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«Una isla en el Pacífico» por Eugenio Guzmán

La reciente noticia de que a partir de mayo próximo los chilenos podrán viajar por turismo y negocios sin visa a los Estados Unidos es tal vez una de las más relevantes en lo que respecta a movilidad internacional de personas de las últimas décadas para el país. Si bien no necesariamente se corresponde con una ampliación de las políticas de inmigración norteamericanas, claramente es un avance, toda vez que es un reconocimiento, una forma de flexibilización del fenómeno.

En relación con esto último, cabe preguntarse si existen en Chile políticas destinadas a flexibilizar la inmigración. Si bien se dirá que la legislación lo permite, en la práctica, las dificultades reales que enfrentan quienes quieren inmigrar no son menores. A modo de ejemplo, el plazo estimado para el otorgamiento o rechazo de una visa de residencia temporal es de aproximadamente tres meses, lo que puede demorar aún más dependiendo de las facilidades para clarificar a los postulantes la secuencia de trámites.

En este sentido, cabe la hipótesis de que no se cuenta con la capacidad de recabar de manera eficiente y oportuna información sobre los postulantes en el país de procedencia, pero también, en el caso de la postulación que se hace en Chile, es altamente probable que nuestros propios sistemas de información presenten ciertas falencias.

Pero existe otra dimensión, que podríamos llamar “ideológica”. Sí, ideológica, en el sentido de que existiría una visión sobre la migración que distorsiona la realidad y sobre la cual creamos y aplicamos leyes y actitudes refractarias a ella. En efecto, cuando abordamos el tema de la inmigración se disparan un conjunto de alertas sobre los riesgos de flexibilizar las normas actuales, las que van desde quienes sostienen que ayudaría a la llegada de individuos de dudosa reputación (delincuentes), hasta quienes postulan que ello significaría mano de obra barata con efectos locales negativos en materia de empleo y salarios, además de fomentar el abuso a los extranjeros. La verdad es que lo primero puede suceder, pero también de manera ilegal con la actual legislación.

Respecto de los efectos económicos sobre los empleos y salarios nacionales, no es para nada claro que la inmigración tenga un efecto negativo. Existe evidencia contraria de que en realidad tiene un efecto positivo en la expansión de las economías locales (Borjas 2006; Card 2001, 2007, 2009; Card and Lewis 2007; Peri 2009, y Peri and Sparber 2009). Si bien se pueden esperar efectos de corto plazo, ellos son más que compensados en el mediano y largo plazo.

Tal vez lo que da origen a esta ideología es una suerte de síndrome de “isla”, que por mucho tiempo, como un mito, ha estructurado nuestra visión de la realidad y del mundo. Obviamente, no es exclusiva nuestra, pero es más densa de lo que creemos. De hecho, nos hace olvidarnos de la extraordinaria influencia y aporte de los inmigrantes en Chile, a pesar de ser un país de bajos flujos migratorios. El mayor porcentaje de residentes extranjeros en Chile tuvo lugar en 1885, llegando a un 4,5% de la población, en 2002 llegaba a 1,2%, y actualmente se estima en 2,2% (de hecho, la más alta en 70 años). En Estados Unidos, en 1880 alcanzaba al 13,3% y en 2010 a un 12,9%.

Aunque debemos hacer todas las salvedades del caso, uno de los impulsos más notables del desarrollo tiene que ver con los flujos migratorios, con el aporte de miles de personas a través de su trabajo, esfuerzo e inventiva. Los inmigrantes tienen una característica que no se sopesa con claridad, a saber, la fuerza y el empuje nada más ni nada menos que para migrar, para buscar nuevas oportunidades.

Fuente: Diario La Segunda.