Hay al menos tres buenas razones para no regresar a la fórmula obligatoria del voto, que siendo una discusión válida entre derecho y deber, termina provocando una inestabilidad al poner en cuestión los mismos temas de manera permanente, no dejando el necesario espacio para que las instituciones, como cuerpos de normativos que producen incentivos, ejerzan su rol correctamente.
A un año de iniciar un nuevo ciclo electoral, que va de las elecciones municipales del próximo año hasta las parlamentarias y presidenciales del 2017, nuevamente escuchamos iniciativas que buscan cambiar las reglas electorales, lo que se ha transformado en una constante de los últimos años.
Ahora hay quienes plantean volver al voto obligatorio, frente al riesgo de que la alta abstención electoral registrada en las últimas elecciones se vuelvan a repetir, responsabilizando de esto al voto voluntario.
Hay al menos tres buenas razones para no regresar a la fórmula obligatoria del voto, que siendo una discusión válida entre derecho y deber, termina provocando una inestabilidad al poner en cuestión los mismos temas de manera permanente, no dejando el necesario espacio para que las instituciones, como cuerpos de normativos que producen incentivos, ejerzan su rol correctamente.
La primera razón es que obligar a los ciudadanos a votar contradice completamente la lógica de una ciudadanía ejercida en libertad, porque busca reemplazar el juicio individual sobre ir o no a votar, por la coacción de enfrentarse a multas u otros castigos en caso de no votar. Esto puede generar escenarios peores que los de la alta abstención, como lo son el de una ley de voto obligatorio que no sea respetada por más de seis, siete u hasta ocho millones de electores, que pese a la obligatoriedad no concurran a votar, poniendo en entredicho el estado de derecho y la capacidad de hacer cumplir la ley.
La segunda razón es la inscripción automática; es decir, que todos los mayores de 18 años quedan automáticamente inscritos para votar y ya no necesitan ir a inscribirse al servicio electoral como era en el sistema antiguo. Este cambio de inscripción voluntaria a inscripción obligatoria fue aceptado en directa relación de que el ejercicio del voto pasaba a ser voluntario. De producirse un cambio volviendo al voto obligatorio, necesariamente abriría el debate sobre la inscripción automática. En este caso, muchos de los legisladores de esa época y la mayoría de los ciudadanos que no hubieran aceptado la inscripción obligatoria, si no sólo asociada al voto voluntario, se sentirían engañados, pudiendo provocar el efecto inverso al de mayor participación que se buscaría con este cambio.
La tercera razón es que al proponer regresar al voto obligatorio, se evita el fondo de la discusión. Si bien la preocupación por la baja participación electoral es compartida por la mayoría, responsabilizar sólo al voto voluntario es ridículo.
Se escribió mucho sobre el cambio de reglas en la manera de enfrentar las campañas electorales y de hacer política en la nueva institucionalidad del voto voluntario, pero a pesar de esto, salvo escasas excepcione, todos los candidatos siguieron haciendo las mismas campañas de siempre. Se dijo que la clave era movilizar al elector, llevarlo a votar racional y emocionalmente a través de los mensajes, pero nuevamente casi nadie tomó en serio el nuevo rol de la política y de las campañas. Por lo mismo, al decir que queremos volver al voto obligatorio, lo que los políticos están diciendo es queremos seguir haciendo lo mismo de siempre, no estamos dispuestos a adaptarnos a este nuevo escenario más exigente y difícil.
Columna publicada en Blog Voces LT el 6/7/2105