Una anécdota dice que cuando se liberalizaron los precios en los 70, un empresario se quejaba frente a una autoridad que los precios del cuero se habían disparado un 500%. “Vaya a China”, le habría respondido la autoridad. Y es que resulta innegable que el voto voluntario tiene que ser analizado bajo el prisma de un mercado que está en ajuste, en que el Estado hace un pago por voto emitido y los agentes asumen los costos de ir a votar y eligen políticos asociados a programas de política pública. Al igual que cuando se liberalizaron los precios antaño, los mercados libres entregan mayor información que aquellos que están bajo coacción, prohibición o discriminación. Sabemos cuántos y dónde votaron en primera vuelta, por qué programa, y cuántos en una segunda vuelta lo hicieron ahora enfrentados a dos alternativas. Sabemos que muchos de los que votaron en primera vuelta luego no les atrajeron los proyectos de las candidatas de la segunda vuelta. Contra la opinión de un senador socialista que aboga por restaurar la obligación, dados los beneficios que ofrece el arreglo social a sus miembros, cabe recordar que esos beneficios surgen también del trabajo y el pago de los contribuyentes y los programas que éstos eligen, y no de deberes espurios. Por lo mismo, queda bajar los costos de ir a votar y los partidos tendrán que invertir en ingeniería electoral y marketing político, el que apoyado por las nuevas tecnologías podrán ofrecer candidaturas en sintonía con lo que los ciudadanos esperan de sus políticos. Así, de seguro que al igual que el empresario de antaño, los políticos se acostumbren a un mercado competitivo, libre y abierto, donde no te puedes dormir en los laureles.