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José de la Cruz Garrido: Balaceras en barrios críticos y narco dominio infantil – El Mostrador

El ruido de balaceras es una forma de contaminación cuyos efectos son aparentemente invisibles, pero que el estrés y temor en personas adultas, así como su naturalización en niños y jóvenes, va condicionando severamente su bienestar.

Luego de días de balaceras y fuegos artificiales, la Municipalidad de Macul hizo pública en su cuenta de Twitter que dicho “espectáculo” no estaba autorizado, oficiando además al Ministerio del Interior pidiendo ayuda por una situación que no sólo afecta a la Población Santa Julia de dicha comuna.

Hace más de un año un grupo de investigadores del Centro de Políticas Públicas de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo postulamos un proyecto al Fondo de Seguridad de la Subsecretaria de Prevención del Delito, con el fin de estudiar los determinantes de violencia juvenil y pandillas, en una Villa de la periferia sur de Santiago (por ahora guardaremos las referencias explícitas por razones de seguridad). Este estudio nació de una investigación y trabajo en terreno anterior, que abordaba temáticas de convivencia escolar, y que veníamos realizando en las escuelas del territorio desde el año 2012. Ya en ese entonces un reportaje de CIPER (2012) denuncia una situación gravísima: más de 80 territorios en la Región Metropolitana están bajo el dominio narco, abarcando probablemente una población de más de un millón y medio de personas. Dentro de los territorios señalados se mencionaba justamente donde entonces realizábamos nuestra investigación.

Así, en el marco del estudio al revisar la literatura de violencia juvenil, confirmando la experiencia de los pobladores del lugar, surge una hipótesis: los niños y jóvenes que se ven involucrados en delitos, así como en actividades vinculadas al narcotráfico, son víctimas no victimarios, desde un enfoque de Salud Pública, de un contexto de violencia y segregación que condiciona su inserción en la vida delictual. Desde un punto de vista ecológico esto hace menester realizar un análisis espacial que permita informar el riesgo situacional de estos jóvenes, los cuales además están matriculados en las escuelas del sector. Por lo mismo, que este fenómeno tiene que ser pensado desde la idea que pertenecer a una pandilla, al igual que consumir drogas, es un comportamiento riesgoso. Así, al igual que un niño que juega con fuego, que el niño se queme no es el resultado de una deliberación racional, sino que de factores de riesgo y protectores, que operaron o no, respectivamente. Entre los factores de riesgo está el contexto de violencia territorial en que vive un niño.

Si consideramos el que Ministerio Público identificó 426 barrios donde predomina el tráfico de drogas, repartidos en 24 comunas del país, la situación es alarmante; más aún cuando en el listado del Ministerio no está el territorio que nosotros estudiamos, por lo que el número es probablemente mucho mayor.

Tal como lo solicitó el alcalde de Macul, este drama debe ser incluido en el Plan Integral de Seguridad Pública en Barrios de Alta Complejidad, los cuales deben ser catastrados con rigor científico y una mirada holística, que eviten seguir en la línea de la estigmatización barrial. El ruido de balaceras es una forma de contaminación cuyos efectos son aparentemente invisibles, pero que el estrés y temor en personas adultas, así como su naturalización en niños y jóvenes, va condicionando severamente su bienestar. Esto debiera implicar, además, repensar cómo estamos midiendo la vulnerabilidad de nuestras escuelas, introduciendo variables territoriales, y revisar así qué metas se les propone a los encargados de educar a esos niños y niñas. No olvidemos que eso mismos niños son los que “celebran” la llegada de un cargamento de cocaína, percutiendo armas de asalto (y no solo fuegos artificiales). Este narco dominio recae sobre los niños, dejando adultos impunes de vulnerar los más básicos derechos de la infancia.

La realidad que observamos en los colegios estudiados y los contextos de violencia que expresan las balaceras no son una cuestión menor, allí donde los niños ya son reclutados por bandas, entre los 8 y los 10 años. Los entornos de balaceras van contagiando a los niños a estas expresiones de violencia, al mismo tiempo que personas inocentes viven aterradas.Así, entre otras metodologías innovamos introduciendo un piloto con sensores de balaceras y mapeando hot spots en un sector de la Villa. Los datos fueron elocuentes: hasta tres balaceras diarias, en un radio de 500 mts, nos permiten pensar en la dimensión del problema, si además lo extrapolamos a toda la capital.

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