SANTIAGO.- Dieciséis años han pasado desde que el ex Presidente Ricardo Lagos recibió en La Moneda al entonces líder de la UDI, Pablo Longueira, con el objetivo de iniciar una serie de negociaciones para impulsar una agenda de modernización del Estado, luego de la crisis provocada por el caso Coimas y el MOP-Gate, entre otros. Dicha cita fue gestionada por el entonces ministro del Interior, José Miguel Insulza, quien fue figura clave para el éxito de las tratativas.
¿El resultado? Se estableció un nuevo sistema de financiamiento de la política, se creó la Alta Dirección Pública y una nueva regulación para las compras estatales, entre otras medidas de probidad y transparencia.Sin embargo, los problemas generados por la relación entre el dinero y la política reaparecieron diez años después con los casos Penta, SQM y Caval.
La credibilidad de la ciudadanía hacia el sistema bajó a niveles históricos, sumando a nuevos actores, como Carabineros, la Iglesia, el Ejército y actualmente el Poder Judicial y el Ministerio Público.
De acuerdo a una encuesta realizada por la Universidad del Desarrollo y publicada por El Mercurio, el 81% de los chilenos cree que las instituciones están en crisis y que esa merma en la confianza ha sido constante en el tiempo.
Además, los políticos y la Iglesia están entre los peores evaluados, en un diagnóstico que desde hace años no ha podido ser revertido por sus protagonistas. En ese contexto, Insulza, ex secretario general de la OEA y actual senador del PS, conversó con Emol sobre esta compleja realidad, advirtiendo que actualmente existen una serie de factores que impiden que la clase política logre tomar cartas en el asunto para poder reeditar una mesa de trabajo como la que él lideró junto a la oposición en 2003.
—¿Qué impresión tiene acerca de las cifras de esa encuesta?
—»Creo que esa crisis existe, hay una gran desconfianza en el mundo político. La crisis consiste en que todo el mundo piensa que las instituciones están en crisis.
¿Cómo se sale de eso? Es un proceso largo, en el que tenemos que empezar a decirle la verdad a la gente, porque hoy día está lleno de gente que miente en la política”. «En eso no estoy hablando solo de las fake news, sino que cuando el dirigente político dice que las cosas andan muy bien y las cosas andan muy mal, o cuando se hacen discursos huecos y se dicen cosas vacías. Yo creo que la política puede volver a ser importante cuando cada uno diga su verdad, la diga con mucha claridad y nadie se enoje».
—¿Qué factores influyen para que se haya instalado esta crisis institucional?
— «No creo que las instituciones, en cuanto a estructura jurídica, estén en crisis. Creo que hay poderes fácticos que antes no existían».
—¿Cómo cuáles?
—»Las redes sociales son un claro poder fáctico. Estoy hablando de los que manipulan, los que pagan a firmas que meten mensajes en Twitter, en Facebook y todo lo demás. Esos son cada vez más poderosos. Los nuevos poderes fácticos y las mentiras complican, pero por sobre todo complica la falta de capacidad de los políticos para hacer su pega bien».
«Yo estoy en el Senado y tengo gran respeto por mis colegas. Pero ayer o anteayer se aprobaron como cinco proyectos en el Senado, un récord, algo que hace muchos años no pasaba, y se aprobaron todos por unanimidad, no hubo votos en contra. ¿Por qué tenían que hablar todos los senadores en todos los proyectos? Porque hablan para las redes sociales, pues. Hacen unos tremendos discursos convencidos que con eso se van a ganar a la gente y la gente lo que quiere es un sistema político eficaz, capaz de resolver las cosas. Entonces, creo que hoy la gente tiene la sensación de que se les está ocultando algo y la única forma es decir ‘mire, yo hago esto'».
—¿Cómo cree que se puede salir?
