Entre los acontecimientos políticos que han han marcado este 2016 —de los que Chile debe- ría sacar lecciones para los años difíciles que vienen por delante para el país, Latinoamérica y el resto del mundo—, existe un elemento que cruza los escenarios.. la degradación de la convivencia nacional, como la llama Ernesto Ottone, director de la cátedra Globalización y Democracia de la Universidad Diego Portales.
«Los países avanzan cuando tienen conflictos regulados y existe un ambiente, un tejido social y una forma adecuada de tratarse. La democracia no son sólo reglas, sino una cultura y eso es lo que ha venido a menos en Chile», señala el sociólogo.
«Esta atmósfera gruñona, a mi juicio, le hace muy mal a los países, porque terminan decayendo en una suerte de mediocridad. Se deben bajar los decibeles». Para el abogado y columnista Jorge Navarrete, ha debutado una nueva forma de discrepar:
«Tanto Gaspar Rivas como Bárbara Figueroa se constituyeron en los símbolos del deterioro en las maneras y el lenguaje, especialmente en un país que se olvidó de discrepar con respeto y que más bien quiere desacreditar la legitimidad y base moral de sus adversarios». Este 2016, analiza, fue el año de la consolidación de la desconfianza: «Esperanzas en cambios de gabinete que se desvanecieron, duras disputas y recriminaciones en partidos de una misma coalición política, querellas presidenciales contra periodistas o elecciones municipales que mostraron una gran desafeccción ciudadana». En los últimos 12 meses quedó en evidencia que en Chile ha cambiado la relación de los ciudadanos con la política.
De acuerdo a Marco Moreno, decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central, se trata del fenómeno de la «desacralización»: una sociedad que ha dejado de ser heroica y vive la política ahora sin el dramatismo de antaño.
«No significa que todo nos dé lo mismo, sino que tenemos hacia la política un efecto desprovisto de pasión y entusiasmo. La épica de los 80 y 90 que movilizó a millones se agotó», indica el académico. El sociólogo Eugenio Tironi señala que «este gobierno ha logrado algo que va en una dirección opuesta a lo que aspiraba: que la gente se interese menos en la política como fuente de reformas que mejoren su vida».
«Así—reflexiona—el gobierno más socialista desde 1990 ha sido el que más promovió la privatización de los deseos e ilusiones de las personas». La experiencia de esta administración, a su juicio, ha dejado una lección importante: «Que las reformas no son el camino al paraíso, ni tampoco al infierno; que la vida buena nunca se alcanza plenamente y que sólo se puede aspirar a una un poco mejor, lo que depende básicamente del esfuerzo de cada uno y del apoyo de quienes le rodean más cercanamente antes que de los modelos o las políticas públicas. Algunos toman esto con frustración, otros con alivio y la mayoría lo hace con resignación».
El economista Raphael Bergoeing, del Centro de Estudios Públicos (CEP), apunta a que este 2016 debiera dejarnos como lección que «las personas importan». «Muchas veces los gobiernos culpan al resto del mundo de sus problemas, pero la verdad es que a los países les va bien o mal esencialmente como resultado de sus propios actos. Son nuestras propias políticas las que definen lo que logramos».
El académico ejemplifica con el área económica: «Mientras el ex ministro Máximo Pacheco sacó adelante la agenda energética y consiguió avances que estaban pendientes durante más de una década, la ex ministra Ximena Rincón terminó dejando a todos descontentos con la reforma laboral y reconociendo que lo más probable es que muchas disputas acaben judicializándose». A la hora de los diagnósticos y de asumir responsabilidades, Ottone indica que «existe una distancia de la realidad». «Un gobierno que dice que vamos bien y una oposición que dice que estamos al borde del abismo.
Ninguna de esas dos cosas tiene relación con una verdad que no está en ninguno de estos extremos. Hay una doble sordera que es muy grave», señala el ex asesor del gobierno de Ricardo Lagos. De acuerdo a Tironi, esta administración «será recordada a la larga como todos los gobiernos modernos: ni tan deslumbrantes y fundacionales como lo creen sus creadores, ni tan mediocre y apocalíptico como piensan sus opositores».
Gloria de la Fuente, directora ejecutiva de Chile 21, señala que una de las lecciones para todo el espectro político que dejó 2016 «fue que un proyecto transformador como el que se propuso el gobierno de Bachelet requiere una mayoría política y social sólida, que sea capaz de superar y procesar adecuadamente sus diferencias en función de los compromisos asumidos con el país».
Los gobiernos de coalición le dan bienestar, estabilidad y prosperidad a regímenes presidenciales y su población, explica la cientista política, pero en la medida que se cumplan dos condiciones: «Que existan compromisos programáticos, cohesión y capacidad para resolver conflictos y que estos gobiernos sean capaces de construir mayorías sociales que constituyan el sustento de apoyo de un proyecto colectivo».
La estabilidad es fundamental para que la inversión crezca, señala Bergoeing: «El diseño de las políticas importa, pero tanto o más importante es la claridad con la que estas políticas se plantean. La economía chilena se ha desacelerado, más que por el contenido de la reforma tributaria y laboral, por el ruido que ha generado su discusión y la poca claridad con respecto a su contenido definitivo». Explica que durante estos primeros tres años del gobierno de Bachelet, el resultado en lo económico ha sido inusualmente malo:
«En el trienio 2014-16 hemos crecido en promedio bajo 2% por primera vez desde 1983-85 y la inversión caerá durante cada uno de estos tres años, ahora por primera vez desde el 1971-73». El investigador del CEP concluye: «El crecimiento no es todo, pero sin crecimiento es muy poco lo que se puede hacer».
