La decisión libre e informada de los consumidores, que eligen los productos que adquieren a partir de la variedad de opciones, se transforma en un método de participación política directo y de altísima frecuencia, conocido como «consumismo político».
La considerable cantidad de prácticas contrarias al libre mercado (colusiones, fraude, prácticas monopólicas) que se han dado a conocer en el último tiempo en nuestro país ha generado un movimiento ciudadano que llama a «no comprar» productos de ciertas empresas que se han visto involucradas, a formar cooperativas comunitarias o simplemente a abstenerse de ir a ciertos centros comerciales. Algunos leen estas prácticas como evidencia del deterioro del sistema de libre mercado y del rechazo ciudadano hacia el sistema económico. Pero la realidad es bastante distinta, pues nos encontramos con ciudadanos que utilizan las herramientas del libre mercado para expresarse, y de ese modo cooperan en el perfeccionamiento de los mercados.
La decisión libre e informada de los consumidores, que eligen los productos que adquieren a partir de la variedad de opciones, se transforma en un método de participación política directo y de altísima frecuencia, conocido como «consumismo político». El «consumismo político» es una expresión más de los intereses, preferencias y actitudes de las personas en el libre mercado. También es una herramienta de participación democrática, disponible para todos y cada uno de los integrantes de la sociedad.
De esta forma, una de las ideas que sustentan la lógica de la democracia es la elección voluntaria de opciones políticas por parte de los ciudadanos. Al respecto se ha conducido una gran cantidad de investigaciones que relacionan el desarrollo democrático y económico de un país, esto es, que la libertad económica establece las condiciones para que florezcan los regímenes democráticos. Así, en palabras de Seymour Martin Lipset, «cuanto mejor le vaya a un país, más probable será que tenga un gobierno democrático».
Uno de los aspectos centrales del desarrollo económico es la consolidación de mercados libres, que no es lo mismo que perfectos, pero que permita a las personas tomar decisiones en la compra de bienes y servicios. Cuando un ciudadano elige la fórmula del «consumismo político», tomará la decisión de compra basado en razones ideológicas, es decir, premiará con su compra los bienes y servicios de empresas que promuevan valores que lo identifiquen, o bien castigará con la no compra a agentes económicos que hayan incurrido en actos que este repruebe.
Así, el «consumo político» se transforma en una poderosa herramienta de participación política y económica. Pero dicha opción solo es posible donde existe un mercado libre, en el que haya diversas posibilidades de elección, a diferencia de lo que existe en Cuba o Corea del Norte, donde el Estado controla casi la totalidad de los medios de producción, dejando sin opción al ciudadano.
La experiencia comparada de consumismo político muestra que países con alto nivel de libertad económica disponen de los más altos niveles de decisiones de consumo basadas en razones ideológicas. Por ejemplo, en Estados Unidos, Australia o Dinamarca más del 54% de los ciudadanos basan alguna de sus decisiones de compra en razones políticas. Entre estas se cuentan aquellas que castigan prácticas contrarias al libre mercado y otras, tales como el uso de empleo precario o la experimentación en animales. En el otro extremo, casos como Filipinas o Rusia, países con bajos niveles de libertad económica, concordantemente, poseen los niveles más bajos de consumo político, todos por debajo del 4%.
Ahora bien, ¿qué ocurre en nuestro país? Una revisión de la encuesta ISSP (International Social Survey Programme) demuestra que entre 2004 y 2014 aumentó en más del doble el consumo político entre los ciudadanos, pasando desde aproximadamente un 5% en 2004 a un 14% el año 2014. De esta forma, la acción consciente de compra, basada en razones extramonetarias, se transforma en un modo de vincular al chileno de a pie con diversos intereses políticos, profundizando la democracia. Y todo esto gracias al mercado.
Columna publicada en El Mercurio 11/02/2016