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Raúl Jara: «No puede dejar de leerse: carta de un hijo a su padre» – Radio Santiago

Estamos en tiempos donde todo se cuestiona, de mucha desconfianza y donde nos vivimos día a día en una sociedad que busca –justamente– más derechos, pero que muchas veces se olvida de los deberes. Esos son los tiempos que los actuales líderes deben enfrentar, donde las pocas voces que llaman  a la mesura, a la meritocracia y esfuerzo, son atacadas como indolentes o vendidas.

Me permitiré una licencia y recordaré extractos de una carta anónima llamada: “Papá, te estoy viendo…”, que refleja el poder que existe en la formación más cercana, más profunda y que graba a fuego, la de los padres –en el amplio concepto–  con sus hijos. Esta carta relata cómo los hijos son unas esponjas y graban todo, para después terminar siendo espejos de los bueno y lo malo que vieron en sus padres; la carta relata la felicidad del hijo al ver a su padre cantar al irse al trabajo, como también el trato a su madre, a sus hermanos y las conversaciones cuando debe guiarlos.

Por cierto, este niño cuenta también los enfados y reacciones abruptas, algo que no le gusta, pero lo recuerda. Asimismo, las charlas de su padre sobre la ética y la responsabilidad en el trabajo, observa el trato que tiene con sus amigos, sus colegas y con las personas en general. Por el lado de las emociones, pide a su padre que las muestre más -cariño,  temor, pena-, que él también aprende de eso.

Percibe todo, lo que le gusta a sus padres y lo que no, sus canales preferidos de TV, en ocasiones escucha su música, las risas y gritos. Ve, escucha, siente y aprende. Todo esto se traduce en un futuro en predeterminaciones para ciertas situaciones. Vaya responsabilidad… para todos quienes son y queremos ser padres, la forma en cómo vivimos y vemos la vida, el tiempo y los minutos que pasamos con los hijos y una pequeña conversación. Todo influye directamente en ellos.

En síntesis, es una narración que habla del traspaso generacional de valores, costumbres y de estilo de vida, tanto en los errores y fallas como en la toma de decisiones, el enseñar a vivir o mostrar el camino, que después se verá en una vida libre y por eso responsable.

La importancia de la ética ciertamente puede ser reforzada en un colegio, pero allá no se incuba. Para situaciones complejas generalmente se retorna a lo más básico y más fundado, esa formación que no se compra, sino que se adquiere de la manera más primitiva y eficaz de todas, en el hogar.

Rodrigo Guendelman en su columna, Te estoy viendo, papá (marzo 2015) lo decía: “Ahora entiendo mejor por qué para mí es tan automático y evidente apagar la radio del auto cuando veo pasar un cortejo fúnebre. ¡Porque mi papá lo hacía cuando yo era chico y eso quedó grabado en mi memoria como un rito de respeto y homenaje!” Un ejemplo tácito, esa capacidad de molde, de formación e información, esa inmensa relevancia y peso, una abrumadora responsabilidad y tarea.

La sociedad donde estamos insertos se ha vuelto experta en apuntar y externalizar las responsabilidades, por lo que es importante a veces detenernos un poco y recordar los más básicos compromisos inherentes a todos. La carta mencionada describe uno de esos compromisos que se ejemplifica en la figura de un padre, el cual engloba el concepto de familia, es decir, ese padre puede ser la mamá en muchos casos, los abuelos, tíos, etc., esto debiese ser lo primero y fundamental.

Cómo contraparte, ¿cómo estamos respondiendo como sociedad? Cuando existe la ausencia de esa figura formadora expresada en esa carta, como por ejemplo la situación de los niños en centros del SENAME, ¿Nos hacemos cargo? Un Estado invirtiendo cerca de $400.000 por alumno en educación superior versus $200.000 por menor en SENAME, ¿estamos focalizando bien? No estamos respondiendo bien, no vemos más allá de los jóvenes que delinquen y van a parar al SENAME, ni mucho menos el por qué de su actuar, no entendemos que ese menor no nació a los 14 años y con interés en delinquir o caer en las drogas, no entendemos su historia o peor aún, su no historia o el no tener a quien enviar una carta. La mayoría de las veces ni siquiera nos preocupa esa realidad.

En concreto: es sencillamente lapidario el informe que entregó esta semana la Corte Suprema sobre las residencias del SENAME: hacinamiento, basura, déficit de infraestructura y falta de profesionales idóneos para la gestión de los centros son algunas de las observaciones de un grupo de jueces de familia. En pocas palabras, devastador. A eso debemos sumar un 36% de sobrepoblación a nivel nacional, un financiamiento insuficiente e insalubridad en la mayoría de los recintos, en especial en los espacios comunes, como baños, biblioteca, lavanderías y la ausencia de espacios recreativos.

Es irrisorio entonces pensar en las llamadas reformas –derechos– sociales que trata de impulsar el actual gobierno, cuando se olvida del futuro del país que son los niños y no le otorga un real acompañamiento, rehabilitación e integración a una sociedad que los separa, finalmente, de esas reformas que se tornan elitistas, solo para algunos; mucha ideología y poca realidad. Finalmente la esperanza debe partir entregándoselas a quien no la tiene, ni imagina.

 Estado y sociedad, te estoy viendo… y muchas veces no me gusta lo que veo

Columna de Raúl Jara, Cientista Político, Universidad del Desarrollo

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