*Por José de la Cruz Garrido F.
Uno de los puntos críticos que existe en la segregación barrial y el control que ejerce el narcotráfico en villas santiaguinas es la violencia, y sus distintas expresiones: violencia de género, violencia en el pololeo, violencia asociada al uso de armas (balaceras), lesiones, amenazas, violencia escolar, violencia intrafamiliar, todas formas de violencia que la autoridad constata y tiene como mandato asegurar.Sin embargo, el enfoque de seguridad y criminalización es una visión que llega tarde, toda vez que se acumula como estadística, sin dar cuenta de las razones que explican su emergencia y desarrollo, en particular en determinados territorios de una ciudad.Una manera de abordarlo es desde la psicología moral.
La violencia se da en nuestro entorno, desde que somos niños nos relacionamos desde el cuidado que recibimos y de ahí que se expresa el más básico mecanismo de autocuidado.
La violencia por definición es agresión, la cual puede ser soterrada y darse en formas silenciosas, que solemos llamar violencia psicológica.
La agresión produce resentimiento y este sentimiento nos motiva a tomar represalias, a devolver la agresión erosionando nuestros sentimientos sociales, disponiéndonos al comportamiento violento.
Por lo mismo, desde pequeños que serán claves nuestras relaciones morales, las que hoy día se ven condicionadas, por ejemplo, por una mala alimentación y estar expuestos a contenidos audiovisuales que no son acorde a la infancia, ofreciendo estereotipos erotizados y violentos.Asimismo, la violencia puede ser vista como una enfermedad.
Nos volvemos violentos por contagio, y la violencia se expande como una epidemia en un territorio y, por ende, existen factores de riesgo y protectores que determinan la exposición, por ejemplo, de los menores a contextos violentos: hacinamiento, familias monoparentales, el descuido de los padres por el menor, mala alimentación, exposición al consumo de drogas frente a adultos, entre otros, son las condiciones en las cuales el menor desarrolla sus habilidades emocionales, su inteligencia emocional, dejándolo más o menos expuesto a las conductas violentas de su entorno.En este contexto, las escuelas funcionan como un factor protector, toda vez que en ellas el menor que se ha visto expuesto a un entorno violento cuenta con las herramientas psicosociales, para prevenir e intervenir episodios críticos que vienen desde el hogar y el barrio.
Hoy en muchas de estas escuelas los equipos directivos y docentes son testigos de episodios críticos todos los días; esos episodios permean las escuelas y hacen de la gestión escolar una tarea muy compleja, para la cual hay que contar con herramientas de contención más sofisticadas.De ahí que estas escuelas, además, al igual que los territorios en que se desempeñan, sufran de estigmatización, en gran medida por la invisibilización que sufren, y la “legualización” de sus territorios, haciendo más difícil el trabajo de intervención desde una mirada de salud pública.
La homogeneización de los territorios puede ser abordada, describiendo con mayor detalle los nudos críticos de violencia, previniendo en los territorios desde una mirada sistémica, y no simplemente militarizando con publicidad los barrios, lo que produce estigma.Una mirada sistémica propone mirar el problema en su conjunto, desde las escuelas, con foco en la salud de los menores.
El énfasis en el aprendizaje nos obliga a ser flexibles en las metodologías de enseñanza e incorporar a la comunidad en su conjunto, en el desarrollo de las soluciones a los problemas de violencia que impera en los territorios bajo el control del narco.
*José de la Cruz Garrido Fuchslocher, es profesor e investigador del Centro de Políticas Públicas de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.