El diagnóstico y solución se encuentran en la carencia de instituciones adecuadas. Son éstas las que debemos cambiar. Si bien las instituciones importan y mucho, el problema es más complejo y hunde sus raíces en otros fenómenos que a simple vista no reparamos.
Para muchos, a los culpables de las denuncias de los últimos meses los encontramos en las élites. Se han hecho todo tipo de interpretaciones para incitar la caza de nuevos “enemigos públicos”. No han faltado quienes, con una simpleza cándida, imputan al sistema o al mercado todos los problemas. Y claro, los paladines del antilucro reducen a éste sus explicaciones. Pero a poco andar, se hace evidente que el Estado no es ni puede ser garantía de santidad.
El diagnóstico y solución se encuentran en la carencia de instituciones adecuadas. Son éstas las que debemos cambiar. Si bien las instituciones importan y mucho, el problema es más complejo y hunde sus raíces en otros fenómenos que a simple vista no reparamos. En concreto, el problema lo apreciamos en nuestra cotidianidad, en prácticas tan evidentes que las pasamos por alto. Algunos ejemplos: la evasión en el Transantiago alcanza más del 23%; entre 25 y 30% de las licencias médicas son falsas o al menos fraudulentas; más del 10% de los santiaguinos admite que sabe de gente que compra en lugares donde venden objetos robados; el “robo hormiga” en supermercados se estima en 1% de las ventas, las que superan los US$ 13.000 millones anuales, sin incluir otras industrias del retail.
Pero más aún, son muchas las conductas que, aunque no tenemos mediciones, muestran nuestros estándares morales diarios: estacionarse en lugares prohibidos, cruzar las calles en lugares no aptos, ocupar recursos de nuestros lugares de trabajo para fines personales, uso de contactos, etc.
Todo esto no significa caer en el cinismo, sino ser escépticos de las fórmulas legales para resolverlos. Claro, éstas ayudan, sin embargo, una vez diseñadas y aplicadas, ellas fallan si no son transversales a distintos órdenes sociales. El exceso de regulación no necesariamente resuelve el problema. La experiencia comparada está llena de ejemplos. ¿Podemos hacer algo? En el corto plazo, no tenemos muchas salidas. En el largo plazo sí, a través de fórmulas y discursos alejados del moralismo y la hipocresía, y más bien concentrados en el sentido común del deber para con la ley, alejados de actitudes emocionales y humores pasajeros.