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La brújula perdida por Raúl Jara

Las grandes naciones y sociedades han tenido claras virtudes y factores que las han convertido en referentes, pero por sobre todo han contado con estadistas y líderes que han sabido sobreponer y ubicar como prioridad la realidad-necesidad versus fantasía-ideología. Es decir, han procurado una hoja de ruta basada en el bien común. ¿Qué pasa cuando un país pierde -por ejemplo- la brújula que los guío a derrotar la pobreza en más de un 40% en cerca de 25 años? Es hora de poner la pelota al piso e ir al grano. Según el Banco Central y su Informe de Política Monetaria (IPoM) el país durante el 2016 tendrá un PIB a la baja: entre 1,25 y 2,25%; la demanda interna se reduce en su estimación a un 1,5%, muy por debajo del 2,6% de diciembre; la Inversión también disminuiría de un 1,7% a un 0,5%, al igual el déficit de la cuenta corriente que aumenta de un 1,7% a un 2,5% del PIB. En concreto, Chile crecería este año a un ritmo de entre 1,25% y 2,25%, muy por debajo del rango entre 2% y 3% calculado en diciembre pasado, aunque era una cifra de la que se desconfiaba. Por su parte Hacienda también bajó sus estimaciones desde el 2,75% proyectado inicialmente a un 2%, con lo cual y dado estas últimas proyecciones el periodo 2014-2016 sería el peor trienio económico de Chile en tres décadas, superando inclusive períodos negros de la economía internacional. Para entender las implicancias de lo anterior es vital comprender que 1% menos de crecimiento del PIB significa US$750 millones menos de recaudación para el Estado. A lo anterior se suma que una de las billeteras del país –Codelco– hace una semana anunció una pérdida contable de US$1.357 millones durante el 2015, histórico y preocupante, mientras la principal materia prima del país muestra una baja sostenida. Es ahora cuando la correcta lectura y posterior diseño de las políticas públicas es vital para pensar el destino de un país. Son innumerables los factores que inciden, pero ya vemos como Venezuela siendo un país productor de petróleo –recurso riquísimo– cuenta con el triste récord de inflación de 180%, la más alta del mundo durante el 2015. Para Acemoglu y Robinson, en su libro ¿Por qué fracasan los países?, más allá de los commodities y recursos varios, para lograr un éxito económico sostenido se necesita una economía organizada que genere incentivos y oportunidades para la mayoría de los individuos. Eso depende de cómo funciona el sistema político y qué oportunidades otorga para el emprendimiento. Se requiere una amplia distribución del poder político en la ciudadanía y una centralización eficaz, es decir, un Estado regulador. En dirección contraria, las actuales reformas y autoridades -salvo excepciones- han hecho ver a la economía en un segundo plano y con un cierto dejo de arrogancia ignoran lo importante que ha sido este factor para el crecimiento y la historia reciente del país. Olvidan las limitaciones inherentes que posee el Estado –quien sirve a las personas y no al revés– y olvidan que el objetivo y foco de toda política pública es la persona y da la impresión que no conocieran la fuerza del espíritu humano al entregarles la libertad para crear y desenvolverse. ¿Quiénes son los más golpeados cuando al país le va mal? En esta línea el Papa Francisco lo reiteró el ´2013: «Los pobres no pueden esperar…». Este imperativo es inherente al crecimiento económico, la pobreza se reduce en gran parte por ello y esto se logra con reglas claras, bajos impuestos sobre todo para los más vulnerables, la posibilidad de elección y libre asociatividad, la conversación de incentivos privados alineados con objetivos sociales, un Estado con un rol subsidiario prudencial y una correcta focalización del gasto público, sobre todo en materia social. Cuando se trata de facilitar y mover la vida de un ser humano, sea cual sea su condición, no existe nada más potente que el empleo y el esfuerzo personal, sobre todo para familias que viven bajo la línea de la pobreza, les transfieres automáticamente libertad y dignidad. Por su parte Juan Pablo II en su discurso en la CEPAL de 1987 hablaba sobre el empleo dirigido a los más pobres “ofrecerle trabajo, en cambio, es mover el resorte esencial de su actividad humana, en virtud de la cual el trabajador se adueña de su destino, se integra en la sociedad entera, e incluso recibe aquellas otras ayudas no como limosna, sino, en cierta manera, como el fruto vivo y personal de su propio esfuerzo”. Los desafíos son innumerables y en eso estamos todos de acuerdo, pero quienes no deben esperar son los más desposeídos. Debemos soñar con un país donde primero emparejemos la cancha desde la más temprana edad y dotar de igualdad de oportunidades a cada niño. Para esto, necesitamos que todos aportemos desde nuestra tribuna, la sociedad civil es la clave para lograr un país con principios de libertad y solidaridad que ayuden a solventar problemas sociales; y líderes que vuelvan a encontrarse con aquella brújula que los hace pensar en el principio básico de una nación, el logro del bien común.

Columna publicada en La Tercera #Voces 31/03/2016