Ya se ha vuelto moneda corriente usar el término “neoliberal”, para demonizar sea a la derecha en todas sus variantes o simplemente el sistema económico dominante, que en Chile es más bien una economía social de mercado. Esto mismo ha ocurrido con el término “lucro” que en nuestra condición de país provinciano, rápidamente ha sido manipulado e incomprendido. Sin embargo, así como el término neoliberal es manoseado, ha sido pocas veces definido. Por ejemplo, en este mismo medio se tituló hace unos días que la columna de Pablo Ortúzar, “Almas Vacías” (La Tercera 09/03/2016), “despedaza a la derecha neoliberal desde adentro”; sin embargo en la columna señalada, Ortúzar hace referencia más bien al gremialista conservador Jaime Guzmán, para referirse al peligro que corre la derecha si ésta en vez de orientarse por el servicio público se dedica a ganar plata; así, en el contexto de un argumento más extenso, concluye “el muro (de ideas) de Chicago se ha derrumbado. Sus operadores políticos, corrompidos por convicciones materialistas, vagan hoy tan perdidos como lo hicieron los burócratas soviéticos en su momento”. Frente al titular de El Mostrador (el que va acompañada de una foto de dirigentes de la UDI), favorecido por la conclusión de Ortúzar, me asalta una confusión, y es qué se llama en Chile “neoliberal”.
Atria, en un trabajo más riguroso, sí nos entrega un “criterio identificatorio”, en vistas a, valga la redundancia, identificar instituciones neoliberales (y no teorías), en el sentido que Esping-Andersen habla de “liberal” (“Veinte años después: neoliberalismo con rostro humano”, 2013, p. 33). Así, Atria precisa que un “Estado neoliberal de bienestar” es aquel que se caracteriza por el predominio de la asistencia focalizada. Con esta definición se hace preclara la crítica a “este sistema”, y, por ende, su contraparte reformista que pretende universalizar, por ejemplo, la educación con un paradigma de gratuidad y establecerle, así, un rango constitucional.
Si esta definición es correcta, lo que se está llamando neoliberal, no es tal. El neoliberalismo no es un “estado de bienestar”, para comenzar. Y si lo fuera las ideas de Chicago aún menos podrían ser reducidas, por ejemplo, a la figura de Milton Friedman en su versión más difundida (véase “Free to Choose” en Youtube), donde las políticas sociales no son precisamente defendidas. Por lo mismo, precisemos un poco.
Si por neoliberal entendemos el matiz monetarista que introduce Friedman al liberalismo clásico (de que exista un banco central), contra lo que sostiene el sentido común, ser neoliberal es creer en la intervención del Estado en materias de política monetaria. Hasta ahí, las ideas de Chicago siguen vigentes y hasta lo que he oído de nuestros políticos, nadie defiende volver a la “banca libre”. En efecto, Friedman fue objeto de críticas de parte de los sectores más libertarios por su defensa de losvouchers para el sistema educativo, de imponer un impuesto negativo sobre la renta o su crítica a la privatización de las rutas y el océano. Ahora, si por neoliberal es la política focalizada que señala Atria, también sigue vigente, ya que en materia de innovación, CORFO, por ejemplo, focaliza los subsidios, al igual que otras instituciones de apoyo productivo. Lo mismo las licitaciones sin subsidios en Energía, por nombrar las dos políticas –quizás las únicas- más exitosas del presente gobierno. Entonces, ¿cuáles son las ideas de Chicago que han caído en desgracia? En Chile sólo en un círculo académico se ha defendido la liberalización de las drogas (y no me refiero a la marihuana), como lo sostiene Friedman. Tampoco Chicago es una universidad de derecha; sus premios nobeles así lo demuestran.
Por tanto, la así llamada “derecha neoliberal” en Chile no existe excepto en círculos académicos o cultos, no políticos, y se la debe llamar más bien libertaria (en todas sus variantes). Y los problemas que encontramos entre política y negocios son tan antiguos como La República de Platón, autor que estimaba que la clase productora no debiera gobernar y los reyes filósofos no tener propiedad. Y si se tratara de corrupción, ¿no existe acaso al menos la duda razonable de que el SII ha actuado de manera parcial al no presentar querellas por presuntos delitos tributarios de otros sectores? O por ejemplo, ¿somos tan ingenuos de creer que empresas del Estado como CODELCO no se ha prestado para financiamiento político en 26 años de democracia? En efecto, si existiera en Chile una derecha neoliberal, ésta hace rato defendería privatizar empresas como CODELCO o ENAP. Por lo mismo, ¿qué tiene que ver el neoliberalismo o cualquier sistema económico en particular con un fenómeno que es intrínseco a las instituciones públicas, como lo es la corrupción? Lo que sucede cuando términos como “socialismo”, “economía social de mercado” o “neoliberalismo” se los utilizan para intencionadamente demonizar una ideología o fenómeno es la falta de argumentos e ideas. Al igual que el lucro, que es una demanda mínima de honestidad (sino cómo se explica de qué vive una persona), “neoliberal” se ha vuelto un adjetivo (des)calificativo.
El manoseo del término neoliberal y su connotación mercantilista (para usar el término de la economía política del siglo XVIII que discutió el padre del liberalismo, Adam Smith) es una imprecisión y tiene a mi juicio una intención. Tal como sostiene un liberalismo republicano, debiéramos más bien hacernos la siguiente pregunta: ¿podemos esperar de las personas, y no de las instituciones, las respuestas a nuestra vida cívica? Tengo la certeza que la respuesta no está en el “neoliberalismo” que Milton Friedman profesa.
Columna publicada en El Mostrador 13/03/2016