Es decir, si bien la Ley de Presupuesto de este año no incluye estas cifras, a través de otros cuerpos legales, por ejemplo, la reforma de educación escolar (fin al copago, arriendo de edificios, etc.) supondrá desembolsos importantes a futuros aún cuando hoy no lo estén. Lo mismo se visualiza con la promesa de llegar a la gratuidad total para 2018, la que se estima costará 4.000 millones de dólares adicionales (estimaciones de Clapes UC). A mayor abundamiento también podemos considerar lo que ocurrirá con la des-municipalización. Todo esto significa que el presupuesto 2016 de realista tiene poco, pues se siguen aumentando gastos en vez de comenzar a abrir espacios de ahorro para lo que viene.
Parece que al ministro Valdés la expresión realismo sin renuncia no sólo le parece comprensible, sino que además tendría cierto agrado estético por ella. Así, en una entrevista reciente sobre el presupuesto 2016 expresó que: “Esas son las dos anclas [priorizar y de gradualizar] de lo que estamos haciendo, porque no podemos hacer las cosas irresponsablemente. Esto es la mejor encarnación del realismo sin renuncia. No vamos a renunciar a avanzar a cómo creemos que debe ser Chile en todos los ámbitos, pero la rapidez con que avancemos tiene que ser realista, tiene que ser sostenible en el tiempo, financiable, y en eso hemos estado” (La Tercera, 29 de noviembre del 2015). La verdad es que este galimatías o confusión del “realismo sin renuncia” en las declaraciones del ministro, y mas allá de la interpretación simbólica que le podamos dar, entraña una sutileza que resulta difícil de pesquisar si no se tiene en cuenta la lógica presupuestaria. ¿Qué significa esto? Veámoslo.
Gran parte, sino toda la discusión sobre el presupuesto de la nación, por lo general, se circunscribe tanto a los recursos asignados a las instituciones y programas que ellas desarrollan, como asimismo a la comparación con años anteriores. Tal es el caso de los ministerios (Interior, Salud, Defensa o Educación) e instituciones (fundaciones) que reciben los fondos. Esto permite a las autoridades hacer enunciados del tipo: “Uno de cada cuatro pesos del Presupuesto 2016 va a ir destinado a educación” o “que el presupuesto del Congreso se reduce en…”, etc. Con estos eslogans se busca la diferenciación con otros similares de otros gobiernos así como también para sintonizar con la opinión pública (restringir recursos a los “políticos”) o construir o reafirmar determinadas imágenes instaladas o por instalar. Pero, esto también supone debatir la pertinencia y justificación de los recursos asignados en dotación de personal o a ciertos programas como por ejemplo, “estudios para una nueva Constitución”. No obstante, estos debates se concentran en aspectos específicos y de corto plazo del proceso presupuestario y, por supuesto, del presupuesto. Es decir, de igual modo que si se nos muestra una hoja con un punto dibujado en ella y se nos pregunta ¿qué es?, y contestamos un punto, estaríamos equivocados pues se trata de una hoja con un punto dibujado en ella. Luego, ¿cómo debemos analizar el presupuesto? Muy simple, considerar los aspectos de corto plazo (aumentos o disminuciones respecto de años anteriores y entre reparticiones) y también los de largo plazo, vale decir, los compromisos que se adquieren a futuro y los efectos de éstos. Ello nos indicará la dirección y verdadera intención de un gobierno, es decir, si hay genuina moderación, renuncia o realismo. A este respecto, los recursos comprometidos a futuro por el actual gobierno, por ejemplo en materia de educación, reflejan claramente el efecto de largo plazo.
Es decir, si bien la Ley de Presupuesto de este año no incluye estas cifras, a través de otros cuerpos legales, por ejemplo, la reforma de educación escolar (fin al copago, arriendo de edificios, etc.) supondrá desembolsos importantes a futuros aún cuando hoy no lo estén. Lo mismo se visualiza con la promesa de llegar a la gratuidad total para 2018, la que se estima costará 4.000 millones de dólares adicionales (estimaciones de Clapes UC). A mayor abundamiento también podemos considerar lo que ocurrirá con la des-municipalización. Todo esto significa que el presupuesto 2016 de realista tiene poco, pues se siguen aumentando gastos en vez de comenzar a abrir espacios de ahorro para lo que viene. Es decir, se hipoteca a los próximos gobiernos, del color que sea, para que ellos se hagan cargo de los problemas que traiga consigo la no renuncia a aspiraciones irreales, en un contexto de otras necesidades también urgentes. Claro, se podrá decir, que por el sólo hecho de qué el país crezca estaremos en condiciones de que el presupuesto también, sin embargo, ¿se atrevía alguien a afirmar que para los próximos años creceremos a más del 4%, que es tasa mínima para cumplir con dichos compromisos? ¿Puede alguien asegurar que en los próximos años no se sumarán nuevas demandas y que el gobierno de turno correrá a tratar de cubrirlas para asegurar su reelección? Lo dudo. Muy por el contrario, más factible será, como ya se ha hecho regla, que el nuevo gobierno nuevamente proponga otra reforma tributaria.
En definitiva, los procesos presupuestarios deben analizarse en su contexto paso, presente y futuro, puesto que lo que ocurre en un año es contingente a lo que sucedió anteriormente y cómo impactará a futuro, siendo precisamente eso lo que importa, en el sentido que la verdadera regla de oro no es sólo gastar de acuerdo a cuanto se crece sino que de acuerdo a las posibilidades, prioridades y urgencias. De este modo, a menos que se piense que cada peso gastado por el Estado está perfectamente asignado, y en consecuencia no se puede reasignar recursos, año a año se debe evaluar la pertinencia de muchos programas.
Columna publicada en El Líbero 3/12/2015