Justo en medio del estallido del caso de colusión denominado “Tissue”, Sofofa y Cadem recogieron la percepción de la opinión pública acerca de la confianza e imagen de diversas instituciones, con énfasis en la empresa. Los resultados fueron elocuentes: mientras hace tres meses un 35% de los encuestados señó tener una mala imagen de la empresa en general, ahora esa cifra se elevó a un 47%.
La evidencia demuestra una correlación entre el conocimiento público de casos de colusión y su efecto en la reputación del empresariado en general. Las malas prácticas de algunos están tiñendo la reputación de muchos, lo cual no es justo. Para hacer frente a esta realidad, las empresas que actúan correctamente tienen el desafío de promover comunicacionalmente aquellas acciones que realizan en beneficio de la sociedad, tanto al interior como al exterior de la organización. Buenos ejemplos hay muchos, pero pocos son los conocidos.
Hoy estamos frente a una ciudadanía mucho más sensible y consciente de sus derechos de consumidor, reaccionarios frente a los abusos e ilegalidades de cualquier especie. Lo vimos recientemente con el caso de colusión de supermercados y el llamado a no ir a comprar a estos durante un día determinado, lo que tuvo alta repercusión en las redes sociales, aunque no tanta en la práctica. Esta hiperactividad comunicacional, favorecida por la tecnología, es también una oportunidad para empresas que quieran difundir buenas prácticas.
La responsabilidad que tienen las empresas de cuidar su reputación se ha ido transformando en condición mínima de subsistencia. La desconfianza puede terminar liquidando a una organización, ya sea porque la sociedad y el mercado la castiguen, o por la dilución progresiva del compromiso interno (de sus trabajadores), lo que redunda en falta de eficiencia y pérdida de competitividad. Proveedores, distribuidores y accionistas también se pueden ver afectados, así como los minoritarios o los cotizantes de las AFP, en los casos que se trate de empresas abiertas a Bolsa. Una vez perdida la confianza, cuesta mucho recuperarla.
Las empresas son esencialmente grupos de personas unidas por un proyecto común. Tales personas requieren de motivación e identificación con el proyecto por el cual trabajan, lo cual no solo se logra con beneficios, sino con la justa distribución del valor que la empresa genera. Por ello, los mejores y más creíbles portavoces de la empresa son sus propios trabajadores.
Esto nos entrega una esperanza, ya que el 72% de los encuestados aún afirma tener confianza y sentirse orgulloso de la empresa en donde trabajan. Al final del día, las empresas no son entelequias oscuras que buscan devorar todo a su paso, sino que son personas que buscan realizarse, progresar y sacar a sus familias adelante. Son trabajo, servicios y productos útiles para todos nosotros; son vida comunitaria que genera valor y bienestar a muchos. Quienes las lideran tienen la responsabilidad de proyectar esta realidad.
Columna publicada en La Tercera 02/02/2016