— «Esto se va a demorar. Seamos claros, faltan liderazgos para llevar los cambios adelante, pero no es solo cosa de unos liderazgos, sino una actitud general. ¿Qué es lo que se le exige al político hoy, que vaya con la corriente de las redes sociales? Si los políticos van a leer lo que dicen en Twitter en la mañana antes de ir a votar al Congreso, estamos perdidos».
—En 2016, usted dijo que el ambiente en medio de las investigaciones abiertas por financiamiento irregular de la política era el más «nocivo» que recordara desde el período anterior al golpe militar. Considerando eso, la crisis de 2003 y la actual, ¿es ésta la crisis institucional más grave de los últimos tiempos?
—»Hay otros años nocivos, como el del caso Spiniak, que ensució mucho al sistema político y de manera bastante canallesca. Sin embargo, de alguna manera lo de 2016 se ha ido superando por la vía de que ha habido juicios y se han dictado leyes para que no vuelvan a pasar esas cosas. Pero estas crisis son naturales, esas cosas en democracia van a pasar alguna vez, lo importante es atacarlas con energía y modificar lo que sea necesario».—¿Pero la situación es mejor, igual o peor que en 2003?
—»En algún sentido, es mejor, porque tenemos mejores leyes. El financiamiento de la política es mucho más transparente. Ahora, en esa época se hablaba con mucho realismo también. O sea, los que eran partidarios de que las empresas siguieran dando plata para la política lo decían francamente, en ese sentido no sé si hemos progresado o no”. «Hoy día la gente dice las cosas menos francamente que antes, andan todo el día asustados viendo el Twitter. Objetivamente estamos mejor, porque hay leyes mejores, hay mucho más transparencia, se conocen muchas más cosas y se gasta mucho menos plata en la política que antes, pero en el sentido subjetivo, no estoy seguro”.
«La gente anda más atemorizada que en esa época cuando se hicieron las reformas. Yo me la jugué para que las empresas no pudieran donar y hubo gente no solo de derecha, sino que de mi propia coalición que dijeron que no. Y no eran argumentos turbios, ni malos ni feos, la gente se atrevía a decirlo, se atrevían a decir más las cosas».
— ¿Cómo se gestó ese acuerdo, qué ingredientes se dieron para que resultara?
—»Los partidos eran más sólidos en esa época, funcionaban mejor y por lo tanto, los interlocutores eran muy claros.
La opción mía fue bien simple: Cuando vino Longueira yo le dije que íbamos a hacer una mesa y nos reuníamos con los jefes de los partidos y éstos aceptaban esas decisiones, pese a que algunos no tenían tanto apoyo en sus direcciones».
“En seguida, fue un acuerdo completamente transparente, nos juntábamos en La Moneda y nadie se juntaba escondido ni nada por el estilo. Tercero, y esto es fundamental, había un genuino interés en ponerse de acuerdo. En ese momento no había mucho partido chico en el Congreso, y la verdad es que si uno de los partidos tiraba el mantel hubiera echado por tierra las reformas».
«Había genuino interés en ponerse de acuerdo. A raíz de esas negociaciones y otras que he hecho, me preguntan cuál es la mejor forma de llegar a un éxito en una negociación, y yo digo que la gente quiera ponerse de acuerdo. Yo creo que hoy el mundo político está cada vez menos disponible para los acuerdos».
—¿A qué atribuye eso?
— «Se ha perdido mucho esa idea de que la política está para llevar adelante acuerdos para resolver problemas que el país tiene. La política se ha puesto muy individualista, algún senador que no nombraré, porque es casi divertido que haya dicho eso él, es la imagen viva de lo mismo que dijo, que los senadores somos empresas individuales de autopromoción».
«Y la verdad es que eso es así. Eso quiere decir que usted puede tener un acuerdo internacional que usted considera que es vital para su país, que con él estaríamos cambiando una gran cantidad de cosas, pero si va a perder votos en su circunscripción, no lo va a votar».
