Estamos en medio de una crisis que tiene al sistema político cuestionado en su totalidad. La indignación ciudadana asociada a los escándalos y la falta de credibilidad anticipa que esta precaria situación podría afectar nuestro desarrollo económico y social. Los partidos políticos siguen jugando a las ventajas políticas de corto plazo, sin entender la gravedad […]
Estamos en medio de una crisis que tiene al sistema político cuestionado en su totalidad. La indignación ciudadana asociada a los escándalos y la falta de credibilidad anticipa que esta precaria situación podría afectar nuestro desarrollo económico y social. Los partidos políticos siguen jugando a las ventajas políticas de corto plazo, sin entender la gravedad del fenómeno que enfrentan. Es extraño que no entiendan que este tipo de crisis no genera beneficios para nadie, sólo costos. Deben actuar poniéndole fin, con una solución que sea percibida por la ciudadanía como lo suficientemente dura y dolorosa para hacer creíble que la respuesta al descrédito ha sido un nuevo estándar, mucho más exigente, de probidad y transparencia en la política.
El liderazgo político se mide, sobre todo, en momentos como éste. Ser capaz de hacer lo necesario para salir de la crisis, sin esperar reconocimiento, sino que todo lo contrario: estar dispuestos a enfrentar incomprensión e impopularidad, si es que el establecimiento de una nueva institucionalidad así lo requiere. Porque con este nivel de críticas se abre el espacio al populismo, sea de izquierda o de derecha. La solución ofrecida se limita al recambio de nombres y no ataca al fondo del problema, que es la mala regulación que permitió esas conductas. ¿Por qué deberíamos suponer que otros, bajo los mismos incentivos institucionales, se comportarían distinto? La experiencia nos dice que el cambio drástico de reglas y sanciones, asociado a la firme voluntad de aplicarlas, es el disuasivo necesario para un cambio real.
La mala noticia, para todos, es que en el Chile de hoy el liderazgo político es escaso y que la lógica de los acuerdos estaba descartada en el discurso político de gran parte de los partidos. Entonces, ¿dónde encontrar el liderazgo político necesario para sacarnos de esta crisis? ¿Será la Presidenta capaz de liderar este proceso y, más allá de las críticas, abrir espacio para un gran acuerdo nacional que permita refundar la actividad política en nuestro país? ¿Existirá en la oposición liderazgo como para acompañar decididamente a este acuerdo? Es la incertidumbre prolongada frente a estas preguntas lo que más daño le hace a nuestra democracia.
Columna publicada en La Segunda 24/03/2015