Bullada y tensa fue la interpelación a la ministra Blanco esta semana. La diputada Marcela Sabat –interpelante– logró al menos poner los puntos que hoy cuestionan el accionar de la cartera de Justicia y la gestión de su líder, la crisis prolongada del Sename, las poco presentables contrataciones en Gendarmería, el “jubilazo” de la ex señora del diputado Andrade, Myriam Olate, entre otros problemas, fueron la vitrina de este ejercicio de poder por parte del legislativo.
Rememoremos. Era el 2002 cuando la entonces ministra Estelle Morris –en el gobierno de Tony Blair–, renunció al ejercicio de su cargo con una escueta y sincera razón: no era suficientemente buena para llevar a cabo las funciones. No se trataba de falta de bondad personal, sino que se sentía sobrepasada, era más difícil de lo que ella podía desempeñar. La renuncia, obviamente, fue aceptada por el gobierno, y para muchos significó un ejemplo elocuente de servicio público. Es un hecho que vale la pena rememorar en estos días en Chile.
Ministro del Reino Unido, ministro de tu país… ¿qué más se podría pedir para alguien con vocación de servicio público? Probablemente muy poco, y eso es lo difícil y a la vez encomiable de la decisión de Morris, pues su actitud nos hace meditar sobre un aspecto fundamental de la vida política: la honestidad en el servicio público. El recordado sociólogo Max Weber se refería a este tema, y a la diferencia que haya entre un estadista y otras personas que circulan en la política: esa capacidad de decir en algún momento “no puedo más, aquí me quedo”, junto con la humildad de reconocer las propias limitaciones. Por eso la ministra inglesa escribió su nombre en la historia del servicio público.
¿Y por qué en la historia? Servir a la sociedad tiene un prisma trascendental, que es la capacidad de beneficiar y mejorar la vida de las personas. Asimismo, malgastar recursos públicos o una mala toma de decisiones, perjudicando de esta manera a varios actores de una sociedad, es una vergüenza que debe ser combatida.
Por cierto: ante el frenesí de reformas estructurales y de manoseadas retroexcavadoras, es importante recordar que un buen gobierno no se mide solamente por las tareas emprendidas con buen puerto, sino también por las realizadas erróneamente. También por aquellas cosas que no se discutieron, como por ejemplo los olvidados de nuestro querido Chile, las personas en situación de calle, los menores del Sename, las familias de campamento o los compatriotas que luchan contra la pobreza por nombrar algunos, considerando que para ellos no hay reforma estructural ni reforma tributaria que se haga cargo. De nada sirve mirar tu cuenta corriente a favor –si fuera el caso– si tu línea de crédito se está acabando, resulta a lo menos irrisorio.
En efecto, ya es un estilo habitual ante una crisis política el preocuparse sobre el impacto negativo en la imagen del involucrado, pasando por encima las razones de los cuestionamientos y factores causantes de la crisis. Lo importante pasa a ser la victoria política, ganar el gallito electoral en perjuicio del rédito social, lo que es una completa mezquindad, y más aún cuando debemos tener presente y grabado en nuestras mentes algo esencial, y es que a pesar de la adversidad del momento y las circunstancias, la cuestión política es esencial a nuestra naturaleza humana, por ende es ineludible y necesaria.
¿Qué duda cabe? La interpelación deja en evidencia que reinan los discursos, que las palabras tienen un peso mayor que los hechos, olvidando que los países se construyen con lo último. Para Luther King Jr. lo más persistente en la vida y la pregunta más urgente es: ¿Qué estás haciendo por los demás? O en nuestro caso por los olvidados. Es momento de dar en el clavo y entender que somos responsables de lo que ocurre.
Nuestros problemas actuales son abordables, estamos lejos de estar en la mayor crisis que hayamos tenido, pero también es momento de avanzar y no olvidar los temas centrales. Basta de cálculos políticos y malas prácticas, es sabido que todos debemos aportar, pero los líderes tienen una responsabilidad y un rol ejemplificador que entregar en el servicio público. El político, por vocación, comprende su labor como única: aportar al desarrollo de su país, ya sea dentro o fuera del sistema, o la recordada frase “hacer política en la medida de lo posible”. Llegó la hora que en Chile tengamos más Estelle Morris.
Ver Columna AQUÍ