En el mismo terreno económico, Gonzalo Müller —académico y analista político de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo— señala que 2016 dejó una lección trascendente: «La economía sí importa al momento de votar». Explica que la incertidumbre, la baja de la inversión y la inseguridad que muchos sienten en su empleo fue sin duda una de las razones por las cuales muchos —especialmente en la clase media— fueron dejando de apoyar al gobierno y transformándose en sus más enconados críticos.
«El voto de castigo al mal manejo de la economía sigue vigente como explicación del porqué los chilenos votan como votan», señala el investigador. Tironi piensa que en este 2016 no se ha discutido mucho de economía y que las controversias en este campo se han moderado: «Pero la evolución de la economía ha sido el ruido de fondo de la marcha de la sociedad chilena en el último tiempo.
Las personas no han tenido muchas energías en especular sobre modelos o contra modelos: han tenido que enfocarse en proteger sus trabajos e ingresos, que comienzan a verse amenazados por el lento crecimiento». Lo mismo ocurre con las empresas y empresarios, señala el sociólogo: «En lugar de protestara la espera de ‘correcciones’ de efectos milagrosos, han tenido que volcarse a mejorar la productividad y a tratar de anticiparse, encontrando nuevas oportunidades».
De economía no se ha hablado mucho—reitera—, pero ha sido la convidada de piedra de 2016. Navarrete enumera algunas de las lecciones políticas de este año:
1 La corrupción no es sólo de políticos o el sector público, como lo demostraron los casos mediáticos de Jadue, Chang y Garay.
2 Los temporales de abril, las inundaciones en Providencia y el reciente terremoto en Chiloé, pese a la notable resistencia de la infraestructura pública y privada, amén de la disciplina ciudadana, nos recuerda que estamos a merced de una fuerza que nos sorprende y que no podemos anticipar.
3 Cuando se nace chicharra se muere cantando —señala a propósito de Sebastián Piñera—. «Lo tiene todo para ser el próximo Presidente de Chile pero, al igual que el escorpión, no puede contra su naturaleza. La temeridad, imprudencia, cuando no enfermedad que afecta a Piñera, podría poner a su sector en una posición muy difícil en los próximos meses».
Para Müller, sin embargo, Chile-Vamos tiene un panorama expectante por delante y la lección de 2016 es que la unidad es el camino.
«Costó mucho ponerse de acuerdo, pero la institucionalización del conglomerado, la coordinación de los partidos, el poner por delante el proyecto colectivo y enfrentar con una estrategia común las elecciones municipales fue la clave de un éxito histórico y marcó el reencuentro de la derecha con sus electores». Sea como fuere, explica Tironi, la política misma se ha vuelto menos interesante y por esto la población vota menos. «Como no se sabe quiénes finalmente irán a votar como efecto del voto voluntario—, es difícil prever el resultado de las elecciones». Es lo que Moreno denomina «escenario político líquido», marcado por la incertidumbre y la inestabilidad.
«En un escenario de baja estabilidad, la capacidad de predicción de las encuestas y análisis de tendencia también es baja», señala el investigador. «Sin embargo, los analistas, los medios, los periodistas, trabajamos con la racionalidad de las tendencias, seguimos las encuestas y evitamos salir de nuestra zona de confort. La gente común y corriente no piensa ni actúa necesariamente así. No podemos seguir pensando que la realidad se equivoca». Los temas que le importan a la ciudadanía parecen haber cambiado este 2016.
Como apunta Navarrete a modo de ejemplo, la pensión de Myriam Olate en Gendarmería desató la fuerza de un movimiento que se expresó de manera multitudinaria en las calles y logró que el sistema de AFP se transformara en uno de los ejes de la próxima elección presidencial.
En 2016, en definitiva, irrumpió el voto temático, señala Moreno: «Cuando un elector no vota en función de factores estables —como su posición social o sus valores políticos—, sino en función del acuerdo o desacuerdo con un partido en torno a algunos de los temas en debate, se dice que este elector vota temáticamente. Temas como el de los inmigrantes y el debate que instaló son un ejemplo claro de este fenómeno».
La sociedad chilena sigue su marcha, mostrando una notable vitalidad que la conduce a emanciparse de las elites. «Lo muestra, por ejemplo, el hecho de colocar temas que éstas no tenían en la agenda, como el abuso hacia la mujer o la suerte de los niños que están a cargo del Estado, entre otros», señala Tironi, que vaticina el efecto Trump en la política local para 2017.
«Su triunfo marca un antes y un después. Representa el regreso del hard-power, frente a la ola de los años recientes, que tendió a idealizar el soft-power. Esto va de la mano de más proteccionismo, más nacionalismo, más políticas industriales, más militares, más Estado y—junto con esto—, de menos mercado, menos globalización, menos cosmopolitismo y menos ‘buenismo». Chile es especialmente sensible a los aires del Norte —analiza Tironi— y el efecto Trump se sentirá aún más el año que viene.