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La crisis de los refugiados: Consideraciones para su comprensión

Según datos oficiales la crisis en Siria ha implicado el desplazamiento de unas 12 millones de personas, casi la mitad de la población del país. De este número unos cuatro millones han logrado cruzar las fronteras, huyendo especialmente a Turquía (alrededor de un millón), Líbano y Jordania. Y miles de ellos se han dirigido a Europa buscando una mayor seguridad.

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Hace algunos días el mundo se conmovió por la imagen de un pequeño niño sirio ahogado en una playa turca. Gracias a la fotografía y su rápida viralización fue como si de pronto se descorriera un velo que había sobre el drama de los refugiados, que hasta ese momento no había sido más que una serie de noticias aisladas y lejanas que aparecían con cierta frecuencia en los medios de comunicación.

La muerte del niño sirio es la ilustración de un problema que se arrastra desde el año 2011, cuando en el contexto de la llamada “primavera árabe”, estalló la guerra civil en Siria entre el régimen de Bashar al-Asad y diversos grupos rebeldes. En este contexto es justo preguntarse quiénes son los llamados refugiados y de qué es lo que están huyendo.

Desde el año 2000, Siria se encuentra bajo el mando de Bashar al-Asad, quien sucedió a su padre, Hafez, un militar que en 1971 impuso en el país el régimen del partido Baath. Regida por los al-Asad, Siria alcanzó una notable estabilidad política y económica, convirtiéndose en uno de los países claves en la región. El hecho es reforzado por su estratégica ubicación entre Turquía, Irak, Líbano e Israel y su cercanía con la otrora URSS y su sucesora Federación Rusa.

Después de la Guerra Fría, el régimen sirio fue tolerado por un Occidente interesado en la estabilidad política y económica de la zona, al igual que la mayoría de los regímenes de la región. Pero las circunstancias cambiaron cuando una oleada de revoluciones conmovió al mundo árabe. Dictaduras otrora poderosas como las de Libia y Egipto cayeron ante el beneplácito del mundo y todo parecía indicar que lo mismo sucedería en Siria.

Pero no fue así.

Para entender esta situación lo primero a tener en cuenta es que al igual que en la mayoría de los países árabes, los problemas políticos suelen tener una arista religiosa.

Bashar al-Asad es un musulmán alauita, una rama del chiísmo, a la que pertenece un 15% de la población en Siria, donde los sunnitas son el grupo religioso mayoritario. Pese a ello el régimen ha construido una fuerte base de apoyo privilegiando a los alauitas en los puestos claves del gobierno y las fuerzas armadas, lo que ha generado tensiones con las restantes facciones religiosas.

Estas tensiones religiosas se hicieron evidentes cuando en 2011 estalló la rebelión contra el régimen, la que pronto devino en una guerra civil abierta ante la capacidad de defensa que demostró el gobierno sirio. El país quedó dividido en distintas facciones. Por una parte el régimen de al-Asad, que cuenta con el apoyo armado de Hezbolá y milicias iraníes (ambos grupos chiítas), además de diversos grupos guerrilleros y paramilitares, a los que se suma el estratégico respaldo de Rusia, que mantiene en Siria una base naval que le da acceso al Mediterráneo. A ellos se enfrentaba un heterogéneo grupo de combatientes básicamente divididos en dos facciones, una moderada, en la que destaca principalmente el llamado Ejército Libre Sirio, y la otra compuesta de guerrillas islámicas más radicales, aunque en ambos casos el sunismo es la creencia mayoritaria. Los rebeldes han contado con el apoyo diplomático de Europa y los EE.UU., pero no así con su ayuda militar, ante el temor que generan en Occidente los grupos islamistas que abundan en la rebelión. A ambos contendientes se agrega la minoría kurda, que en el trascurso de la guerra civil logró conquistar la autonomía de facto del territorio al noreste de Siria.

En este escenario, entre los años 2011 y 2014, la guerra civil había costado la vida a más de 200.000 personas y arrasado con importantes zonas como Homs y Alepo, llegando incluso a producirse combates en Damasco.  Como consecuencia, ya entonces se empezó a producir un éxodo masivo de personas que huían de los combates buscando la seguridad en las vecinas Turquía y Líbano.

En junio de 2014 la situación tomó un curso inesperado, cuando el entonces llamado ISIS o Estado Islámico lanzó un ataque simultáneo contra Irak y Siria apoderándose de importantes enclaves en los días siguientes. La intervención de este grupo implicó una radicalización completa del conflicto sirio, al convertir éste en una lucha abiertamente religiosa.

ISIS surgió como una facción radicalizada de al-Qaeda, que se fortaleció en el contexto de la insurgencia iraquí, al punto de separarse de la red de bin-Laden, conformando el grupo más poderoso dentro de islamismo radical. La clave de este movimiento son sus aspiraciones políticas, puesto que a diferencia de otros grupos, cuenta con un liderazgo que ha sido capaz de levantar la bandera de un nuevo Califato, acompañado de la conquista de territorios y la administración de los mismos. Su peligrosidad, y posiblemente su principal factor de éxito, radica en su adhesión al wahabismo-salafismo, la misma que práctica la monarquía de Arabia Saudita. Se trata de una facción del Islam sunita que postula una visión en extremo conservadora y purista del Islam. Ésta rechaza al chiísmo, así como a la mayoría de los restantes movimientos musulmanes a los que considera herejes, y practica una intolerancia absoluta contra todos los no musulmanes, incluidos cristianos y judíos.

