Francisca Dussaillant, Directora del Centro de Políticas Públicas UDD.
Las mujeres representan más del 50 por ciento de la población en todo el mundo, pero contribuyen solo al 37 por ciento del PIB mundial y representan solo el 39 por ciento de la fuerza de trabajo. Si cada país lograra solamente igualar al país de su región que mejor lo ha hecho en términos de paridad de género en el trabajo, la consultora MacKinsey estima que en 2025 podría incrementarse el PIB mundial en 11% (y el PIB latinoamericano en 14%). Es erróneo, entonces, plantear el desafío de reducir (o cerrar) la brecha de género en el trabajo como un imperativo ético solamente: los gobiernos y las empresas deben comprender que este objetivo es, además, rentable.
Uno de los factores clave a abordar para cerrar o reducir la brecha se refiere a la segmentación horizontal de los mercados laborales. Esta se traduce en la existencia de sectores integrados mayoritariamente por mujeres, donde es común una baja calidad de las ocupaciones. A nivel global, los sectores donde las mujeres están desproporcionadamente representadas son, lamentablemente, sectores de menor productividad, como la agricultura. Asimismo, en los sectores más productivos, como el de servicios comerciales, ellas están sub-representadas. En Chile, el 86,5% de las personas que realizan el trabajo doméstico, el 74% de personas que realizan el trabajo de enseñanza y el 71% quienes realizan servicios sociales y salud son mujeres.Por otro lado solo el 6,6% de quienes realizan trabajos de construcción, 7,2% de quienes realizan el trabajo de minería y 7,7% de quienes realizan trabajo de pesca lo son.
A esto se suma otro fenómeno de segmentación, pero ahora vertical: las mujeres en general ocupan posiciones medias o bajas en la jerarquía y su presencia en cargos directivos es escasa. En nuestro país solo 21% de puestos con toma de decisión relevante son ocupados por mujeres (generalmente en el sector público). En los directorios y gerencias de empresas IPSA la representación es mucho menor: 6,6% y 7,8% respectivamente. Todo esto se da aun un contexto en que las chilenas sobrepasan a los chilenos en lo que se refiere a logros educacionales. Asimismo, nuestro país tiene la triste marca de aparecer en el ranking igualdad de salarios de hombres y mujeres (con trabajos equivalentes) en la posición 131 de 145 . El salario por hora femenino es inferior al masculino en un 17,4%, brecha que se incrementa con la edad, y es especialmente evidente en mujeres con postítulos y maestrías (32,1%).
Las cifras anteriores no son auspiciosas, y no se corregirán solamente mediante iniciativas legislativas. Es importante que la sociedad civil se comprometa a trabajar en pos de un cambio, que las empresas re-evalúen sus políticas de contratación y promoción y que los centros educativos tomen nota y se transformen en impulsores de trayectorias laborales adecuadas para sus alumnas. Para ello, es clave que todos los chilenos, trabajadores, empleadores, actores del mundo político, estatal y privado, se convenzan de que el llamado no es solamente a ser “solidarios” con las mujeres, sino que a hacerse partícipes de una estrategia de desarrollo racional, eficiente y efectiva. Una estrategia que nos beneficiará a todos, hombres y mujeres, por igual.