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«¿El síndrome de primer año?» por Eugenio Guzmán

El debate en torno a la nominación del gabinete, en particular la designación de Claudia Peirano en la Subsecretaría de Educación, plantea una serie de desafíos del próximo gobierno. Por lo pronto, las críticas surgidas al interior de la Democracia Cristiana, especialmente de la ex ministra de esa cartera, Yasna Provoste, responderían a un problema más profundo; en concreto, cierta tensión, por decir lo menos, al interior del propio partido. Después de todo, al parecer quienes alertan sobre esta situación no son sólo los estudiantes, sino que más bien voces desde dentro de la DC.
Pero más allá de eso, el problema radica en que se trata de una reacción que se hace pública, generando una tensión innecesaria en un proceso que hasta el momento parecía prístino.

En este sentido, el diseño de gabinete empleado por Michelle Bachelet hasta el momento parece desafiado desde el interior de los partidos de su coalición, o, para ser más precisos, desde una corriente interna. En buenas cuentas, se trata de un diseño que se caracteriza porque el énfasis está puesto en un eje de lealtad y compromiso con el Ejecutivo, más que en una lógica de redes políticas. Así lo expresaron las palabras del próximo titular de Interior, Rodrigo Peñailillo, quien dijo que para ser ministro “hoy no basta sólo la experiencia política”.

A lo anterior se agrega una designación de subsecretarios en la que no queda claro si los nombrados responden a esta última lógica (actores políticos con experiencia), o si se trata de personas que de algún modo están vinculadas también, de forma indirecta, con actores cercanos a la Mandataria electa. Ejemplos serían la dupla Peñailillo-Mahmoud Aleuy en Interior, o Javiera Blanco-Francisco Díaz en Trabajo, personas vinculadas a actores cercanos a Bachelet y que cuentan con la suficiente experiencia. De ser así, se trata de un intento de síntesis para abordar los desafíos de un año de reformas en que la experiencia política y las redes son cruciales, dado que ellas serán discutidas en el Congreso. A menos, claro, que éste se transforme en un buzón de los proyectos que envíe el Ejecutivo para que sean aprobados y punto.

De cualquier modo, un tema que podría ser crítico es que el nombramiento de ministros y subsecretarios, más que responder a las funciones y jerarquía de cada uno, termine respondiendo a una estructura de paridad entre ambos; así, los subsecretarios (al menos en algunos casos), en vez de dedicar su tiempo y sus esfuerzos a tareas administrativas, terminarían articulando decisiones políticas a igual nivel que los ministros. O lo que sería más grave, que su comunicación con el Ejecutivo se hiciera directamente sin la intervención del superior directo, en este caso el ministro.

Así, surge la duda de si la mecánica entre estos dos niveles es capaz de funcionar adecuadamente. Si bien en los gobiernos de Lagos, Frei y Aylwin operó, ello fue posible debido a que la preeminencia de la lógica de lealtades personales estuvo bastante acotada y no se transmitió al gabinete en su totalidad. Desde 2005 con Bachelet, 2010 con Piñera y hoy, nuevamente con Bachelet, las cosas parecen distintas.

En este contexto, resulta complejo que ya antes del estreno en funciones del próximo gabinete, se ponga en duda el diseño implementado por la Presidenta electa. Si se concede la petición de renuncia de Peirano por parte de los críticos de la DC y otros, el efecto, aunque no sería devastador, sí sería crítico. Después de todo, lo que se encuentra detrás de la agenda de Bachelet es que, al igual que en 2005, no parece estar dispuesta a que los partidos le doblen la mano, menos aún sabiendo su popularidad y para qué decir a través de la prensa.

Fuente: Diario La Segunda.