El fallo de La Haya se ha transformado –otra vez– en una oportunidad comunicacional perdida por el Gobierno. Pocos chilenos piensan que el resultado es un triunfo. Sin embargo, una buena parte del Gobierno centró su análisis en un enfoque del tipo “lo que realmente sucedió fue…”, que en modo alguno contribuye a recuperar terreno desde un punto de vista político.
El fallo de La Haya se ha transformado –otra vez– en una oportunidad comunicacional perdida por el Gobierno. Pocos chilenos piensan que el resultado es un triunfo. Sin embargo, una buena parte del Gobierno centró su análisis en un enfoque del tipo “lo que realmente sucedió fue…”, que en modo alguno contribuye a recuperar terreno desde un punto de vista político. En situaciones así, las explicaciones –y más exactamente las respuestas, acciones y reacciones– deben ser políticas y no jurídicas. Aquí se aplica eso que tanto nos molesta: los “triunfos morales”. En este caso, ni siquiera da para eso.
Uno de los problemas de los gobiernos es que aún operan con una retórica orientada a un público poco sofisticado y menos educado, cuando la ciudadanía hoy es capaz de identificar rápidamente los relatos ambiguos y engañosos. Esto es claro en el caso de nuestro país, donde los últimos acontecimientos en materia internacional, y en general nuestra historia limítrofe, están llenos de ejemplos de derrotas o, a lo sumo, empates con cara de derrota. Sostener que Chile no ha variado ni variará su posición tampoco es una respuesta que satisfaga las expectativas de la opinión pública. El tribunal de La Haya nos dice: señores, yo tengo competencia y deben sentarse a negociar. Luego, si hay algo que negociar es respecto de algún tipo de obligación, y si una de las partes no lo cree (Chile), entonces esto es una “farsa” y sólo un medio de postergar el tema, pero no resolverlo. La discusión se reeditará nuevamente en el futuro, lo que le permitirá a la política boliviana (los gobiernos), como ha sucedido hasta ahora por décadas, seguir recurriendo al tema para equilibrar sus “finanzas políticas”.
¿Significa esto que el tema no tiene solución? No. Sí la tiene, pero a través de otras vías, como la integración comercial, la que hasta ahora ha sido muy poco explotada (quizás porque alguna de las partes no lo quiere).
La excepción en todo esto fue el ministro del Interior, quién reconoció el carácter de derrota. Con ello le devuelve sinceridad al problema y, sobre todo, liderazgo, en un contexto en que éste se demanda. Dicho en otros términos, un mínimo de indignación sincera, para sintonizar así con el malestar y decepción de una población que busca recibir señales que refuercen su identidad y sentido, en un contexto de desánimo y desconfianza.