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Francisca Dussaillant: ¿Mercados inmorales? – El Mostrador

El debate público en Chile está enardecido. “Más Estado”, gritan algunos, “más mercado”, responden otros. Los primeros sostienen que, por naturaleza, los seres humanos estamos diseñados para cooperar y no para competir. La palabra “competencia” es percibida como una grosería, un término deshumanizante que engloba toda la inmoralidad de un modelo que hay que eliminar. Por su parte, los segundos responden tímidamente, recurriendo a cifras, resultados medibles, análisis de eficiencia, etc. Muchos de ellos no se han instruido para refutar argumentos basados más en intuición y emociones que en la razón. Tampoco están preparados para ser atacados personalmente y catalogados de inmorales e insensibles. A veces, como ocurre con toda víctima de bullying, terminan por creer que el argumento moral que realiza su victimario es el correcto.

Pero quienes usan el argumento de que “el ser humano está hecho para cooperar y no para competir” para criticar el sistema, no comprenden qué es un mercado. Tampoco quienes acusan al liberalismo clásico de ser individualista y postular un individuo que solo busca su propio beneficio, sin tener consideración alguna por el prójimo. Se olvidan, estos críticos, de que el intercambio, fenómeno básico de todo mercado, es una de las fórmulas más efectivas para lograr la cooperación entre las personas. Esto, porque el intercambio genera beneficios para todas las partes involucradas. Luego, quienes son capaces de adelantarse a las necesidades de otros, son quienes tienen más éxito en satisfacer las propias.

En la utopía estatista, por el contrario, allí donde el Estado es capaz de proveer a los ciudadanos de todo lo que necesitan, la interacción ciudadana y la cooperación se extinguen. El interlocutor frente a todas nuestras necesidades es el Estado, que además determina y distingue lo necesario de lo accesorio. En este mundo también desaparece la solidaridad. ¿Qué más individualista que eso?

Decir que en los mercados está el origen de atomización y aislamiento de la persona es una falacia que ha hecho enorme daño en no pocos países. Por el contrario, la posibilidad que entregan los mercados de obtener el beneficio mutuo a través de la cooperación (y de la división del trabajo) es la que en gran medida abre la puerta a que surjan sentimientos de compasión y amistad. Más que derribarlos, tenemos que asegurarnos de que la competencia funcione fluidamente.

Los mercados no son inmorales, todo lo contrario, han sido los grandes facilitadores históricos de la interacción y cooperación entre las personas y los pueblos. La situación, por antonomasia monopólica, del Estado lo hace mucho más proclive a los excesos y abusos de poder. Cuando el Estado es la sola fuente de asignación, nada nos asegura que vaya a velar por algo más que su propia sobrevivencia.

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