Los sistemas electorales no son sagrados y, por lo tanto, pueden ser reformados e incluso cambiados radicalmente. Por la misma razón es que no existe el “mejor” sistema electoral. Así, dependiendo de los objetivos políticos que se busquen y de las experiencias histórico-políticas, tanto propias como comparadas, es que un sistema electoral puede ser más adecuado para una sociedad que otro.
No obstante, cuando el ministro del Interior señala que “después de 25 años con un sistema electoral perverso, que ha hecho tanto daño a la democracia chilena, podemos enviar un proyecto que va a fortalecer la democracia en Chile”; está expresando todo lo contrario. Por lo pronto, de un plumazo ha restado toda validez al Congreso, pues son los mismos diputados y senadores producto de este “sistema perverso” quienes harán dicha reforma. Y qué decir sobre su afirmación de que dicho sistema “ha hecho tanto daño a la democracia chilena”.
Incluso cuando se afirma que “va a fortalecer el poder de las regiones, que va a fortalecer la posibilidad de que las fuerzas emergentes se incorporen al Parlamento, que va a fortalecer la posibilidad de que mujeres y jóvenes puedan integrar el Congreso”, la verdad es que tampoco es claro que así ocurra.
Anteriormente, el ministro Peñailillo había expresado: “Espero que esté la voluntad para llegar a un sistema proporcional como está en todas las democracias del mundo democracias fortalecidas, que no pueden ser bajo un sistema donde las minorías vetan a las mayorías y donde muchas veces este sistema digamos, ha llevado a que da lo mismo quiénes sean los candidatos y da lo mismo por quién uno vote”. Si por “democracias fortalecidas” se entiende a las democracias de los países desarrollados y las más antiguas, habrá que recordarle que entre ellas están Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia y Francia, y que ninguna emplea sistemas proporcionales. Además, habrá que aclarar que países como Alemania y Nueva Zelandia también democracias bastante consolidadas emplean sistemas mixtos.
De más está aclarar que el sistema binominal es proporcional. De hecho, el arrastre de la lista explica la existencia de los llamados parlamentarios binominales que recientemente obtuvo la Nueva Mayoría. Y que lo mismo, y con mayor claridad, puede ocurrir bajo el nuevo proyecto.
Por otra parte, si de cuotas se trata, la experiencia internacional no señala que esas “democracias fortalecidas” tengan implementados sistemas de cuota como las que se proponen en la reforma. De hecho, países como Canadá, Reino Unido, Australia, Austria Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia, Suiza y Noruega, por citar algunos, sólo emplean cuotas voluntarias (no legales) a nivel de los partidos. Más aún, en EE.UU., Nueva Zelandia, Finlandia y Japón no tienen legislación ni tampoco cuotas voluntarias. Esto no quiere decir que la legislación no pueda ser un incentivo; no obstante, la experiencia comparada está demostrando que son otros factores los que inciden más que las cuotas.
Por último, decir que bajo el binominal “da lo mismo por quién uno vote”, si bien se refiere a las tasas de reelección, es algo que apreciamos en todo tipo de sistemas, y ejemplos huelgan.
En general, si bien se puede aceptar que la exageración y desinformación responde a la retórica típica de la política para instalar un tema, cuando se trata de reformas como las que se quieren llevar a cabo, lo propio es una justificación que sea algo más templada y ajustada a la realidad; de otro modo, queda en evidencia la falta de acuciosidad de las propuestas.