestas regionales como lo de Magallanes (2011), Freirina (2012) y Aysén (2012), entre otras. Y hechos más puntuales como la presión para rechazar la construcción de la Central Termoeléctrica Barrancones, proyecto que Piñera finalmente terminó bajando con un “telefonazo” en agosto de 2010.
Muestra de ello es que el pasado 25 de abril se desarrolló la primera marcha estudiantil del año —de la Aces, Cones y Confech— y Carabineros cifró en 7 mil los asistentes en la Región Metropolitana. Asimismo, el 31 de marzo sólo dos mil personas adhirieron en Santiago y 60 mil a nivel nacional a la primera marcha 2019 de No+AFP, momento en que su líder Luis Mesina ligó la baja asistencia a la falta de resultados y el cansancio.
Desgaste de una fórmula
El premio nacional de Historia 2006 y actual académico UMCE, Gabriel Salazar, dice que “el movimiento social que se desarrolló en Chile después de Aylwin es uno que tenía asambleas de base, propuestas, pero que seguía marchando. Eso pasó con los pingüinos (en 2006) y con los estudiantes universitarios (en 2011)”. Pero cree que ese tipo de movimiento “está en declinación porque marchas, pides, pero no obtienes nada porque no te invitan a ser parte de la decisión”. Por ello, reivindica, ante el desgaste de los partidos políticos como aliados, la organización territorial que se vio en Piñera I como la “forma asociativa más eficiente”.
“Lo conversé con Luis Mesina de No+AFP. Le dije que están en la etapa de la movilización callejera, pero mientras no tengan un proyecto de ley respecto a todos los temas —incluyendo salud, lo de Isapres y todo lo previsional— y se asocien con otros gremios a nivel nacional para proponerlo, las marchas se van a ir debilitando y perdiendo gente”, agrega.
Para el decano de la Facultad de Gobierno UDD, Eugenio Guzmán, movimientos, que deben tener “foco, culpabilidad y singularidad”, también “pierden fuerza en la medida que haya actores políticos que tomen los temas y exista disposición a legislar al respecto” y se traslade la discusión al Congreso.
¿Mérito de Piñera?
Si bien consultados reconocen mérito en acciones puntuales de Piñera como haber presentado la Reforma Laboral el 2 de mayo, un día después Día del Trabajador y la marcha de la CUT, o contener con su “Agenda Mujer” los coletazos del histórico despliegue feminista del 8 de marzo pasado, la falta de una efectiva conducción dificultará que la molestia ciudadana por casos como los medidores de luz y las alzas de los planes de Isapres, entre otros, puedan reavivar movimientos masivos.
Manuel Antonio Garretón tiene una explicación para el actuar de Piñera: que para su segundo Gobierno aterrizó el concepto de la clase media, y este “nuevo discurso tiene la visión de un país que es una suma de demandas individuales, ¿cuáles? Las de ciertos actores que son los que después van a influir en la opinión pública”.
Por ello, “concede lo que sea aunque sean un poco contradictorias acciones algunas con otras”, dice el sociólogo —ejemplificando con lo sucedido con el ida y vuelta del gobierno en el caso de los medidores— y agrega que de esa manera Piñera apunta a las encuestas y “elimina la protesta, el reclamo, da satisfacciones y obliga a los sectores de oposición a definirse estrictamente frente a una u otra cosa que aparece como el interés general”.
También dice que dicha estrategia puede mantenerse sin un contraproyecto de visión país para hacerle frente. “No existe ese proyecto, los partidos perdieron la capacidad de hacerlo y los actores y movimientos sociales —que en un momento plantearon una cierta visión conjunta— hoy día están entregados a sus propias demandas (…) esa situación favorece a gobiernos de derecha”, se explaya Garretón.
En este escenario, el Frente Amplio —en cuyas filas militan los dirigentes estudiantiles de 2011—tampoco está funcionando como un catalizador efectivo. Así lo reconoce el académico de la FEN de la U. de Chile y militante del Movimiento Autonomista, Nicolás Grau. “Me gustaría que el FA, más que descomprimir cosas, pudiera canalizar esa rabia que existe en términos políticos y lograr ciertas transformaciones importantes para que la gente sienta que a través de la acción colectiva se puede cambiar la realidad. Creo que todavía tienen un peso específico que no les permite alterarla”, dice.
Ahora bien, en este proceso, el movimiento feminista no representaría una amenaza directa para el Gobierno por la amplitud de sus demandas. “Puede ser que la jerga feminista aún no haya madurado como para cuestionar temas estructurales frontalmente (…) y el Gobierno no aparece como un adversario tan directo, aunque éste no esté abordando los temas más de fondo”, profundiza Grau.