«O sea, nadie está dispuesto a sacrificar su interés personal, por el de la nación, eso es lo que existe hoy día. Para mí, que llevo en la política tantos años, eso es particularmente doloroso, yo no entré para eso. Digan lo que quieran de los políticos de antaño, pero nosotros entrábamos al asunto porque nos preocupaban las cosas que pasaban».
—¿Cómo se puede cambiar eso?
—»Este es un país que piensa bastante, la gente todavía discute y conversa mucho. Yo creo que es posible dejar el cinismo, el individualismo y la inmediatez que nos rige. Ahora si eso cambiará, supone cambios más profundos de lo que parece: la gente ya se acostumbró a tuitear y si no le cabe en los caracteres ya no le interesa».
«Con el Presidente Reagan, a comienzos de los ’80, todos estaban horrorizados en la Casa Blanca, porque pedía todos los temas en una carilla. Hoy una carilla es mucho, entonces eso creo que le ha hecho mucho daño a la política, que no ha encontrado forma de relacionarse con el nuevo poder fáctico, no ha conseguido superar la inmediatez, el individualismo».
—¿Es posible reeditar un acuerdo como el que se logró en 2003 o son otras fórmulas las que se deben utilizar hoy?
—»Yo creo que es muy difícil, pero yo no sé qué pasaría si el Presidente Piñera llamara a todos los partidos políticos y les dijera mire, queremos tener la posibilidad de entablar una mesa de diálogo real, en que demos y recibamos sobre pensiones, trabajadores, impuestos, etc. A lo mejor funciona algo, porque el país lo necesita, pero no lo va a hacer».
—Pero él intentó algo similar al principio de su Gobierno…
—»Si, pero finalmente los que deciden son el Congreso y los partidos, el resto son historias. Esa es la realidad y como decía, la que está en crisis es la política, no la institucionalidad.
Todavía hay Congreso, Poder Judicial, Presidencia, por lo tanto, hay que hacer estas cosas a través de la instituciones que existen y revalorizarlas, y eso es lo que no se hace».
«La gracia que yo tuve el primer día en que nos juntamos con Longueira, es que fui muy claro en que había que llegar a acuerdos, que no me vinieran con cosas. Dije ‘pongamos las políticas sobre la mesa y las vamos a discutir’. La otra gracia era que había un equipo en el Gobierno con Javier Etcheverry, Mario Marcel, que estaban trabajando desde hace tiempo sobre temas de reformas al Estado».
—¿Dónde cree que está ahora el Insulza y el Longueira de 2003. Es decir, quiénes cree que pueden jugar ese mismo rol actualmente?
«No sé, no se ve, los dirigentes cambian con frecuencia de opinión sobre la base de lo que están diciendo las redes sociales (…) la agenda de los que están es quedarse y la de los que quieren llegar es ganar. No hay una agenda de cambio nacional que uno pueda decir ´éste es el proyecto´. Pero es normal, no siempre se tiene que tener proyecto nacional».
«Nosotros tuvimos uno por 20 años y dimos vuelta este país y la derecha aceptaba. A lo mejor hay que esperar a que la crisis se profundice más y surgirán los líderes (…) Ahora, este es un país ordenado, de leyes, de respeto y con mucho menos corrupción que la que se dice y la que hay en otras partes».
—En 2015, la Presidenta Michelle Bachelet impulsó una comisión sobre probidad y transparencia. ¿Siente que fue insuficiente, es necesario levantar una nueva?
— «Una comisión como ésa, no. Apolíticos reformando a políticos es una cosa que nunca va a llegar a éxito, las reformas no pueden hacerlas personas que abominan la política. Yo valoro mucho algunas de sus propuestas, pero en otras estaban completamente desenchufados. Estos son temas que el sistema político debiera resolver y si no, surgirán nuevas elites y nuevos grupos que lo resolverán. Por el momento lo veo difícil, pero no imposible».