En los últimos años nos hemos llenado de partidos nuevos y movimientos, que ya suman más de 30. También se ha vuelto normal la salida desde los partidos tradicionales de destacadas figuras con más de 30 años de militancia. ¿Está nuestro sistema político en pleno proceso de fragmentación? Es una pregunta que parecería respondida de sobra por estos datos, pero que en realidad requiere de un análisis mayor.
En principio, tanto la Nueva Mayoría como ChileVamos, es decir, las dos grandes coaliciones históricas, eligieron como estrategia electoral llevar tres listas de concejales y una sola de alcaldes. Esto permitió incorporar a nuevos partidos y movimientos en la competencia política y mantener la unidad necesaria para no poner en riesgo las alcaldías. Esta estrategia operó con gran eficiencia, salvo contadas, pero ruidosas, excepciones.
Esto explica que en la elección de alcaldes no exista un aumento significativo de la oferta respecto de la última elección municipal en 2012. Ahora competirán 1.225 candidatos contra los 1.159 de la vez anterior.
Esto es un dato importante para leer correctamente el aumento de pactos y listas como la cantidad de candidatos, los que aumentaron considerablemente. En 2016 van a competir 13.327 candidatos a concejal, una cifra record, que significa 3.400 candidatos más que en 2012. Sin embargo, la sensación de gran incremento se atenúa si vemos que este crecimiento se concentra en los dos grandes bloques.
Atendida esta realidad de las cifras, que es el reflejo más sincero de la voluntad política de competir y de las capacidades de los nuevos partidos y movimientos de reclutar candidatos y tener presencia en todo el país, pareciera que la fragmentación política es una ilusión. Pero llegar tan rápido a esta conclusión puede ser un error.
La fragmentación política hoy se está expresando más en la conducta de los distintos liderazgos políticos y en su endémica incapacidad de ponerse de acuerdo, que en un desafío evidente hacia la hegemonía de los dos grandes bloques. Por lo menos esto es lo que se aprecia hasta ahora, quizás porque la elección municipal es la más exigente en dos áreas complicadas para los nuevos partidos: la territorialidad, con cientos de elecciones locales distintas; y el capital humano, traducido en grandes números de dirigentes capaces de asumir el rol de candidatos desplegados en todo el país. Algo que puede revertirse el próximo año en las elecciones parlamentarias, donde los esfuerzos se concentran en menos candidatos.
Hasta aquí hemos observado el fenómeno de la fragmentación desde la perspectiva de la oferta, el rol de partidos y candidatos, y no sabemos qué pasará con la demanda: la conducta que asuman los electores de preferir o no a los nuevos partidos o movimientos.
Esta elección municipal será el primer test real sobre la fragmentación. Veremos también qué posibilidad hay de que exista un binominal social, donde, aunque con más actores, siga operando y continúe presente en la mente de los electores la lógica tradicional de los dos grandes bloques que han dominado la escena política los últimos 27 años.
Gonzalo Müller, pírofesor Centro de Políticas Públicas UDD.
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