Todo parece indicar que existe consenso en torno a terminar con el binominal y, si bien aún no está claro qué fisonomía tendrá la nueva propuesta, es probable que sea una variación en torno a las que hoy se plantean. Es decir, aumento del número de diputados, distritos de mayor tamaño, reagrupación de los actuales distritos, incorporación de cuotas y competencia por pactos y subpactos de partidos.
Más allá de qué proyecto finalmente sea votado y aprobado, es interesante reflexionar acerca de cómo los sistemas electorales, aunque imponen ciertos límites a la forma de elección de candidatos, de una u otra forma están afectados por la competencia política. Lo anterior da lugar a fenómenos que ciertamente no parecen deseables, o, al menos, que no resuelven los problemas que se ha querido superar con los cambios de sistema electoral.
Al respecto, tres ejemplos nos pueden ilustrar. En primer lugar, veamos qué podría suceder con la incumbencia o porcentaje de diputados que se reelige. Como bien se sabe, una de las promesas que se han hecho es la de aumentar la competencia y generar recambio; es decir, que no sean los mismos los que ganen las elecciones. La verdad es que una elección puede ser muy competitiva, pero no por ello perderán los que repostulan. En consecuencia, puede ocurrir que ganen los mismos de siempre pese a ser competitiva. Ahora bien, en un distrito de 5 escaños, que antes agrupa a dos distritos que sumaban 4 escaños, es muy probable que se reelija a los mismos diputados que ya estaban en el cargo, más uno adicional, dado que se aumentó en uno el número de cargos. No obstante, nada asegura que en la elección siguiente este sea reelegido, luego, esto significará que en el mediano plazo el nuevo sistema no asegurará cambios significativos.
Un segundo caso sería la posibilidad que un candidato de un pacto resulte electo a pesar de tener menos votos que el del bloque contrario, como sucedió en 1989 con Jaime Guzmán y en 2013 con Carlos Montes. Al respecto, dado que la competencia será entre pactos, y que, en consecuencia los votos se suman, nada garantiza que no ocurran situaciones como las de 1989 y 2013. Es más, podríamos señalar que esto podría ser más frecuente. Incluso, los pactos afectarán las posibilidades de los partidos pequeños de obtener representación, pues en el mejor de los casos (distritos de 8 escaños) deberán conseguir más del 11% de la votación para estar seguros de ganar.
Finalmente, respecto de la abstención, pensar que esta disminuirá significativamente no resiste análisis. Desde 1990 esta viene aumentando en distintas democracias del mundo, con los más variados sistemas electorales. Esto deja de manifiesto que el sistema electoral no es el único factor para explicar este fenómeno.
En general, para quienes apuestan a un cambio fundamental en la política nacional, a partir del tipo de propuestas que se están discutiendo, es interesante recordarles que muchas de los argumentos que hoy esgrimen quedarán cuestionados cuando surjan situaciones como las mencionadas. Quedará así en evidencia que no estamos en presencia de juegos electorales.