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El arte de la guerra por Eugenio Guzmán

Los anuncios respecto de la reforma a la educación superior no han dejado contento a nadie. Puede que las propuestas provengan de personas bien intencionadas, pero con poco realismo, o de personas con fuertes convicciones ideológicas y, por lo mismo, voluntaristas, pero lo cierto es que suscitan todo tipo de ambigüedades.

Los anuncios respecto de la reforma a la educación superior no han dejado contento a nadie. Puede que las propuestas provengan de personas bien intencionadas, pero con poco realismo, o de personas con fuertes convicciones ideológicas y, por lo mismo, voluntaristas, pero lo cierto es que suscitan todo tipo de ambigüedades.

Por lo pronto, cabe preguntarse por qué se mezclan materias tan diversas como la gratuidad y el gobierno corporativo de las universidades. ¿En qué sentido la gratuidad supone el cogobierno? Resulta difícil ver la conexión, o si ello ayuda a la calidad universitaria, más aún cuando las mejores universidades del mundo no se ajustan a este tipo de propuestas.

Esta iniciativa limita la autonomía universitaria y la competencia del sistema, por ejemplo, al imponer un mecanismo único de ingreso –con diversos instrumentos, pero diseñados centralmente– y la intervención directa de la gestión universitaria, incorporando nuevas reglas. La evidencia internacional muestra que tanto la autonomía como la competencia son las claves de la mejor productividad académica. Como ésta es muy difícil de observar por parte de los actores políticos y burocráticos del Estado, el control centralizado reduce la eficiencia.

La reforma tampoco resuelve los problemas de endeudamiento de las familias hoy, una de las principales demandas estudiantiles. ¿Qué sucederá cuando se den cuenta de que esto no les mejorará su situación? Bueno, lo que se aprecia con otras propuestas: frustración y desconfianza.

Por otro lado, ¿qué sucede con quienes han postulado y postularán al Crédito con Aval del Estado en los próximos años, antes que la gratuidad entre en vigencia? Aún no lo sabemos. De no ocurrir nada, ello detonará más desconfianza y una nueva profecía autocumplida: que en política todo es promesa y palabrería, cuando la correcta política es prudencia, liderazgo y manejo de expectativas.

Estas preguntas, y otras más, revelan una duda de fondo: ¿Es la reforma el resultado de un proceso reflexivo, que incorpora consideraciones de prudencia y realismo, o es más bien una estrategia que busca, en el mejor estilo del arte de la guerra, ciertos propósitos no declarados? También podría existir otra hipótesis: lo que se propone es ambiguo porque es el resultado negociado desde visiones ideológicas diversas.

Columna publicada en La Segunda 10/08/2015