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Eugenio Guzmán: El acuerdo – La Segunda

El acuerdo constituyente del viernes por la madrugada es un hecho político histórico y arriesgado. Histórico, porque ocurre en un momento cuya complejidad aún no logramos comprender en todas sus dimensiones y, en consecuencia, la única certeza que podemos aventurar es que será recordado en la memoria colectiva. Independientemente de los acontecimientos que se sigan, sean estos buenos o malos, afortunados o desafortunados, aunque todos deseamos que sean los mejores. Arriesgado, además, dado que entraña atrevimiento y valor para tomar decisiones peligrosas que muchos no las harían, ya sea porque le temen a la crítica de sectores radicalizados, o porque ven en su negativa una oportunidad de marcar diferencias y abrir brechas que les pueden beneficiar.

Un acuerdo como este debe ser defendido. Defendido de los intransigentes y de quienes se refugian en el purismo cuasi religioso en que se encuentran. Debe ser defendido de los que quieren todo sin dar nada a cambio. Debe ser defendido de quienes han hecho de la opinión una permanente crítica carente de propuesta; vale decir, de aquellos que su única posición es expresar su permanente descontento de todo y, de paso, insinuar que son ellos los que nunca cometen un error. También debe ser defendido de los censores morales que no entienden que, si algo es la política, es la posibilidad de concitar acuerdos.

El acuerdo debe ser defendido del triunfalismo de quienes lo realizan, lo que significa que lo estratégico y lo táctico deben subordinarse a la prudencia y conveniencia colectiva de lo que llamamos Chile, y no tal o cual partido. Debe ser defendido de la propia política miope e ideológica, que busca la ganancia pequeña. Debe ser defendido del oportunismo.

Un acuerdo de esta naturaleza supone magnanimidad (grandeza de espíritu) de quienes lo conducen y organizan. Por lo mismo, comporta una dimensión pedagógica, instructiva y formativa hacia los ciudadanos, respecto de su significado, que no es otra cosa que la disposición a concordar una salida a la crisis. Pero la defensa supone, sobre todo, resistir a las tentaciones de lo puramente presente.

La muerte de las utopías, sean religiosas, políticas o científicas, ha desfondado la política de todo pasado y futuro, transformándola en un presente inmediato. Es un mundo cuyos bordes son extremadamente estrechos y solo pueden producir vértigo. Luego, es indispensable evitar la tentación de las soluciones para hoy. Para ello existen otras herramientas.

Debe resistirse a la tentación emotiva del eje nosotros-ellos.Un acuerdo de este tipo debe ser un punto de partida para múltiples debates que ciertamente se irán expresando y en que se llama a todos los ciudadanos a expresar sus opiniones, pero en que prime ante todo la razonabilidad.

Esta, por definición, tiene un alcance más allá del presente.

Eugenio Guzmán

Decano Facultad de Gobierno UDD