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Caso Caval por Gonzalo Müller

El escándalo en torno al caso Caval sólo le ha traído malas noticias al Gobierno. No solamente porque es el hijo de la Presidenta quien se ha transformado en protagonista de esta trama inmobiliaria, sino porque su relato de la igualdad se trizó duramente. La credibilidad del Gobierno y de la Presidenta han bajado, poniendo […]

El escándalo en torno al caso Caval sólo le ha traído malas noticias al Gobierno. No solamente porque es el hijo de la Presidenta quien se ha transformado en protagonista de esta trama inmobiliaria, sino porque su relato de la igualdad se trizó duramente. La credibilidad del Gobierno y de la Presidenta han bajado, poniendo en cuestión su verdadero compromiso con ese muro entre negocios y política que ofreció en la campaña.

La indignación que produce este caso tiene más que ver con la sensación de que este negocio sólo fue posible por los privilegios y garantías de la posición política del propio Dávalos, producto de ser hijo de la Presidenta. Sin duda que ayudó a agravar la crisis el mal manejo del caso, en la medida que se iban conociendo antecedentes, incluida la reunión con el vicepresidente del banco más grande del país. Otra vez, los hechos pulverizaban la intención de un gobierno que se había esforzado en construir una imagen distante del poder económico, y que hoy aparecía pidiéndole ayuda.

Es extraño que ningún asesor le haya anticipado a la Presidenta los costos de no haber actuado más rápidamente, y que el tradicional silencio que muchas veces la había mantenido fuera de la trifulca política, en este caso sólo agravaría la sensación de indignación.

La Presidenta habló ayer de un momento doloroso. Que se enteró de todo por los diarios, apostando por la credibilidad que aún mantiene y dejando en claro que la molestia con su hijo es fuerte. Ella sabe que está en juego el alma de su gobierno. Por eso, tuvo que decir expresamente que su compromiso con la promesa de la igualdad se mantendría.

La oportunidad del Gobierno y de la oposición es tratar de salir del lodo en que encuentran y pasar a ser activos promotores de una nueva institucionalidad. Una que permita recuperar la confianza de los ciudadanos en sus autoridades y regule estrictamente cómo éstas se vinculan con el poder económico. Para esto tendrán que tener la altura de miras para saber que sólo lo podrán hacer juntos, entendiendo finalmente que es la credibilidad de todo el sistema político y democrático la que está en riesgo. No hay espacio para cálculos pequeños ni para más escándalos.

Publicado en La Segunda 25/02/2015