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China y EE.UU: competencia en la era digital

La historia moderna ha estado determinada por la competición entre las grandes potencias, es un elemento constante del sistema internacional. Grecia compitió con Persia, España con Inglaterra, Francia con Alemania y más recientemente EE.UU con la Unión Soviética. No obstante, el auge de EE.UU como única súper potencia después del término de la Guerra Fría, significó un cambio sustancial a las dinámicas tradicionales de las Relaciones Internacionales. En consecuencia, se argumentó que la competición político-ideológica había terminado, y autores como Fukuyama propusieron que occidente había salido victorioso en esta contienda. Casi treinta años después, esta tesis parece ridícula cuando se analiza a la luz de la creciente tensión entre EE.UU y China. La Guerra Comercial y las restricciones impuestas a Huawei demuestran que el mundo se está moviendo hacía una nueva era de competición entre potencias, la que tendrá nuevas características dadas por los altos niveles de interdependencia y por la búsqueda del dominio tecnológico.

Según Mearsheimer, la inexistencia de un poder central en el sistema internacional ha producido un estado de anarquía en donde todos los Estados compiten por la sobrevivencia. En consecuencia, ningún actor independiente tiene asegurado su futuro dado que siempre existe la posibilidad de conflicto. Por consiguiente, la única forma de alcanzar la verdadera seguridad es acumular más poder que todos los otros actores del sistema internacional, es decir, lograr la hegemonía.

La búsqueda del poder hegemónico tiene como consecuencia necesaria la competición entre las potencias, dado que por definición solamente puede existir un hegemón. Lo que ha producido, según la teoría de realismo ofensivo propuesta por Mearsheimer, que las potencias están influidas por el sistema internacional a entrar en conflicto unas con otras, más allá de sus objetivos e intereses particulares. Bajo esta lógica, es posible entender y analizar diversos episodios de conflicto que han tenido lugar en la historia reciente de la humanidad. Este es el caso de las Guerras Napoleónicas, la Primera y Segunda Guerra Mundial, así como también la Guerra Fría, solamente para nombrar algunos episodios en que las potencias se han enfrentado en la búsqueda por la hegemonía.

En ese contexto, al término de la Guerra Fría, EE.UU se perfiló como única superpotencia, alcanzando temporalmente la calidad de hegemón, gracias al gran poder económico y militar que poseía a principios de la década de 1990. En 1991, el producto interno bruto (PIB) de EE.UU era alrededor del 25 por ciento del PIB mundial y el gasto militar alcanzaba el 40 por ciento del total global. Cifras que cimentaron el liderazgo y hegemonía de EE.UU hasta la segunda década de los 2000, momento en que China gracias a treinta años de rápido y sostenido crecimiento se posicionó como competidor directo, terminando definitivamente con el período de hegemonía estadounidense.

Este nuevo escenario internacional, donde EE.UU y China se perfilan como las dos principales potencias de nuestra época supone una lógica de creciente competición, que se sustenta en la búsqueda de hegemonía planteada por Mearsheimer. Por consiguiente, es esperable que, en el futuro cercano, la tensión político-económica existente entre las dos grandes potencias se mantenga en el tiempo e incluso se intensifique.

No obstante, es fundamental destacar que la competición entre EE.UU y China difícilmente se traducirá en un conflicto armado, dados los altos niveles de interdependencia existentes entre estos dos países. En 2018, el intercambio comercial entre EE. UU y China superó los 600 mil millones de dólares, representando así la relación comercial más importante del mundo. Lo que se traduce en costos especialmente altos en caso de conflicto militar. Por consiguiente, es esperable que la disputa entre estos dos gigantes se mantendrá centrada en temas comerciales.

Gracias a este contexto, es posible comprender la lógica de la Guerra Comercial entre EE.UU y China. Dado que el conflicto militar no es una opción viable, la arista económica toma preponderancia. En esa perspectiva, Trump inició un conflicto comercial con China porque busca que su país mantenga el liderazgo de la economía mundial, dado que una poderosa economía se correlaciona directamente con mayores capacidades materiales necesarias para alcanzar la tan buscada hegemonía que permite superar el problema de seguridad descrito anteriormente.

Por este motivo, uno de los elementos centrales de la Guerra Comercial es la disputa tecnológica. Debido a que en la actualidad gran parte del desarrollo económico mundial ha estado asociado a la economía digital y la revolución industrial 4.0. En 2018, siete de las diez compañías más grandes por valoración bursátil eran empresas de alta tecnología, y se especula que el crecimiento económico de las próximas décadas estará estrictamente ligado a tecnologías tales como inteligencia artificial, blockchain, automatización y más.

En ese sentido, es fundamental comprender los cambios que la matriz productiva ha tenido en la era digital. Gracias a tecnologías tales como la robótica, 4G, e inteligencia artificial, compañías alrededor de todo el mundo han podido abaratar costos, y utilizar la gran cantidad de información disponible para enfocar sus políticas empresariales de forma más eficiente. Más todavía, en algunos rubros, las tecnologías de la información han permitido ampliar ciertos mercados, como por ejemplo Uber y la explosión de la “economía colaborativa”.

En otras palabras, dado los cambios sustanciales que ha tenido la economía mundial y la matriz productiva en los últimos años, la disputa tecnológica toma un papel central en la búsqueda del liderazgo económico mundial, motivo por el que se ha transformado en el tema central del conflicto comercial entre EE.UU y China. A diferencia de la Guerra Fría, la actual iteración de competencia entre potencias no está necesariamente determinada por la cantidad de armas nucleares o por la calidad y cantidad del hardware militar, sino que por la capacidad de sacar provecho a la era de la información, motivo por el que una de las demandas centrales de Donald Trump respecto a China, es la modificación de la política industrial conocida como “Hecho en China 2025”. Política pública que beneficiaría a las empresas chinas de alta tecnología.

En conclusión, a pesar de lo que pasó al final de la Guerra Fría, las dinámicas del sistema internacional son constantes. La competición entre potencias no es algo nuevo, y la situación actual de conflicto entre EE.UU y China responde básicamente a los mismos estímulos. Sin embargo, el escenario es levemente distinto. Lo más probable es que la competición se llevará a cabo netamente en el plano económico, haciendo un especial énfasis en la tecnología digital dada la importancia de esta para el desarrollo económico de las próximas décadas. Quien controle la innovación y tecnología, probablemente controlará el futuro de la economía mundial y por consiguiente, el mundo.

Juan Pablo Sims

Investigador Centro de Estudios de Relaciones Internacionales UDD.