La irrupción del autoproclamado Estado Islámico hizo que la comunidad internacional volviese a fijarse en la crisis siria y en la catástrofe humanitaria. Miles de personas, ya fuertemente golpeadas por la guerra civil, comenzaron a huir de las zonas bajo el ataque de los extremistas, que concentrando la violencia especialmente en las minorías religiosas pusieron en jaque a los combatientes del ejército y los rebeldes.

En sus primeros meses el avance de ISIS fue prácticamente imparable, arrebatándoles territorios a los distintos bandos en conflicto y siendo apenas contenidos por las fuerzas kurdas. Los extremistas dejaban a su paso imágenes de ejecuciones masivas, la destrucción de monumentos y patrimonio, al mismo tiempo que se multiplicaban las historias de violaciones, esclavitud, secuestros y todo tipo de abusos.

La situación escaló a un nivel crítico cuando importantes ciudades sirias cayeron en manos de ISIS y el movimiento se autoproclamaba como un Califato. En Irak las fuerzas extremistas también alcanzaron algunos éxitos, pero la capacidad de contención de ese país ha sido más eficaz que en Siria, donde el agotamiento producto de tres años de guerra civil había neutralizado la capacidad militar.

Lo anterior contribuyó a que se destapase la actual crisis humanitaria. Si bien ya existía un fuerte movimiento migratorio, éste se había limitado a desplazamientos al interior de Siria y a algunos países fronterizos. Pero ahora ante la gravedad de la amenaza y la indefensión, la gente comenzó a buscar refugios más seguros.

Según datos oficiales, la crisis en Siria ha implicado el desplazamiento de unas 12 millones de personas, casi la mitad de la población del país. De este número unos cuatro millones han logrado cruzar las fronteras, huyendo especialmente a Turquía (alrededor de un millón), Líbano y Jordania. Y miles de ellos se han dirigido a Europa buscando una mayor seguridad.

Se calcula que alrededor de un 70% de los inmigrantes que están tratando de llegar a Europa (alrededor de medio millón de personas) son de origen sirio, que intentan ingresar vía Turquía, Grecia, los Balcanes o bien cruzando directamente el Mediterráneo. A este último grupo pertenecía el tristemente famoso niño.

El 30% restante de los inmigrantes son parte de otro drama humano, que no ha acaparado tanto la atención de los medios, puesto que se trata de un flujo continuo de personas a los que Europa está más o menos acostumbrado. Todos los veranos arriban a las costas españolas cientos de subsaharianos que cruzan el Mediterráneo en las llamadas “pateras” (pequeñas embarcaciones atiborradas de gente, generalmente controladas por traficantes de inmigrantes que venden caro un lugar en ellas) buscando oportunidades y muriendo muchos de ellos en el intento. La política española y europea al respecto ha sido el recluirlos en campamentos y repatriarlos a la brevedad, al mismo tiempo que se presiona a Marruecos para asegurar mejor sus fronteras. A este grupo se han sumado en los últimos años miles de tunecinos y especialmente libios que huyen de la guerra civil que afecta a Libia desde la caída de Gadafi en 2011. En este caso es principalmente Italia la que ha tenido que lidiar con el drama, interceptando los barcos con refugiados y trasladándolos a campos especialmente habilitados en la isla de Lampedusa, a 113 kilómetros de Túnez y a 205 de Sicilia. Allí se han llegado a reunir más de diez mil personas, la gran mayoría de las cuales esperan su deportación a Libia. Una situación que ha sido criticada por diversos organismos internacionales y que incluso ha alcanzado momentos de gran notoriedad como cuando el papa Francisco visitó la isla el año 2013, a los pocos meses de haber iniciado su pontificado.

La situación actual es, entonces, la explosión de una crisis humanitaria que se había estado incubando desde hace años y que ha desbordado todas las expectativas, poniendo al límite a una Europa ya bastante presionada por la crisis económica y las tensiones que ésta ha producido entre sus estados miembros. Al mismo tiempo ha hecho resurgir el temor a un conflicto mayor con el oriente islámico, haciendo reflotar la xenofobia tan temida, aunque siempre presente, en los países europeos.

Esta crisis no terminará pronto, puesto que no parece viable el repatriar a los refugiados a Siria. Europa y por extensión los EE.UU., deben intervenir para frenar el desastre humanitario. La pregunta es cómo hacerlo, puesto que el flujo migratorio no se detendrá mientras no se logre estabilizar la zona y para eso la derrota del EI es solo una parte de la solución. Luego queda el problema inicial de la guerra civil en Siria y la continuación del régimen de al-Asad con la protección de Rusia, que ha reforzado su presencia en la zona. Se suma  a esto que hay que buscar una solución para el Kurdistán sirio e iraquí, más ahora que sus tropas son uno de los recursos mas valiosos en la guerra contra el EI; imponer un gobierno estable en un Irak destruido que se ha convertido en un caldo de cultivo para grupos radicales; y todo ello sin contar la crisis en Libia y en el norte de África.

Lamentablemente todo parece indicar que todavía habrá más niños ahogados en el Mediterráneo y miles de personas desesperadamente continuarán tratando de cruzar las barreras de una Europa sobrepasada por la peor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial, hace ya setenta años atrás.

Raimundo Meneghello

Docente de la Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo
Doctor en Historia, Universidad de Salamanca, España.