n 2011 el país vivía un clima de efervescencia no visto en mucho tiempo, alimentado fundamentalmente por las numerosas marchas y protestas que se tomaron la agenda en la primera mitad del gobierno de Sebastián Piñera.
El modelo se “derrumbaba”, argumentaría al año siguiente el bestseller de Alberto Mayol. Otros, como Fernando Atria, Javier Couso, José Miguel Benavente, Guillermo Larraín y Alfredo Joignant dirían que Chile necesitaba “otro modelo”. ¿El motivo? La sociedad chilena experimentaba un profundo “malestar” debido a la forma en que había sido conducida y organizada desde el retorno de la democracia. Ese al menos fue el consenso de un nutrido elenco de analistas, intelectuales, periodistas y políticos, en su mayoría de izquierda.
Y ese discurso, que se convirtió rápidamente en una suerte de versión oficial, terminó en 2014 dando sustento intelectual a lo que luego serían la Nueva Mayoría y el segundo gobierno de Michelle Bachelet, proyecto refundacional que terminó derrotado en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias.
No es diagnóstico, es teoría
En medio de la algarabía de marchas, consignas y puños alzados de aquellos días, un libro planteó una interpretación radicalmente opuesta de lo que ocurría en el país. Puede que los chilenos tuvieran muchas y comprensibles insatisfacciones, admitían sus autores, pero la idea de que estuvieran profundamente decepcionados con la sociedad que habían construido en las dos décadas anteriores se parecía mucho más a una tesis políticamente conveniente, que a un diagnóstico objetivo de la realidad.
Según El malestar de Chile: ¿Teoría o diagnóstico? (RIL editores, 2012), antes que defraudados por el modelo y deseando su derrumbe, los chilenos le reclamaban no estar a la altura de las crecientes expectativas de una sociedad de clase media, ya bien entrado el siglo XXI. No protestaban contra el libre mercado, por ejemplo, sino contra las fallas del mercado y quienes las explotaban abusivamente en su beneficio. Tampoco estaban molestos con el sistema democrático per se, sino con la calidad de la política y los políticos; y no querían un Estado asistencialista y omnipresente que cubriera todas sus necesidades, sino uno que hiciera bien su trabajo y usara mejor los recursos de todos.
Dividida en tres partes, la obra del periodista Marcel Oppliger y el sociólogo Eugenio Guzmán, decano de la Facultad de Gobierno UDD, analiza en primer lugar el concepto de “malestar social”, presente en distintos momentos de la historia nacional y de ningún modo exclusivo del Chile contemporáneo. Luego, propone que una explicación probable del actual malestar se encuentra, antes que en el fracaso del “modelo”, en las profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida nacional a lo largo del último medio siglo, desde la alfabetización y la nutrición, al despegue de la clase media y la globalización, entre muchos otros. Por último, el libro argumenta que la respuesta del mundo político al discurso del malestar social —con pocas excepciones— contribuyó a legitimarlo, ya que fue generalmente acrítica y acomodaticia, funcional a cálculos electorales cortoplacistas antes que a una genuina comprensión del Chile moderno por parte de sus líderes y autoridades.
“A través del examen de datos, percepciones y tendencias –y de una mirada a la experiencia histórica de Chile– los autores argumentan que, en lo esencial, quienes suscriben esa tesis equivocan el diagnóstico y prescriben remedios probadamente ineficaces, cuando no perjudiciales. El pretendido «malestar social», afirman Oppliger y Guzmán, es una lectura ideológicamente sesgada de la realidad chilena. El peligro de aceptarla como única interpretación posible es que el país no entienda cuáles son sus verdaderos problemas ni, por ende, cuáles son las soluciones que necesita”, sostiene una reseña.
Hoy diversas voces coinciden en que ese análisis ha sido validado por el tiempo y el experimento político de la Nueva Mayoría. Como sostuvo José Joaquín Brunner en una entrevista de mayo 2016, “el principal error de la Nueva Mayoría fue de diagnóstico. Se pensaba que esta sociedad estaba saturada de malestares, disgustos, que ya no soportaba más la situación económica, política y cultural del país. Ese diagnóstico era totalmente equivocado y se trató de enfrentar con el programa de gobierno. Si miramos con cuidado, no es que la gente esté con un malestar general, sino que tiene problemas concretos, por ejemplo, con los servicios públicos: salud, educación, transporte, y quiere ver que eso se solucione. Pero la gente también sabe que la situación económica de todos ha mejorado en los últimos 20 años”.
El propio Mayol escribió una columna titulada ¿El derrumbe del derrumbe?, donde revisaba la vigencia de su tesis a tres años de su estreno. Y en opinión del ex ministro de Hacienda, Felipe Larraín, recogida en el trabajo de Oppliger y Guzmán: “Un correcto análisis de los hechos demuestra que un cambio de modelo no es más que una interpretación voluntarista de estas exigencias del mundo social. Más que cambios radicales de modelo, lo que se requiere y reclama es perfeccionarlo para avanzar a una sociedad con más y mejores oportunidades para todos”.
Finalmente, agregan los autores, en retrospectiva también resultaron equivocadas y sin base las comparaciones que se hicieron entre las protestas chilenas y fenómenos políticos internacionales tan distintos (y complejos) como los “indignados” en España o la “primavera árabe” en el norte de África, ambos a la postre sin destino, por diferentes razones.
En definitiva, concluyeron en 2012, sintonizando con el balance cuasi transversal que se hace en la actualidad, reconocer la importancia de las movilizaciones que dieron pie a los agoreros del modelo “no obliga a aceptar el diagnóstico de un malestar arraigado en la sociedad chilena, producto de la frustración de sus habitantes con aspectos medulares del sistema económico y político. A nuestro juicio, la evidencia disponible no alcanza para extraer esa conclusión”.
Ver nota publicada: http://ellibero.cl/actualidad/un-libro-que-anticipo-el-fracaso-del-otro-modelo/