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Autonomía por Eugenio Guzmán

Los resultados de la última encuesta CEP, y la aprobación del Ejecutivo, nos recuerdan una frase de Churchill: “La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”. Sin perjuicio de lo anterior, el estudio muestra también cambios en la sociedad chilena que resulta más interesante comentar

Los resultados de la última encuesta CEP, y la aprobación del Ejecutivo, nos recuerdan una frase de Churchill: “La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”.

Sin perjuicio de lo anterior, el estudio muestra también cambios en la sociedad chilena que resulta más interesante comentar. Además de ratificar la desconfianza en las instituciones, revelan una aparente paradoja: a pesar del juicio crítico hacia el Gobierno, las empresas, los jueces, etcétera, las personas exhiben niveles altos de satisfacción (¿felicidad?) personal, y se la atribuyen a los más cercanos (familiares y amigos). Los mismos encuestados, sin embargo, sostienen que el resto de los chilenos no estaría igualmente satisfecho o feliz.

¿Cómo puede ser posible que la percepción del entorno local (yo y mis cercanos) sea de una alta satisfacción, a pesar de un contexto crítico sobre el país, especialmente en el ámbito público? El sentido común advierte que la satisfacción personal, e incluso la “felicidad”, no se encuentran vinculadas a espacios anónimos o abstractos, como los chilenos, el país o el Gobierno. Pero esto también podría responder a una sociedad que aspira a más autonomía de las instituciones públicas. No es casualidad que frente a la pregunta de ¿cuánto afectan las actividades del Gobierno?, sólo un 14% señala que tienen un “gran efecto”; y de los que dicen que tiene “algún efecto” (33%), un 55% sostiene que dicho efecto es negativo. Esto, sumado a los que afirman que no tiene ningún efecto (45%), resulta sugerente.

Esto podría explicar la alta preocupación por temas específicos: educación (88%), delincuencia (84%) y salud (83%), y el temor a ser afectado por la delincuencia (72%), no tener una pensión adecuada (72%), y no poder pagar una deuda (64%) o no poder pagar la educación (64%). Lo que se desea es que el Estado amplíe espacios de autonomía (y disponga mecanismos que la permitan) y no de dependencia. De allí la resistencia e incertidumbre que provocan las reformas en educación.

Estas pueden ser malas noticias para quienes sueñan con un Estado “fuerte” y omnisciente del querer de las personas, y obliga a reflexionar sobre el sentir de los ciudadanos-clientes que pueblan el paisaje de nuestra sociedad. La demanda es por más autonomía, no por más Estado.

Columna publicada en La Segunda 14/09/2005