Con la excepción de la bochornosa inscripción del candidato de la Lista del Pueblo y su posterior explicación de lo ocurrido, la competencia ya está en camino. Si bien es posible que surjan reparos en algunos casos, lo concreto es que al menos en la carrera presidencial los candidatos están definidos.
En este sentido, en el trascurso del proceso electoral iremos visualizando las estrategias de los candidatos y partidos, como, por ejemplo: los intentos de posicionarse a la izquierda o centro, desembarazarse del pasado o el mostrar atributos tales como juventud, independencia o no pertenencia a la elite política. Y para qué decir, a quién se le pedirá el voto en segunda vuelta.
Pero, además, la campaña y posterior elección permitirá despejar algunas dudas que hasta ahora tenemos. Una de ellas es el peso que tendrán los independientes fuera de pactos de partidos.
En efecto, las elecciones de mayo dejaron la impresión de que ser independiente es equivalente a decir “pueblo”, esto es desconectado de la política, inmaculado. Es así que los resultados de las listas de independientes de la elección de convencionales, en cierto modo, dejaron esta impresión. Si bien el sistema de partidos hasta hoy tiene mecanismos de inclusión de independientes, la promoción de listas de ellos fueron el resultado de las reformas de 2020, que permitieron activar redes de personas con experiencia político ya sea en partidos u organizaciones de base.
Lo anterior no supone menospreciar la importancia de los independientes, de hecho, su peso, a través del espacio y apoyo que les brindan los partidos, es significativo. Lo ha sido durante décadas. De hecho, el rendimiento medido como el porcentaje de independientes electos es mayor cuando van en listas de partidos que cuando no lo hacen, ya sea en listas de independientes o fuera de pacto.
En definitiva, los llamados independientes son no militantes que no quieren “hipotecar” su autonomía frente a las directrices de partidos, no quieren apostar por ese compromiso colectivo que son los partidos, sin embargo, se sienten muy cercanos a ellos, al punto que participan en elecciones con su auspicio. Es una característica idiosincrática de nuestra política.
El problema es el significado atribuido: ¿independiente de qué? De los partidos, de intereses específicos (religiosos, económicos, étnicos, etc.) o todas las anteriores.
Ahora bien, en noviembre podremos corroborar si esto se replica nuevamente. Es cierto, que los “independientes” no contarán con las facilidades que significó la ley que les permitía conformar listas, sin embargo, si el fenómeno fuera de gran intensidad debiera repetirse nuevamente. De no ocurrir, cabría preguntarse hasta qué punto se trató solamente de una coyuntura, de un momento confuso incluso de un momento de protesta y molestia hacia la política, pero en modo alguno una tendencia.