Lunes 30 de diciembre 2019.
Uno de los logros de la izquierda es haber hecho creer que el cambio constitucional es una vara mágica para resolver los problemas, en particular el malestar económico-social de muchos sectores de la sociedad. La idea de cambio resulta cómoda de manera transversal a distintos sectores políticos. A algunos les permite tener una explicación-excusa de lo que se hizo o no se hizo en los últimos 30 años, una suerte de llave maestra para evitar el escarnio político. Para otros, que apuntan con el dedo no solo a la derecha sino a sus socios de centroizquierda, es una forma de adelantar ese “traicionaron al país”, que se verbaliza en un “fueron secuestrados por el modelo constitucional” o “fueron corrompidos por este”.
Y otros, más radicales todavía, apelan a que el cambio se funda en un hecho de ilegitimidad, que además de constitucional tiene que ver con la transición. Es decir, la transición no existió y la democracia que tenemos no es tal: desde 1990 solo ha habido continuidad, siendo incluso ilegítimo el actual Congreso. De allí su justificación de la violencia.Por último, un grupo heterogéneo de pragmáticos apela ya sea a la “responsabilidad”, a la “necesidad de paz”, al consenso o, simplemente, a la supervivencia política: el miedo.
Para ello, es imperativo ponerse al día y esquivar los efectos electorales que presagian las encuestas. Sin embargo, por más consensuado que sea el resultado de un cambio constitucional, el ciudadano común comprende, con marcado escepticismo, que la propuesta de una nueva Constitución, para algunos un sueño, no resolverá sus problemas cotidianos; que los desafíos del país requieren cambios legales que no son todos de rango constitucional, y que, además, el cambio constitucional no garantizará mayor bienestar. He aquí, entonces, el riesgo.
Las expectativas sobre dicho cambio harán que el ciudadano escéptico despierte con mayor fuerza a cobrarlas. ¿Qué hará la política en ese momento? Si algo tiene la política —o, más exactamente los políticos— es que son predecibles. Por lo pronto, tener culpables a mano: la derecha, la Nueva Mayoría, los empresarios, que la asamblea constituyente no fue representativa, etc. Para sectores de izquierda como el PC y otros, su fórmula de estar y no estar no es solo ambigüedad, sino que estrategia: tener a mano una excusa para tirar del mantel y forzar nuevos cambios. Nuevamente debemos preguntar, ¿qué responderá la política?