Eugenio Guzmán A.
Bajos niveles de confianza en las instituciones y en actores sociales clave nunca han sido una buena noticia para una sociedad ni para un sistema democrático. Pero cuando estos han ido disminuyendo de manera significativa a lo largo del tiempo, sí es hora de preocuparse.
Hace casi un siglo atrás, el sociólogo W. Thomas sostenía: “Si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”. Es decir, si las personas actúan en concordancia con lo que perciben o creen como real, aun cuando no lo sea, su conducta se ajustará a esa creencia, y por lo tanto las consecuencias de sus acciones terminarán siéndolo. Ejemplo de ello lo encontramos en el comportamiento relativo a los precios de los bienes: si creemos que subirán anticiparemos consumo y, con ello, afectaremos finalmente su precio (como el dólar después de los tuits de Mr. Trump).
Efectos problemáticos de la baja confianza son la escasa disposición a cooperar y el compromiso con las normas. Cuando preguntamos, en la encuesta UDD, por el grado de confianza en actores institucionales clave, los resultados no son alentadores. En una escala de 1 (nada) a 7 (total), el promedio hace una década (2008) era de 4,2 en la Región Metropolitana. En 2018 disminuyó a 3,6, y este año llega a 3,4. Ciertamente hay excepciones, con valores que fluctúan entre 4,8 y 5: profesores universitarios y de colegios médicos y, por cierto, nuestros Bomberos (6,2).
¿Qué hay del resto? Pastores y sacerdotes 1,9. Partidos políticos, 2,6. Fiscales y jueces, 2,8 y 2,9, respectivamente. Y así sucesivamente, senadores, diputados, empresarios, TV, notarios, no superan el 3.
Esta caída, aunque también la observamos en otros países, es mayor en Chile. Dos fuentes al respecto: la Encuesta Mundial de Valores, en el período 1994-2014 (no contamos aún con nueva información), y el Barómetro de las Américas/Lapop en el período 2006-2014. ¿Significa que estamos peor? En algunos casos sí, y en otros pareciera que nos acercamos al resto de los países.
¿Enfrentamos una crisis de las instituciones? La gran mayoría piensa que sí (81%). Ello refleja, en cierta medida, que el público es más escéptico, que tenemos más medios de información y más educación y que dependemos menos de actores tradicionales.
Pero el escepticismo se refuerza con los “critícalo todo” que no proponen soluciones. El peligro es que, por muy escéptico que sea el público, en estos contextos la demanda puede catalizarse a través de liderazgos populistas que no se sustentan en la cooperación, sino que en la crítica y la interpelación directa al sujeto “pueblo” (o “país”, etc.), sin mediación de las instituciones ni el interés por mejorarlas. Cuando las personas declaran que algo está en crisis o que no funciona, no significa que no lo quieren, sino que demandan que mejore.